El veneno silencioso de El Callao
■ Los altos precios del oro han disparado la minería artesanal.
■ “A ninguna autoridad le importa que todos estemos contaminados”.
■ “Aunque esté prohibido, adquirir mercurio aquí es tan fácil como comprar harina de maíz”.
■ Con ello también ha crecido la contaminación de mercurio, que afecta a los sistemas acuíferos y las poblaciones del estado Bolívar.
■ El esposo de Gloria R. murió de insuficiencia renal, respiratoria y cardíaca. “Tenía los pulmones desbaratados por la fundición del oro. Lo que ganamos, se nos fue en su enfermedad”, señala.
■ “No existe una política sanitaria del Estado para estudiar y tratar el problema”, indica el toxicólogo Manuel Arellano Parra. El médico internista Alberto Villalobos, que trabaja en el principal hospital del pueblo, dice que no cuentan con laboratorios para realizar pruebas y hacer diagnósticos.
■ Niños enfermos. La psicopedagoga Yaritza Figuera asegura que las aguas contaminadas con mercurio son una causa de embarazos problemáticos. “El metal se aloja en el cerebro”, advierte.
La ruta del molino:
Son pasadas las 6:00 de la tarde en la zona conocida como el Bloque B, en las afueras de El Callao, estado Bolívar. En el molino del morocho Herrera un rancho de techo de zinc que asemeja un taller de carros cuatro hombres y un muchacho de 15 años de edad trabajan frente a unas máquinas con el torso desnudo, sin protección alguna. Es la mejor parte del día para estos mineros. Se acerca la hora del “resumen”: el momento en que obtienen el oro, luego de moler durante toda la jornada las arenas auríferas de una mina cercana.
Para llegar a ese momento casi mágico de alquimia, los trabajadores han estado expuestos durante todo el proceso de molienda a otro metal, el único cuyo estado normal es líquido: mercurio o azogue, como es conocido en la zona.
Sin él, el oro de El Callao, uno de los más finos del mundo, no puede ser extraído de entre las arenas y la tierra. A esta hora de la tarde, los hombres ya llevan horas amalgamando ambos metales. Utilizando frascos de vidrio, ya han echado el azogue a las máquinas moledoras, lo han vertido sobre las planchas de cobre a las que se adhiere el oro, lo han raspado y modelado hasta formar una bola y sin percibirlo lo han inhalado.
“Claro que estoy contaminado, pero qué se le hace”, dice Fernando Aníbal, de 39 años de edad. Encoge los hombros y sigue el ritual de lavar en el cuenco de su mano el material final, que parece arena de playa. Forma una bola grisácea oro y mercurio amalgamados del tamaño de una metra grande. “Le echamos jabón en polvo, agua y ácido nítrico para quitar el sucio. Si no, el oro no queda amarillo después de la quema”. No hay guantes ni tapabocas.
Un apagón repentino en el sector no detiene a los obreros, tampoco el aguacero súbito que exacerba la humedad del lugar. Uno de ellos coloca la bola en una pala soldada a una mesa y le aplica calor con un soplete por debajo. Es la parte más peligrosa del proceso, porque el mercurio al calor se evapora y los mineros inhalan concentraciones muy elevadas del metal, que ingresa directamente en el torrente sanguíneo y el cerebro, afectando gravemente su salud.
La quema es corta: cinco minutos bastan para que el material adquiera el anhelado color dorado. La faena resultó en 10,3 gramos, aproximadamente 3.296 bolívares. Un negocio muy lucrativo en un estado en el que 33% de los habitantes es pobre, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
Desde mediados de la década de los noventa distintos estudios de universidades nacionales e instituciones del Estado vienen registrando el daño ambiental y la contaminación en poblaciones de Bolívar por el mercurio usado en la minería. El Callao -centro minero del país desde tiempos de la colonia española- ha sido caso de estudio de la comunidad científica internacional.
“La situación es gravísima. En un informe que hicimos con las Naciones Unidas en 2004 encontramos que solamente El Callao podía arrojar al ambiente 12 toneladas de mercurio al año, y tan sólo el Bloque B entre 2 y 4 toneladas al año.
