Es un Ejército improvisado y
pobre, pero decidido a todo
Ni rastro de banderas revolucionarias, ni rastro de pintadas contra Gadafi, ni rastro de dedos en alto haciendo el signo de la victoria, ni rastro de los rebeldes, ni rastro del Ejército. Bin Hawara es una especie de tierra de nadie donde unos cuantos vecinos pasean o están sentados delante de la mezquita. A la entrada, una caseta prefabricada en llamas se consume bajo el sol mientras un helicóptero militar libio sobrevuela la zona.
Con el objeto de liberar Bin Hawara, varios cientos de milicianos rebeldes salen desde Ras Lanuf, unos 50 kilómetros al este. Van a bordo de más de cien vehículos: coches particulares, todoterrenos, furgonetas y pequeños camiones. Llevan pistolas, ametralladoras, kalashnikovs, baterías antiaéreas y demás artillería. También muestran la bandera de la independencia libia de 1951. Se comen los kilómetros al grito de «¡Alá es grande!» y hacen la señal de la victoria mientras asoman por las ventanillas sus armas con aire festivo.
En el patio de un colegio de Ras Lanuf se viven momentos de nervios y tensión poco antes de que la gran caravana se ponga en marcha. La bandera libia, verde lisa, que estaba pintada en el acceso al centro, ha sido tachada con espray rojo. Junto a ella han escrito la fecha del comienzo de la revolución: 17 de febrero. Muchos manipulan armas dejando claro que no lo han hecho nunca. A uno se le dispara y, de manera milagrosa, no hiere a nadie. Otros queman la goma de los neumáticos nerviosos por comerse el frente. Gritos y carreras. En el patio del colegio hoy no se juega a la guerra, se prepara la guerra de verdad.
La intención de los insurgentes es ganar terreno a lo largo de la costa mediterránea, donde están los principales núcleos urbanos. Su plan es intentar tomar Sirte, la ciudad natal de Gadafi, donde la oposición no tiene tanto predicamento como en el este. Algunos no descartan incluso poner el marcha un plan de ataque a esta ciudad por el oeste, del que se encargarían rebeldes llegados desde Misrata, y por el este, con los insurgentes que avanzan desde Ras Lanuf.
«Todo el que tenga armas pesadas que avance hacia el frente», se escucha a través de los altavoces de un vehículo tipo «pick up» rojo en medio de la carretera que va de Ras Lanuf a Bin Hawara. Algunos lo más pesado que tienen es un machete. Unos cientos de metros más allá una quincena de rebeldes hace una parada, dejan tres kalashnikovs en la tierra y empiezan a rezar. Un par de hombres van a pie por el arcén, tan tranquilos. Quedan 40 kilómetros para Bin Hawara.
En un pequeño autobús convertido en improvisada ambulancia va un equipo médico. No llevan más que material de primeros auxilios, pero les empuja toda la ilusión del mundo. «Vamos camino de Trípoli», afirma el doctor Abdelkader Birruín, de 25 años, refiriéndose a la capital, a más de 600 kilómetros. «Nunca nos detendremos, como dijo Omar El Mojtar», insiste recordando al mítico guerrillero ajusticiado por los italianos el siglo pasado. «No tenemos miedo a morir», y se queda mudo de la emoción.
Bin Hawara se halla a 50 kilómetros de Ras Lanuf, el último enclave petrolero liberado por los rebeldes del poder central de Trípoli. Por la tarde ondeaba la bandera revolucionaria. «Somos todos una familia y celebramos la toma de la ciudad», explica Hassán, de 60 años, en un cruce de carreteras a la salida de Ras Lanuf en el que decenas de rebeldes se preparaban para ir al frente. «Estas son las ratas, estos son los drogadictos», añade sin poder contener las lágrimas, señalando a los jóvenes que le rodean por los calificativos que reciben de Gadafi los que se han unido a la revolución.
Unas horas después, un avión del Ejército sobrevuela Ras Lanuf con un ruido ensordecedor. A la altura de la refinería fue alcanzado por las defensas rebeldes y cayó al desierto. Los rebeldes aseguran que los pilotos eran sirios según la documentación que les han intervenido.