Los cinco universitarios
vivieron horas de angustia
La rumba no había terminado, pero los cinco estudiantes universitarios decidieron abandonar el local. Eran las 4 de la madrugada del sábado 19 de febrero. Los jóvenes estaban felices y en medio de la celebración decidieron abordar la camioneta Toyota Merú negra de uno de ellos. Todos residen en un sector del municipio Baruta, menos uno que vino de Valencia para compartir con familiares y amigos.
En el camino conversaban, escuchaban música y la seguían pasando muy bien hasta que uno de los muchachos comenzó a sentirse mal del estómago.
Cuando pasaban por las adyacencias del polideportivo Rafael Vidal, en la urbanización La Trinidad, se detuvieron para que el joven vomitara.
El conductor se quedó dentro de la camioneta mientras el resto colaboraba con su amigo.
A lo lejos, uno de ellos avistó a dos mendigos que venían caminando por la acera de enfrente. Eso no significaba nada, ya que al final eran solo eso: unos simples indigentes.
Mientras el joven vomitaba, los mendigos se acercaban cada vez más. En sus manos traían un saco con latas. Su aspecto era sucio, muy desarreglados. Como los indigentes cada momento que pasaba se acercaban más a la camioneta, uno de los jóvenes insistió en apurarse e irse del lugar que estaba muy solo.
Pero no les dio tiempo, porque cuando ya pretendían abordar la camioneta y marcharse, los mendigos llegaron.
Uno se paró frente a la ventana del chofer y el otro al costado opuesto. Sacaron un arma del saco y les dijeron, así de pacientes, que lo único que querían era la camioneta.
Los jóvenes se sorprendieron, pero ninguno pudo hacer nada porque los tenían apuntados. Los mendigos dijeron muy claro: -Todos arriba que queremos el carro-.
El grupo de universitarios obedeció. Nadie gritó ni se opuso. A los cuatro muchachos los sentaron en el asiento trasero y eran controlados por uno de los maleantes, mientras que el chofer tuvo que conducir con un arma pegada en un costado y bajo amenaza.
-Dale hacia los Valles del Tuy-, le dijo el mendigo al joven, quien inmutado seguía manejando la camioneta.
Atrás, el resto de los estudiantes decía que no les hicieran daño, pero el mendigo se burlaba de ellos.
Esos primeros minutos fueron inciertos para el grupo de jóvenes, quienes se asustaron mucho más cuando uno de los “pordioseros” les dijo que eran funcionarios del Cicpc.
-Les voy a hablar claro, nosotros somos PTJ y queremos la camioneta, así que se quedan tranquilos y colaboran-.
Así los llevaron por todo el camino, bajo amenazas y con inyecciones de miedo.
Llegaron por fin a los Valles del Tuy, justo al sector Caujarito de Charallave. La zona nunca conocida por los jóvenes. Era montañosa y solitaria.
-Párate aquí-, le ordenó el “mendigo” al joven conductor. Bajaron de la camioneta y enseguida al piso, acostados boca abajo. Uno de los maleantes les amarró las manos a todos y después les ordenó levantarse.
-Párense que vamos a caminar-, les dijo con carácter.
Caminaron unos 500 metros montaña adentro y allí el panorama cambió. Los jóvenes ya sabían que estaban secuestrados, pero los delincuentes solo hablaban del robo de la camioneta. -Esto es un secuestro-, indicó uno de los indigentes.
Los universitarios ya estaban claros, pero solo rogaban que no les hicieran daño.
Se detuvieron y allí comenzaron a concretar lo que realmente iban a hacer con los cinco muchachos.
El grupo fue disuelto y dos de los universitarios se fueron con uno de los secuestradores. La idea era que los muchachos hicieran contacto con las familias de cada uno para acordar un pago y liberarlos.
Regresaron a la camioneta, mientras el resto de los jóvenes esperaba en la montaña con el otro maleante. Eran tres contra uno. Uno de los muchachos logró zafarse y someter al delincuente. En medio de la disputa le tumbó el arma. Sus compañeros no pudieron actuar por estar amarrados, lo que fue provechoso para el sujeto porque recuperó el arma y nuevamente sometió al universitario. También fue provechoso para uno de los estudiantes que se escapó a pedir ayuda.
El joven regresó a la calle principal del sector. Corrió bastante y rápido hasta llegar a un punto de control del destacamento N° 57 de la Guardia Nacional. Allí pidió ayuda, dijo que los tenían secuestrados y que sus amigos y un primo estaban sometidos por un maleante en la zona montañosa.
Los efectivos se activaron y se adentraron al lugar guiados por el muchacho. En el procedimiento lograron capturar a uno de los “mendigos” que venía en la camioneta, porque el otro logró huir cuando los guardias llegaron al rescate.
Al maleante le decomisaron el arma y lo identificaron. Se trataba de un ciudadano colombiano de nombre Rafael Antonio Castro Medina, de 40 años, nacionalizado venezolano.
El miércoles un tribunal de control le dictó medida privativa de libertad y lo envió a la cárcel de Yare. Los guardias todavía no han podido capturar al otro implicado.
Los jóvenes agradecieron la labor de los funcionarios, y manifestaron que les parecía increíble que unos “indigentes” los hubiesen secuestrado.
Ahora, como así lo hicieron saber, le temen abiertamente a las personas en situación de calle. “De pana que esto no se le desea a nadie”, comentó uno de los universitarios.
A ellos les quedó la esencia del Carnaval, porque los maleantes los sorprendieron con el disfraz del secuestro.
DEIVIS RAMÍREZ MIRANDA | EL UNIVERSAL
dramirez@eluniversal.com
domingo 27 de febrero de 2011