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    Silvio Orta Cabrera: Del paraíso al infierno

    “Nota(n)bene…”

     

    En Carnaval vino mi hijo mayor con su esposa y dos sobrinitos: Luis, once años, 5º grado, y Verónica, diez años, 4º grado, ambos alumnos de una escuela pública en el sureste caraqueño. Una tarde, al regresar de los deslumbramientos de Mochima, los invité a leer seis minicuentos de la Antología fantástica de Borges y Bioy Casares. Por ejemplo, el de Coleridge que propone: “Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que ha estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?”.

    Se los imprimí con espacios para ilustrarlos y sin título para que inventaran alguno. Leyeron. Bajo otro deslumbramiento, comentaron. Ambos leen bien. Luis analiza hondo. Verónica inventó dos títulos iguales a los dos originales y a todos los relatos rodeó con sugerentes trazos. En ambos hay tierra fértil para la imaginación con la que no se nace, pero se nutre con los cuentos contados por padres y abuelos, las buenas lecturas, el folclore no trampeado, el buen cine y otras artes, y sobre todo la experiencia misma del vivir. Ojalá y la escuela no corte su creatividad. Ojalá no se la ciegue el facilismo de plagiar en Internet monografías (¿de monos para monos?) y presentarlas como textos propios. Ojalá no se las mate la milicia militarista, tumor concorde con la necrofilia de “Patria o Muerte”.

    Por alguna causa, Verónica dijo “droga”. Con cuidado inquirí por ese uso. Lo que siguió fue una clara explicación de lo que son las drogas, lo dañino de la adicción a ellas, el cómo decir NO al traficante, al amiguito, o a cualquier otro ofertante. ¿Por qué sabes eso?, pregunté. Me contó que en 3cer.grado, otro alumno, algo mayor que ella, vendía chimó. Lo expulsaron por quince días (tonta medida). Volvió y al rato ofrecía marihuana. Entonces la escuela se enserió. El chico sólo volvería tras recibir atención especializada. Una psicóloga dictó charlas formativas en las que explicó a los alumnos lo que Verónica sintetizó.

    Como el chimó, aunque extraño, cigarrillo y alcohol son drogas de iniciación de niños y adolescentes. El cuadro se agrava por efecto de una cultura dañina que –sirva de ejemplo– tiene por necedad la recomendación al padre de no pedir al hijo que le encienda el cigarro o vaya a comprarle la caña. Esto viene al tapete, como toda la Nota, porque es semana santa y en fechas de fiestas colectivas aumenta la oferta de drogas y el consumo inicial.

    Si los hijos no están preparados como Verónica, y obviamente menos lo están sus padres, éstos, en la emergencia, acentuarán el cuido de los muchachos, y decidirán por amor, seria y responsablemente que pasadas las fiestas, aprenderán cómo actuar en familia para evitar el infierno real de la caída en adicción de alguno de sus integrantes. En su gran mayoría ni idea tienen de cómo y por cuánto tiempo y a qué costo del alma arde esa paila.


    Por: Silvio Orta Cabrera
    sortadi@cantv.net
    @sortaca
    17 de abril de 2011

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