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    GUSTAVO ROOSEN: Síndrome de provisionalidad



    El desmoronamiento del país
    provoca angustia y desencanto

     

    ■ Decepción imposible de curar ni de amortiguar con estudiados discursos.

    Venezuela vive una paradoja: salvo la intención presidencial de perpetuarse en el poder, todo lo demás parece provisional. La falta de estabilidad, de solidez, de piso firme para crecer va minando todos los días la esperanza. Vivimos en la provisionalidad.

    Sucede en todos los sectores. En el de la educación, por ejemplo. Cerca de 11.000 unidades educativas carecen de director o tienen sólo un suplente. Un gran número de maestros son también suplentes en espera de una titularidad que nunca llega. La figura de los supervisores, responsables claves de la gestión educativa, ha casi desaparecido. Se acumulan las vacantes porque cada vez menos jóvenes se interesan por la carrera docente.

    La falta de profesores de Matemáticas, Física, Química y Biología para la educación media se termina supliendo con la promoción automática de los estudiantes, la “promoción golilla” como se ha llamado. En las escuelas bolivarianas ­de jornada completa con alimentación­ el hecho alimentación ha suplantado al hecho educativo y la calidad de los resultados no alcanza ni siquiera la media.

    Provisionalidad igualmente en el sector judicial: casi 2.000 magistrados son interinos, temporales, accidentales. Y en el sector salud, donde se hace cada día más patente la falta de médicos y de estudiantes de posgrado de medicina y donde, según el doctor Rafael Muci-Mendoza, “se ha favorecido y forzado una diáspora de más de 6.000 médicos jóvenes” y se intenta suplir su ausencia mediante un esquema de formación insuficiente e inadecuado que representa, a su juicio, “una verdadera falsificación de los estudios médicos, una verdadera estafa”.

    Provisionalidad también, y notoria, en la gerencia pública.

    Se pierde la cuenta de ministros y viceministros, incluso de vicepresidentes, de directores de empresas y de instituciones oficiales. Hay, sí, nombres que se repiten, rotan, se reciclan, duplican funciones, cambian de posición al ritmo de las emergencias, normalmente más por razones políticas que técnicas, pero la norma es la provisionalidad. ¿Puede pensarse así en una gestión con visión de largo plazo, en la continuidad de políticas y programas, en la formación de equipos enriquecidos por la experiencia? ¿Es la provisionalidad un resultado no buscado o una política consciente? Es, en cualquier caso, un atentado contra la estabilidad, la continuidad, la planificación, el sentido de gestión, el compromiso, la conformación de las instituciones y el desarrollo de carrera de los individuos. Fermento de la inseguridad, lo es también de la discrecionalidad, del miedo, de la indecisión, de ese lastimoso cuidar el puesto que alimenta la condición de provisional. Bajo la espada de la provisionalidad, es fácil que aparezca el temor o florezca la irresponsabilidad. Interinato se convierte así en sinónimo de inseguridad, de dependencia, de zozobra.

    Perniciosa para los suplentes, los accidentales, los “encargados”, la provisionalidad lo es también para el país. Cuando todo es provisional no hay espacio para fundar, para planificar, para crecer. No lo hay para los proyectos y la esperanza. La educación, la salud, la justicia, la gestión pública terminan deshilachándose, sin resultados, sin rumbo, sin metas y sin responsables.

    El desmoronamiento del país provoca, sin duda, angustia y desencanto, imposibles de curar ni de amortiguar con estudiados discursos ni desvergonzados juegos estadísticos, elaborados para el escenario de la Asamblea Nacional pero pensados para una estrategia de ocultamiento de la verdad y de exhibición arrogante de poder. Contra esta provisionalidad infecunda, la sociedad puede aspirar a una gerencia efectiva del Estado, con planes, con continuidad en su ejecución, con ejercicio responsable y efectiva rendición de cuentas.

    Tomar conciencia de esta posibilidad ayudará a quebrar esta provisionalidad desestabilizadora en la que se afirma el autoritarismo personalista, y a dar paso a la institucionalidad, a la estabilidad, a la atención a lo prioritario, lo sólido y permanente.


    Por: GUSTAVO ROOSEN
    nesoor@cantv.net
    Política | Opinión
    EL NACIONAL

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