Los egipcios en Venezuela vivieron, asombrados y nerviosos, cómo los jóvenes de su país resistieron en una protesta que obligó la renuncia del presidente Hosni Mubarak.
Cuando Bruno Cruicchi Sarkissian era un niño, recorría de punta a punta y de ida y vuelta la plaza El Tahrir, en El Cairo, para ir a sus lecciones de piano. La recuerda como una explanada enorme que lo separaba de la casa de su profesor de música clásica. Desde el 25 de enero hasta el 11 de febrero, en El Tahrir retumbó otra música menos conservadora: el rugido de una revolución joven y tenaz que logró en menos de 20 días la renuncia del presidente Hosni Mubarak, que se mantuvo 30 años en el poder.
“Recuerdo esa plaza con mucho cariño. En los años cincuenta se llenaba de una manera increíble cada vez que el entonces presidente, Gamal Nasser, daba un discurso. Se abarrotaba tanto como se vio ahora”, dice Cruicchi, de padre italiano y madre egipcia, que en 1959, a los 16 años de edad, dejó su tierra natal para emigrar a Venezuela y formar parte de la pequeña comunidad egipcia que habita en el país.
Cruicchi, actual director del English Lab, sólo regresó una vez a Egipto desde que se vino con sus padres. Fue en 1986.
“Tenemos poca familia allá y es por parte de mi madre; hay muy poca comunicación. Durante las manifestaciones me sentí angustiado porque yo quiero mucho a mi país de origen. Egipto soportó más de 50 años bajo regímenes militares o cuasi militares realmente fuertes y, conociendo la reacción del Gobierno hacia los manifestantes, que siempre ha sido muy dura, temía por la vida de muchos más compatriotas. Me sorprendió enormemente que se lograra la renuncia de Mubarak. Lo atribuyo a una nueva generación que, aunque joven, está cansada y quiere progresar”. La plaza de los recuerdos melodiosos fue hogar para una renovación.
Esa angustia que sintió Cruicchi fue una compañera habitual de los egipcios en Venezuela. Durante las protestas, Karim Mubarak se levantó a las 3:00 de la mañana para llamar desde Maracaibo a sus familiares en Alejandría y El Cairo. En Egipto eran las 9:30 de la mañana, hora en la que se podía burlar, por 40 minutos, el cerco en las comunicaciones durante las jornadas más tensas de la manifestación.
“A partir del cuarto día se complicó la comunicación. Al séptimo ya sabía que podía llamar a las 3:00 de la mañana a toda mi familia allá. Los dos días posteriores fueron en los que sentí más miedo. Twitter y Facebook estaban bloqueados y se veían escenas como las agresiones al Museo Egipcio.
Después de esos tres días todo se fue calmando y se tornó más pacífico, pero nos dimos cuenta de que los jóvenes no se irían hasta que el presidente renunciara. Fue sorprendente”, recuerda Karim, de 25 años de edad, estudiante de Historia en la Universidad del Zulia que, como ayudante de profesor, imparte algunas clases de Egiptología con un relieve de voz irrepetible que sólo la mezcla de árabe con inglés y maracucho puede lograr.
Un Caracazo:
Nacido en España de madre venezolana y padre egipcio, Karim sólo ha conocido a un presidente en el país de sus antecesores y sus añoranzas. “Por lo que me dice mi papá, Mubarak se desvió un poco de su papel inicial de líder que garantizaba la paz y se convirtió en lo que nuestro premio Nobel, El Baradei, llamó la `monarquía nacional’. Cambiamos una monarquía internacional, cuando éramos colonia inglesa, por una nacional. La cereza del helado fue que Mubarak quiso poner a su hijo en la Presidencia. La gran ironía y la rabia es que la gente ve que entra tanto dinero en Egipto, pero hay muchas necesidades. Sin querer dar opiniones políticas, es como acá: ¿cuánto dinero del que entra le llega realmente a la gente?”.