Eso no es permisible bajo ninguna circunstancia porque es una sustancia sujeta a controles estatales muy rigurosos y está prohibido su uso indiscriminado”, afirma Rafael Darío Bermúdez Tirado, especialista en mercurio de la Universidad Experimental de Guayana.
El documento concluye que “el nivel de intoxicación entre los mineros y molineros que trabajan en el Bloque B es uno de los más serios del mundo”.
Exámenes efectuados a la población y los obreros revelaron signos de grave intoxicación y daño neurológico en la mayoría de los involucrados en el proceso de amalgamiento, así como la gente que vive cerca de los molinos. “El uso rudimentario de placas de cobre y la quema de amalgamas en palas expone a los trabajadores y a las comunidades vecinas a altos niveles de vapor de mercurio”, dice el informe.
Los restos del material lavado con el metal, lo que se conoce como colas, son arrojados en unos pozos improvisados que drenan hacia los acuíferos y terminan contaminando el río Yuruari junto con su fauna.
Esta situación se repite en muchas zonas del estado Bolívar.
Las muestras individuales arrojaron que 90% de los mineros y molineros tenía niveles de mercurio por encima de los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud. Este indicador se situó en 27% para las mujeres y en 53% entre los niños de las zonas vecinas. Los signos neurológicos de intoxicación que se encontraron fueron ataxia, temblor en las manos y párpados, además de incapacidad para hacer ejercicios simples como tocarse la punta de la nariz.
Para el momento del estudio había 28 molinos en el Bloque B. Hoy existen 150, según datos del Ministerio para las Empresas Básicas y Minería. Cinco veces más que en 2004.
La ruta de la venta:
Los trabajadores del morocho Herrera, dueño del molino HPertuz, se fueron rápidamente después del “resumen”, en medio de la lluvia que revolvió los pozos llenos de arena y mercurio. La ruta de la contaminación seguirá su curso con los hombres, porque, acorde a lo que habían pactado, cada uno se llevó unas “gramas” (gramo de oro) que venderá según su necesidad en las tiendas de compra de oro ilegal que abundan alrededor de la plaza Bolívar de El Callao.
De eso sabe bastante Gloria R., que pidió no ser identificada por temor a represalias de sus vecinos. Tiene 62 años de edad, es ama de casa y vive en el casco histórico, en medio de compradores que no poseen la licencia necesaria para comerciar oro. Al preguntárseles por el negocio y la quema, miran a la distancia e ignoran al visitante.
Pero ella sí quiere hablar:
“En todas estas casas mucha gente funde `oro minero’, el que le compran a los molinos. Lo hacen sin precaución. Ojalá pudieras captar la humatana que hay. Ninguna autoridad le da importancia a esto, aunque todo el pueblo está contaminado. Yo tengo una alergia permanente”. Hace una pausa y prosigue, determinada: “Mi esposo acaba de morir. Estaba contaminado. Tenía los pulmones desbaratados por la fundición del oro”.
Tras bastidores, las tiendas funden nuevamente el material comprado para retirar el mercurio que queda después de la primera quema en el molino, 10% del peso total. Así se obtiene un producto de mayor calidad para la orfebrería o la fabricación de lingotes, que va al mercado ilegal. En el proceso, más mercurio se arroja al ambiente. Cuenta la mujer que hace 8 años su esposo y un grupo de personas fueron a Valencia para hacerse exámenes de mercurio en sangre.
“Los resultados salieron alterados, a consecuencia de los 40 años que pasó en ese negocio. Estuvo en tratamiento un tiempo. Después se enfermó.
Tuvo insuficiencia renal, luego respiratoria y posteriormente cardíaca. Lo que ganamos con el oro, se nos fue en su enfermedad: 600 millones de bolívares, de los viejos”.
Un muchacho se asoma al porche:
Sonríe y se esconde de la visita. “Es mi nieto. Tiene retraso”. Presume que está contaminado desde chiquito, porque su padre también trabajaba en la fundición. “Yo lo crié. A los 7 años me di cuenta de que no hacía las tareas completas y la maestra me recomendó que lo llevara a una escuela especial”. Refiere que el joven asiste al Centro de Atención Integral Odette Orsini, la única escuela de atención para niños especiales en El Callao. “Así como él hay muchos niños aquí”, comenta con tristeza.
