“Aquí y ahora…”
Sin lugar a dudas, después de lo que ha pasado en el mundo árabe, nada volverá a ser igual. Ni para las naciones que lo componen, ni para aquellos dictadores del planeta que se han perpetuado en el gobierno durante tantos años.
Ahora bien, la situación es tanto más comprometida para los que han llegado tarde al festín de las autocracias eternas y, sin embargo, a contracorriente, hacen esfuerzos de toda índole para emular a sus admirados “antihéroes” que, para satisfacer sus ansias desmedidas, someten a los pueblos a las más aberrantes formas de despotismo.
Quizá, para sus adentros, piensen que lo que ocurre es un temporal, pasajero. Entonces, solamente, será suficiente esperar que escampe. Pero, ¡cuidado! y no se encuentren con sorpresas desagradables que les hagan aguar la fiesta.
Estados gobernados por férreos y monolíticos regímenes han mostrado sus grietas, por las cuales se ha colado un vigoroso, fuerte e indetenible despertar popular, aletargado por el control social y la riqueza petrolera.
Dicho sea de paso, estas sociedades nunca han conocido lo que significa la vida en democracia. De allí el papel revolucionario (desestabilizador) jugado por las nuevas tecnologías de la información y la globalización de las telecomunicaciones.
Lo que ocurre puede ser catalogado como una impredecible sacudida telúrica de grandes proporciones. De nada sirvieron los sofisticados monitores de sismos (servicios de información) utilizados por las grandes potencias dominantes.
No estaban lo suficientemente calibrados para medir las insatisfacciones y frustraciones acumuladas durante tantos años de satrapías ciegas ante el hambre de libertades ciudadanas. Les bastaba la fuerza militar alimentada con todos los privilegios para sojuzgar y acallar cualquier expresión de emancipación.
Quién, en su sano juicio, podía imaginarse, hace una semana, que uno de los dictadores más longevos y crueles del mundo (muy admirado por el Presidente de Venezuela), estaría pasando el trago amargo de sentirse malquerido, rechazado y odiado por una mayoría determinante de sus dominados.
Condenado a desaparecer…
Aunque es distinto, a Lula que, en estos días, vive el “guayabo” de haber dejado la Presidencia, quizás estos acontecimientos le sirvan para aliviar un poco sus comprensibles pero alicaídas añoranzas.
A Gadafi le espera un final trágico. No solamente por lo que le pueda suceder físicamente (a nadie, por más perverso que sea, se le puede desear la muerte), sino, algo mucho peor: el abandono y la inconsecuencia de amigos que se encargaban de ensalzarlo y de jactarse internacionalmente de su relación con tan excéntrico e indeseable personaje. Sin ir tan lejos, aquel al que se le ocurrió el despropósito de comparar al desalmado Gadafi con el Libertador Simón Bolívar, hoy en día, presurosamente, desmiente que a Gadafi le haya pasado por la mente refugiarse en Venezuela…
Las superpotencias, después de considerarlo un forajido, un terrorista, un paria sin remedio, cayeron a sus pies, encantadas por la riqueza petrolera y sus grandes inversiones en algunos países europeos.
Claro, las amenazas, los bombardeos y ametrallamiento a mansalva de la población civil alzada (los crímenes de lesa humanidad) han hecho reaccionar a quienes complacientemente se negaban a ello, a cambio de mantener sus grandes negociados en esa región del Magreb.