El hastío, ese sentimiento cabizbajo, suele estar detrás de grandes sacudones. Lo que motivó lo sucedido en Egipto le recuerda a Karim los estímulos del Caracazo: “La gente salió a la calle porque estaba muy cansada, sobre todo los jóvenes, como decir el estudiantado de ahora en Venezuela. Fueron los que motivaron a la gente mayor. Mis primos y los jóvenes allá dicen que no hay trabajo. Los arquitectos se van a los Emiratos Árabes, los médicos cardiólogos y oftalmólogos a Estados Unidos. Mi primo desertó de la universidad y se puso a trabajar porque se desilusionó, allá no hay trabajo y los que hay son muy forzados, hay que estar hasta la madrugada atendiendo a los turistas”.
De acuerdo con la Unesco, en 2005 el analfabetismo entre las mujeres egipcias era de 40% y de 25% entre los hombres. El desempleo es de 10%. Mostafa Ahmed Gamal que aunque aprendió hace poco español dice “miamor” con mucha solvencia cree que acá tiene más oportunidades que ensu Egipto natal. Sospecha que es el único estudiante universitario egipcio que hay en Venezuela. Cursa Ingeniería Civil en la Unefa y llegó a este país por amor.
“Hace cuatro años conocí a una venezolana que hacía turismo en El Cairo. Me vine y nos casamos, pero hace casi un año que no estamos juntos”, cuenta Gamal. Como muchos de sus paisanos, tampoco apostaba por la sociedad civil como combustible de los cambios.
“Nunca pensé que la gente iba a ser tan constante. Veía las noticias por el canal de Internet de Al Jazeera, estaba asustado por mi gente. Teníamos 30 años callados. Mi familia allá está muy contenta, era un sueño para nosotros, el fin de la dictadura. Me pidieron que volviera, que Egipto es una madre que fue lastimada por un dictador y hay que ayudarla, pero no lo voy a hacer porque Venezuela me dio lo que Egipto no”.
Karim es más optimista y tiene otros planes. “Ahora es cuando comienza el trabajo de reconstruir la patria, muchos hermanos queremos regresar.
Allá todo está muy tranquilo.
No creo que la gente permita saltar de la sartén al fuego y que se abran las puertas a un caos similar al de Irán con un gobierno extremista. Los egipcios somos comedidos”. En su perfil de Facebook tiene etiquetadas cientos de fotos de las protestas y las celebraciones.
Pocos y diversos:
No más de 100. Ese es el cálculo austero que hacen en la Embajada de Egipto sobre el tamaño de la comunidad de inmigrantes de ese país en toda Venezuela. El perfil, con algunas excepciones, es el clásico del que sale de su patria “con lo puesto” a buscar el chance de ilusionarse: la mayoría son hombres jóvenes llegados al país durante la última década, que trabajan empleados en comercios, son solteros y con manejo informal del idioma español. Y, a diferencia de otras sociedades de migrantes, las redes de conexión entre ellos no son tan ágiles.
“Aquí siempre viene a comer un egipcio que vive cerca, pero no conozco más”, dicen en la pastelería Trípoli de Catia. “Algunos de nuestros clientes son egipcios, pero no sé sus nombres”, señalan en el restaurante Damasco de Chacao. “Nosotros les hacemos las comidas a las fiestas en la residencia del embajador, pero no son más de 30 personas”, cuentan en el Club Libanés de Prados del Este. “La comunidad es muy chiquita. Hay dos tipos de inmigrantes: los que son egipcios musulmanes y los egipcios de otros orígenes, sobre todo europeos hebreos, que vinieron en 1956, provenientes de Alejandría”, indica Cruicchi.
De lejos y con pocos paisanos, la patria se ve más grande. Los vecinos parecen más valientes, las mujeres más bellas, los colores más cálidos.
Enorme y floreciendo, así ve su país Yahya Najm. “Yo me vine a Venezuela en 2001. En ese momento había un desánimo que se acentuó después del 11 de septiembre porque todos los árabes comenzamos a ser sospechosos. Esta revolución fue de los jóvenes, convocada y difundida a través de Internet. Ellos son una nueva generación que pensábamos que no estaba consciente y salieron a la calle como una brisa fresca y cada día florecieron más.
El propio régimen, anticuado, tampoco pensaba que la juventud iba a sacrificarse por su patria. En estas protestas hubo más de 300 mártires por la masacre policial”.
