El actor Sean Penn vino otra vez a
renovar “afectos y solidaridades”
Me puso a pensar el hecho de que él se define a sí mismo en materia política como progresista. El término “progresista” es una de esas ubicuidades que se cotizan muy bien en el mercado de valores ideológico.
Uno simplemente dice “yo soy progresista” y queda del carajo, revestido de smoking justiciero, como para recibir un Oscar. Casi que uno podría usar la palabra como tarjeta de presentación: “Hola, mucho gusto… Soy Sean Penn, soy progresista…”, para que el otro diga: “coño, ¿en serio?… qué arrecho”.
Progresista es el que apoya lo que conduce al progreso. Hay muchas maneras de definir el progreso: Un “blackberry” es progreso, sin duda, pero un sitio de relax al que no llegue señal, es lo máximo, es una conquista; un auto lujoso es progreso, pero en la cola uno envidia al que va a pie, que avanza más; la revolución agrícola suena a progreso, pero la producción de verduras retrocede.
Progreso es lo que mejora a la humanidad. Pero hay muchas formas de definir lo que mejora y empeora a la humanidad, según el lugar en el que uno se coloque: Para unos Fidel es progreso, la encarnación de la bondad, especialmente si viven lejos de Cuba; para otros, progreso es Pinochet y dicen “¡grande Pinochet!”, aun cuando lo vivieron en Chile.
Hay quien cree que la independencia palestina es buena, pero la del Tibet no. Hay quienes bloquean a Cuba y consideran que los negocios con China mejoran la economía. En fin, no sigo enumerando, porque ya esto parece canción de Arjona. Lo cierto es que el progresismo da para todo. El problema del progresista es que tiene que hacerse el loco frente a innumerables cosas. Me imagino que muchos, ante las atrocidades de Gadafi, prefieren hacerse los penn-dejos, voltear hacia otro lado, porque no mirar alivia. Por eso, más que el progresismo, yo prefiero la filosofía del “yo no”. Me estoy haciendo militante del “yonoísmo”, corriente filosófica fundada por este servidor y que consiste en hacerse un listado de todas aquellas atrocidades, atropellos, injusticias, abusos, excesos, incongruencias, violaciones de derechos, irrespetos, corruptelas, vivezas y maldades, frente a las cuales, aunque otros digan sí, uno puede y debe decir: “yo no”, vengan de donde vengan. Ser yonoísta no es fácil, porque uno suele ver la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio. Ser yonoísta requiere de concentración, de coraje, autocrítica y sobre todo determinación. Es hacer lo correcto siempre, aun si te perjudica. Así que hagan su propia lista.
Otras corrientes ideológicas las imponen… Yo no; exigen incondicionalidad, persiguen al que disiente… Yo no. Aquí, lo único que importa es que, frente a las arbitrariedades del mundo, uno siempre pueda decir: “aunque haya otros que las apoyen y defiendan… yo no”.
Por: Laureano Márquez
@laureanomar