La ruta escolar A Yaritza Figuera, de 44 años de edad, la comunidad de padres con hijos especiales le tiene cariño. Hace 10 años, la maestra formada en Avepane y la Universidad José María Vargas, oriunda de El Callao, tuvo la visión de abrir su casa para atender a ese grupo de menores con compromiso cognoscitivo. Con el tiempo, la iniciativa se transformó en el Centro de Atención Integral Odette Orsini, en homenaje a una mujer que educó a muchos niños entre los años cincuenta y setenta en esa misma población.
“¿Quién los contactó conmigo? Nunca nadie demostró interés en esta historia”, señala entre extrañada y halagada , mientras hace una pausa en sus labores como psicopedagoga de la Escuela Básica de Perú. “Las aguas contaminadas de mercurio, a causa de la minería, son una causa de embarazos problemáticos aquí, porque se traducen en niños con deficiencias. El mercurio se aloja directamente en el cerebro. A principios de los noventa, nacieron cuatro niños con síndrome de Down en un mismo año. Eso llamó la atención de expertos del Ministerio de Salud en Caracas, que vinieron a investigar.
Hicieron análisis del río Yuruari y concluyeron que la contaminación es uno de los principales factores de esta situación de los pequeños con compromiso cognoscitivo”.
Por esos mismos años la casa de Figuera se llenó de niños especiales. “Abrí con 10 muchachos y luego llegué a tener 40.
algunos tenían aprendizaje lento y otros leve retardo, pero eran educables”. La gran demanda de atención motivó al alcalde de entonces Coromoto Lugo a fundar un centro de atención especial en el año 2000, con ella a la cabeza. En 2005, el Ministerio de Educación comprobó que la escuela era una necesidad y la absorbió.
Las estadísticas sobre niños con problemas cognoscitivos o impedimentos físicos son inexistentes. “Yo una vez hice un estudio y encontré que había 45 niños con síndrome de Down en El Callao, que es un número alto para la población”. Cuenta que las madres, por desconocimiento o prejuicios, los retenían en las casas. “No se les veía. Tenía que investigar de puerta en puerta para ubicar dónde vivían y convencer a las madres para poder atenderlos”.
Dice que se han hecho algunos esfuerzos, pero puntuales y aislados. En 2010 jóvenes estudiantes de la Universidad de Oriente realizaron pruebas de mercurio a los niños sospechosos de estar contaminados en las escuelas municipales.
El Fondo Nacional de Ciencia y Tecnología ha financiado estudios que revelan contaminación en los suelos donde antes existían molinos y ahora hay viviendas. También se han estudiado casos puntuales como la contaminación por gases de una mina vieja en la zona de Remington. Hace cuatro años, la Escuela Alfredo Machado, situada allí, fue mudada porque los chicos se desmayaban repentinamente. Les hicieron los exámenes y resultaron contaminados.
En cambio, el Centro de Atención Integral Odette Orsini todavía espera su mudanza a una sede propia. Hace dos años se colocó la piedra fundacional de su futura edificación, pero la construcción no se ha iniciado.
Por ahora funciona en oficinas prestadas de la Casa de la Cultura de la Alcaldía de El Callao.
No hay niños este día en el centro de atención. Las maestras están reunidas elaborando material para la celebración de la Semana de la Educación Especial. “Necesitamos una sede con rampas que permitan el acceso a los niños con discapacidad motora”, indica la maestra Astrid Yacín. También piden un autobús para trasladar a los menores que viven en las afueras de El Callao.
Un total de 5 maestras y 4 auxiliares atienden a 48 niños con compromiso cognoscitivo, entre los cuales hay 9 sordos, 3 autistas y 4 con impedimentos físicos. “El mercurio que respiramos por la quema del oro afecta el desarrollo muscular y cognitivo de los niños. La gente no lo asocia con la salud y los padres de los barrios cercanos a los molinos ignoran los casos de autismo”, dice Yacín.
Mañana mismo muchos de esos padres regresarán a las minas y los molinos. Allí, como un ritual ineludible, volverán a verter, untar e inhalar el mercurio que atrapa el oro, que tanto atrae, que tanto enferma.
Por: FABIOLA ZERPA
FZERPA@EL-NACIONAL.COM
FOTOS: RAÚL ROMERO
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