Najm renunció en 2005 a la Embajada de Egipto en Venezuela por su frontal oposición a Mubarak, aunque fuentes consulares afirman que fue expulsado. Dice, sin embargo, que al principio de su mandato, en 1981, el Gobierno era otra cosa. “La esperanza con Mubarak era que pacificara al país después del asesinato de Anwar el Sadat. Durante los primeros 10 años hubo desarrollo, sobre todo en el área de infraestructura y también algo de apertura política, pero se apagó muy rápido en la medida en que el Gobierno comenzó a favorecer a hombres de negocio allegados al Presidente, a magnates, a familiares. Hubo privilegios, estafas, especulaciones, privatización de las principales industrias del Estado y eso frenó el progreso del país, sobre todo de los más pobres”.
Najm lideró la toma de la sede diplomática de Egipto en Caracas el viernes 28 de enero para protestar en contra de Mubarak y el antiimperialismo, ideas que concuerdan con algunos planteamientos del gobierno de Chávez. La acción obligó al embajador a solicitar la protección del Gobierno de Venezuela. El canciller Nicolás Maduro y el ministro de Relaciones Interiores, Tareck el Aissami, acudieron para mediar en el conflicto.
Los funcionarios disuadieron a los manifestantes, pero Maduro no dejó pasar la oportunidad para rechazar “que el Gobierno de Estados Unidos pretenda dictar normas al pueblo de Egipto”.
A pesar de las coincidencias, Najm expone una de sus críticas al ex presidente egipcio: “Mubarak modificó dos veces la Constitución para mantener su influencia en la Presidencia, a través de su hijo. Quería mantenerse en el poder”. Son los trucos de espejos que la realidad a veces le hace a las ideologías.
Cautela:
En una pared de la sede de la embajada hay un afiche del gobierno de Chávez con una foto de Gamal Nasser y una cita de éste llamando a la revolución. Nasser, que participó en el derrocamiento del rey en 1952, nacionalizó la empresa que manejaba el Canal de Suez y se erigió como líder del nacionalismo árabe en la región, es un símbolo de justicia social para muchos egipcios de distintas generaciones. Pero, para otros, su gobierno representó el sobresalto, la huida, el exilio. Es el caso de Lina Roditi.
“Salí de Egipto con mis padres en 1956. Tenía 4 años de edad.
Soy judía y en ese entonces había una gran comunidad judía en Egipto, de más de 150.000 personas. Ese grupo, descendiente de ingleses, franceses e italianos, decidió irse después de que subió Nasser al poder porque comenzó a sentirse el antisemitismo. Mis padres salieron a raíz de la guerra del Sinaí con Israel. Nacimos allá, pero no nos dieron pasaporte egipcio por ser judíos. Salimos con papeles italianos, porque éramos descendientes”.
Para Roditi, Egipto es su madre y sus nostalgias. “Cuando tenía 70 años de edad la llevamos porque quería volver a su tierra. Mis padres me contaban que, cuando Egipto era colonia inglesa, El Cairo era una ciudad casi europea, muy cosmopolita. Yo conocí Cuba hace 11 años y la sensación que tuve ahí fue la misma que sentí en El Cairo: una ciudad a la que no le habían pintado una pared en 50 años”.
Roditi, que tiene una relación más pragmática con su país de nacimiento, es cautelosa sobre la revolución de enero: “No sé si es más peligroso lo que pasó que lo que estaba antes. Me parece un abuso que una persona se quede 30 años en el poder y estoy de acuerdo con lo que los jóvenes hicieron para vivir en una patria en libertad, pero en un país con 80 millones de habitantes, donde hay una mezcla muy explosiva de creencias, puede aparecer algún extremista y prender una chispa. Esperemos que lo que suceda esté bien manejado”.
Relaciones con bajo perfil:
Por esa razón, las visitas a Egipto no figuran en las giras por la región.
E n 1969, en la revista Política que editaba Acción Democrática, Juan Pablo Pérez Alfonzo escribió un artículo elogioso de los resultados de la nacionalización de la empresa anglofrancesa que manejaba el Canal de Suez, hecha en 1956 por el entonces presidente Gamal Nasser.
