La llamada “líder popular” nunca se detuvo
ante cuestiones de principios legales
Lina Ron se fue a la tumba molesta con el Gobierno por haber “liberado” algunos de los detenidos emblemáticos como consecuencia de las negociaciones que resultaron de la huelga de hambre estudiantil, especialmente los casos de Felipe Rodríguez y Silvio Mérida Ortiz.
La llamada “líder popular” con una postura más radical que la del propio jefe del proceso, nunca se detuvo ante cuestiones de principios legales y por ello llevó al extremo aquellos conceptos desenterrados por Hugo Chávez como el de “al enemigo ni agua”. Digamos pues que la Constitución y la tolerancia no eran su fuerte.
Pero una cosa es querer manejar el mundo a punta de pistola en nombre de los pobres y otra es lo que piensan esos mismos pobres sobre su propio padecer.
Es así que muchos venezolanos, de todas las clases sociales, han ido a parar a las cárceles sin delitos que lo justifiquen, a veces sin juicios de por medio y otras por caprichos del poder. Desde aquel chofer de camión que fue a parar a la Planta hasta una juez o un ex candidato entraron en ese laberinto judicial, tras una mención presidencial.
De allí que una larga lista de prisioneros está bajo ese estigma, en el que sus defensores deben poseer más habilidades en el terreno de la política y las negociaciones por debajo cuerda, que el manejo de académicos de principios de Derecho.
Allí están a los que se les cobró su postura política; los culpables necesarios que sin ser políticos pagaron el precio de esa necesidad como fueron los policías del 11 de abril; están los que establecieron relaciones financieras o comerciales con el Gobierno y terminaron crucificados por sus propios mentores; está el caso de Rubén González y otros 130 dirigentes sindicales en procesos judiciales y los desconocidos que por venganza de algún jerarca del poder son puestos presos y enviado a las cárceles que tenemos en Venezuela, en donde es un milagro permanecer con vida.
Lina nunca pudo entender por que el Gobierno se molestara cuando asaltaba con motorizados armados sedes episcopales o plantas de TV cada vez que le daba la gana. En realidad el Gobierno tal vez aplaudía por dentro sus andanzas, pero al mismo tiempo debía evaluar los efectos que su comportamiento extremo tenía en esos mismos pobres, que votan por Chávez.
De modo que el legado de Lina Ron blandiendo la espada de “Bolívar” seguirá avalado por el Presidente en la figura de los colectivos armados de la revolución y el Gobierno manejando el poder con mano dura. En ello el único freno serán esos movimientos sociales que le dicen al Presidente hasta dónde la revolución armada puede más que los derechos civiles.
FRANCISCO OLIVARES | EL UNIVERSAL
folivareseluniversal.com
sábado 12 de marzo de 2011