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    SERGIO DAHBAR: Un nombre no es suficiente

    El anillo de la comunicación popular
    no cabe en el dedo de Hugo Chávez

     

    Hugo Chávez manifestó su orgullo esta semana al recibir el Premio Rodolfo Walsh, otorgado por la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata. No debió apresurarse tanto. Ni merece semejante galardón (premio a la comunicación popular), ni le hace honor al periodista que le da el nombre al reconocimiento.

    El Presidente abrió la boca demasiado rápido. Creyó quizás que nadie en el mundo recordaría los desmanes de su propio gobierno a lo largo de 12 años contra toda opinión o idea diferente de la suya.

    Ahí están 2.125 cadenas de muestra, espacio público que utilizó para criminalizar la práctica periodística.

    La revocación de concesiones vencidas; las presiones para dejar a periodistas sin empleo; el cierre de emisoras de radio; la eliminación de pautas para unos y la acumulación de publicidad para otros; la incitación para que grandes empresas dejen de apoyar a tales o cuales medios; la conversión de un canal malo del Estado en un canal malo del Gobierno; la demandas penales amparadas en leyes de desacato; los acosos del Seniat; los obstáculos para acceder a las fuentes del Gobierno; los atentados a instalaciones físicas y agresiones directas a reporteros, han construido una matriz de opinión internacional tan contundente como irreversible. La chequera compra, pero la gente sabe.

    El anillo de la comunicación popular no cabe en el dedo de Hugo Chávez. Lo escribió Carlos Pagni en la tapa de La Nación y lo comparto: le dieron el Premio Rodolfo Walsh para homenajear una virtud, la de agredir a los que piensan diferente. Ya lo habían hecho al premiar en otro año a Evo Morales, otro que gusta de perseguir periodistas con vándalos armados de palos y piedras.

    Un militar con semejantes manías tristes y autoritarias no puede recibir un premio a la comunicación. Como tampoco ser homenajeado con el nombre de un periodista que fue asesinado por militares. Salvo que quien otorgue el galardón se encuentre en un manicomio. Algo huele mal en La Plata.

    Hablemos entonces de Rodolfo Walsh. El día en que iba morir, el 25 de marzo de 1977, Walsh envió unos sobres que había preparado minuciosamente durante tres meses. Se había cumplido un año del golpe de Estado que dio Jorge Rafael Videla.

    Walsh escribió una misiva que sería leyenda: “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”.

    Denunciaba los desaparecidos, los muertos, los presos y los desterrados de un régimen infame.

    Logró enviar los sobres. Fue lo último que hizo. A las 2:00 de la tarde lo emboscó el Ejército y ahí mismo lo mataron.

    Así se cerraba la parábola de un hombre que había nacido cincuenta años atrás, 1927, en la localidad de Choele Choel, provincia de Río Negro. Comenzó a despuntar como corrector de pruebas y traductor de novelas policiales (Editorial Hachette), un género al que le sería fiel hasta el fin de sus días. Jugaba muy bien ajedrez y era militante de la Alianza Libertadora Nacionalista (agrupación de extrema derecha), así como partidario de la Revolución Libertadora (coalición cívico militar que derrocó a Perón en 1955). No le interesaba la política, ni el periodismo ni convertirse en un justiciero.

    Pero algo ocurrió. En diciembre de 1956 conoció a un fusilado que se había salvado en un bar. Un hombre que pertenecía a una facción nacionalista de las fuerzas armadas que intentaron restaurar el gobierno de Perón.

    Fracasaron y los asesinaron a mansalva en un basural. Se salvaron siete. Y Walsh recuperó esa historia para la eternidad en un libro, Operación masacre, que se adelantó ocho años a la salida de A sangre fría, de Truman Capote.

    Le costó entenderlo, pero había fundado el periodismo literario.

    Convertir a Rodolfo Walsh en un ángel sería faltarle el respeto.

    Fue un personaje complejo, lento (como el mismo decía), que tardó quince años en pasar de la extrema derecha a la izquierda.

    Fue un escritor excepcional, un periodista fuera de serie y un activista político irreductible. Murió con las botas puestas.

    La arrogancia, la megalomanía, el populismo desbordado, la tolerancia con el enriquecimiento ilícito y la corrupción, el culto a la personalidad, todos aspectos conocidos de nuestro Presidente, son rasgos que desentonan con el legado de Rodolfo Walsh.

    Cuando un premio no se merece, destaca como higuera plantada en un campo de golf.

    Un nombre no es suficiente


    Por: SERGIO DAHBAR
    sdahbar@hotmail.com
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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