“Pérez Alfonzo explicaba que Egipto obtuvo más ingresos y mayor volumen de tránsito una vez nacionalizada la empresa. Esto reflejaba el aprecio que sentían los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni por la gestión en Egipto, pues en la Acción Democrática de aquel entonces Pérez Alfonzo era un portavoz”, recuerda Mazhar al-Shereidah, profesor del posgrado de Hidrocarburos de la Universidad Central de Venezuela.
Al-Shereidah también ofrece otra referencia histórica: en 1959, un año antes de la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo, una nutrida comisión técnica de venezolanos viajó a El Cairo con motivo de la celebración del I Congreso Árabe de Petróleo, que se llevó a cabo en la capital egipcia porque ésta siempre fue la sede de la Liga de Estados Árabes. “El pacto de caballeros entre los cinco países fundadores de la OPEP se gestó en El Cairo”.
Estas historias adquieren pertinencia si se comparan con el recato de las relaciones actuales entre el Gobierno de Venezuela y el de Egipto, a pesar de que durante la gestión de Hugo Chávez se han intensificado los convenios con naciones del Medio Oriente como Libia e Irán.
Julio César Pineda, ex embajador de Venezuela en Libia y ante los Emiratos de Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, considera que es un error de la Cancillería no comprender la importancia de Egipto en el equilibrio político de la región. “Las relaciones de Venezuela con esos países es eminentemente con los que son miembros de la OPEP. Aunque Egipto produce petróleo para consumo propio, no pertenece al organismo. En la planificación de las giras de la Cancillería no se toma en cuenta Egipto, pero eso es no valorar que se trata del corazón del mundo árabe, de donde sale la representación del Islam más importante. La visión de Venezuela es pragmática y capitalista”.
Recuerda que durante los gobiernos de AD y Copei, la residencia del embajador en El Cairo era una casona a orillas del Nilo que con frecuencia se convertía en un centro cultural. “Esa casa se entregó, ya no existe”, dice.
Petróleo y moderación. Daniel León, internacionalista venezolano con posgrado de Ciencias Políticas en la Universidad Americana de El Cairo, dice que la Embajada de Venezuela en Egipto es de bajo perfil.
“Nada más están el embajador y el cónsul. No ves por allí a ningún vocero destacado del gobierno de Chávez”.
Al-Shereidah coincide con Pineda en que las pocas conexiones entre los países que redundan en la escasa inmigración egipcia en Venezuela y viceversa no tienen una razón ideológica por el acercamiento entre el gobierno de 30 años de Hosni Mubarak y Estados Unidos e Israel. “Durante un período muy largo hubo rumbos ideológicos diferentes. El Egipto de Nasser, hasta septiembre de 1970, era unionista árabe, 970, era unionista árabe, dólares , señala Pineda.
socialista y de acercamiento al bloque soviético. Todo lo cual no tenía aplicación en el caso de Venezuela, que iba por el camino contrario. Después de la muerte de Nasser hubo un giro hacia la derecha y Occidente, más específicamente hacia Estados Unidos. Se pudiera decir que las diferencias en la visión ideológica, en teoría, desaparecieron; pero esto no llevó en ningún momento a un acercamiento o una profundización de las relaciones comerciales, turísticas, científicas, deportivas o universitarias. Únicamente recuerdo, en los años 1970, que Venezuela se interesó en unas semillas de algodón egipcias caracterizadas por dar una fibra larga”, señala el profesor.
La postura de Chávez después de las recientes manifestaciones ha sido moderada.
Un comunicado presidencial anuncia que Venezuela “ofrece su voluntad fraternal a Egipto para construir un mundo pluripolar de igualdad y de justicia, sobre la base de auténticas relaciones de amistad y cooperación”.
Algunos analistas han señalado que Pdvsa es una de las beneficiadas por la crisis en Egipto, gracias al aumento del precio del barril de petróleo.
Los números no fueron tan optimistas como presagió el ministro de Energía y Petróleo, Rafael Ramírez. “El Gobierno maneja una visión militar de los conflictos y creían que el barril llegaría a 200 dólares, pero el precio subió a 100 o 110 dólares”, señala Pineda.
Por: LAURA HELENA CASTILLO
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