“Cómo se sentirán nuestros
generales rojo rojitos…”
Qué orgullo ser peruano, tener un premio Nóbel y honrarlo no con la academia de letras, el ministerio de cultura o la Uiversidad de San Marcos, que ya lo habrán hecho. Sino con las propias fuerzas armadas, con el propio ejército en cuya academia pasara Mario Vargas Llosa sus años de cadete y viviera inolvidables experiencias que lo terminarían marcando para siempre. Las mismas experiencias que lo llevaran a escribir su primera gran novela, redactada entre 1958 y 1960, que titulara la Ciudad y los Héroes, para terminar con su título definitivo de La ciudad y los Perros, en alusión al apodo con que se llamara a los cadetes del tercer año. Esa, su primer novela, catalogada cuando fuera editada por Seix Barral, de Barcelona, por un importante crítico literario español como la mejor novela latinoamericana desde Don Segundo Sombra, decidió el destino del jóven literato, que culmina no sólo con el Premio Nobel de Literatura, sino con este gesto magnífico de las fuerzas armadas peruanas que lo reivindican luego de haberlo perseguido por osar desentrañar los sórdidos entrecijos de la vida cuartelera de la futura oficialidad peruana.
Será lo que nuestras autoridades democráticas deberán hacer para reivindicarlo del estúpido desaire del actual presidente de la república, otro militar como aquellos que se sintieran ofendidos por las verdades literarias de Vargas Llosa, quien mandara imprimir una edición especial del Quijote para regalarla a nuestros estudiantes con una condición suprema: quitar el maravilloso prólogo del Nobel
peruano, que nos pertenece a todos.
Cómo se sentirán nuestros generales rojo rojitos – un Acosta Carlez, un Rangel Silva, un Diosdado Cabello o un García Carneiro – ante este gesto de alta cultura uniformada? Pobres nuestras querida fuerzas armadas: ¡cuán bajo han caído¡
He aquí la noticia que nos trae El País, de Madrid:
El Ejército ‘rehabilita’ a Vargas Llosa Fue denostado por ‘La ciudad y los perros’, ambientada en un colegio militar
Es bien sabido que el talento puede florecer en las condiciones aparentemente más adversas. Para Mario Vargas Llosa, esas fueron las del colegio militar Leoncio Prado de Lima, que lo tuvo como alumno durante dos años y el jueves le hizo un homenaje junto con el Ejército peruano, otra institución que, al igual que el colegio, renegó de él durante mucho tiempo.
En el rigor marcial, el adolescente Vargas potenció su inclinación literaria “Conocí allí el Perú en su riqueza y en su problemática”, dice el novelista “Estoy emocionado de ver cómo le tienden los brazos a este antiguo cadete”, dijo Vargas Llosa en el fuerte militar donde se realizó la ceremonia, debido a las reparaciones que se realizan en el local del colegio. De todos los homenajes que viene recibiendo Vargas Llosa en Perú después de obtener el premio Nobel, este fue uno de los más simbólicos y significativos. “El verde olivo del Ejército peruano brilla a su luz, señor Mario Vargas Llosa”, declaró en su discurso el general Juan Urcariegui Reyes, jefe de la región militar del centro del Perú. Se refería al primer premio Nobel de Literatura nacido en el país, sí, pero también al escritor y excandidato a la presidencia que en más de una ocasión había sido denostado por distintos altos mandos militares, quienes en alguna ocasión llegaron a calificarlo como un traidor a su patria. También se dice que los ejemplares de su primera obra maestra, La ciudad y los perros, ambientada justamente en el Leoncio Prado, fueron quemados en el patio del mismo colegio, como muestra de repudio hacia la forma en que el autor describía los ambientes y las relaciones entre los alumnos en unas líneas que ahora son inmortales. Aunque recuerda la experiencia en el colegio como dura, el autor de Conversación en La Catedral siempre ha hablado de ella con gratitud y ayer no fue una excepción. Su paso durante dos años por el colegio militar Leoncio Prado (1950-1951), donde estudió tercer y cuarto de secundaria, fue decisivo para consolidar la vocación del ahora premio Nobel. Vargas Llosa llegó allí enviado por su padre que tenía la idea de que el rigor marcial lo apartaría de la literatura, eso que Ernesto Vargas Maldonado calificaba de “mariconada”, según los recuerdos del escritor.
El efecto, por fortuna, fue inverso y en medio de ese rigor del internado el adolescente Vargas Llosa potenció su inclinación literaria. El recién llegado se convirtió pronto para sus compañeros de curso en “el poeta”, que ganaba un poco de dinero escribiendo por encargo novelitas eróticas y cartas de amor para sus compañeros, mientras aprovechaba las largas guardias nocturnas para leer a los clásicos y acumulaba vivencias que años después se plasmaron en una novela excepcional.
El escritor destacó asimismo durante el homenaje que su estancia en el colegio militar le permitió conocer mejor la realidad de Perú, al encontrarse con estudiantes de distintas procedencias, razas y niveles sociales; algo que luego supo retratar magistralmente en varias obras trascendentales.
“Desde luego, vi las esperanzas, los anhelos, las ilusiones… pero también los rencores, la incomprensión, los resentimientos que esa fragmentación del país generaba y hacía que el subsuelo de nuestra patria fuera un volcán pronto a erupcionar. Fue una experiencia extraordinaria conocer el Perú en su diversidad, en su extraordinaria riqueza, pero también en su enorme problemática”, dijo Vargas Llosa tras reunirse con los actuales estudiantes del colegio y con viejos compañeros de su séptima promoción. Entre ellos estaba Víctor Flores Fiol, a quien llamó “su primer agente literario”, debido a que promocionaba sus escritos entre el resto de cadetes. Luego, se puso el quepí distintivo de la institución que, ahora sí, lo reconoce sin lugar a dudas como su exalumno más ilustre.