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Zenair Brito Caballero: La actitud de los japoneses es digno ejemplo de imitar

“En estos días comienza y termina la
floración de los cerezos en Japón..”

 

Un espectáculo de color, de belleza natural que se repite cada año y es de hondo significado para los japoneses, tanto que le realizan el festival del Hanani “contemplación de los cerezos”, y este año, en medio del dolor y la tragedia, seguirá la tradición milenaria.

La Sakura, o flor del cerezo, representa la transitoriedad de la vida, concepto inspirado en las enseñanzas del budismo, esta florescencia sólo dura unos días: nace entre la admiración de los que ven abrir las corolas, permanece para deleitar los corazones y cae a tierra para desvanecerse; es la vida en su cortedad, fragilidad y alegría.

El japonés la ve así: con la concepción de que hay que vivir con la certeza de que la vida se puede partir en cualquier momento, por eso es necesario amar y respetar todo lo que la rodea, de ahí esa actitud que el mundo entero ha conocido ante el terremoto, el tsunami y el peligro de los estragos de una fuga radiactiva, de los que ya conoce tanto ese pueblo y no quiere repetir.

La actitud de los japoneses es digna de imitar, ante el horror y el miedo no se escucharon gritos destemplados, si hubo lágrimas fueron silentes; ante el hambre hicieron filas ordenadas y ni los niños se atrevieron a tomar un pan sin la orden de la autoridad a cargo; ante la demora por conocer exactamente sobre los daños, víctimas, desabastecimientos no hubo reclamos ni culpas para el gobierno. Lo que más ha llamado la atención es el respeto por la dignidad humana: ni una sola imagen de sus muertos, sólo cubiertos capturados ocasionalmente por las cámaras de periodistas de otras latitudes ansiosos de lograr, no la imagen significativa de un momento trágico que se convirtió en una actitud ejemplar, sino la que buscan siempre que satisfaga el morbo de los televidentes o lectores de sus medios.

Es incómodo comparar, pero, cómo se hace si la mente se va hacia la confrontación: en otro país, al instante de la tragedia, habrían aparecido las turbas de saqueadores y el pillaje sería el protagonista, los brazos se alzarían pidiendo alimento y ayuda, arrebatándoselas unos a otros, el momento sería aprovechado por los inconformes para culpar al gobierno del desastre, en fin, eso que hemos visto en tragedias cercanas y lejanas; en Japón acabamos de asistir a un drama de inmenso dolor, pero que nos deja una enseñanza ejemplarizante de honor y dignidad. Ese honor heredado de samuráis y de monjes budistas que se afinca en el amor, lo expresó el emperador Akihito: “Espero que la gente supere estos tiempos horribles ayudándose mutuamente”. Así entienden el amor: en la ayuda, en el compartir tanto el dolor como la alegría; ahí esta el sentido de la existencia en sociedad.

No existe la mínima duda de que los japoneses superarán los estragos que dejó la punzante sacudida de la naturaleza, porque los caracteriza el talante de vencedores; ya se han levantado otras veces y lo volverán a hacer siempre que los golpeen, y seguirán

amando la vida en la floración de la Sakura, en las palabras del emperador, en sus calles y pueblos construidos con tenacidad, en el respeto a la vida y a la muerte. Algo nos va a quedar de esta condición de un pueblo que fue sacudido por el dolor intenso y no se amilanó, por el contrario renacerá como las flores de los cerezos cada año, por toda la vida, para toda la vida.


Por: Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito