“Internet es un campo de batalla”
La frase pertenece a un experto cibernético cubano y fue dicha a un grupo de militares de ese país en junio de 2010, para instruirlos en el peligro que representaba la existencia de blogueros independientes y el acceso a las redes sociales, las herramientas por excelencia de la nueva generación de disidentes.
“Ahora tenemos un departamento para trabajar contra los blogueros”, anunciaba el disertante en un video filtrado, en referencia a la sección especial creada dentro del ministerio del Interior. Un clásico de los sistemas dictatoriales. Según él, tanto la “Revolución verde” de Irán como la “naranja” de Ucrania fueron creadas cuando las redes sociales convocaron a la gente a protestas callejeras y luego propagaron noticias sobre las mismas. Si aquellos procesos inquietaron a las autoridades cubanas, ¿qué decir de las recientes revueltas en el norte de África?
En concreto, el castrismo pone las barbas en remojo, consciente del riesgo de contagio cibernético del ánimo de revuelta que embarga por estos días en distintos países del mundo a ciudadanos hartos de la opresión y la censura.
Evaluando si lo sucedido en Túnez -donde la revuelta popular derribó al presidente autocrático Ben Ali- podía replicarse en Irán, una periodista iraní, Hamdam Mostafavi, explicaba que en el primer país fue la miseria la que empujó a los jóvenes a las calles; en Irán, en cambio, el móvil de la protesta de junio de 2009 que el régimen ahogó en sangre, fue la búsqueda de libertad.
Pues bien, en Cuba ambas reivindicaciones están presentes. A una cotidianeidad marcada por la lucha por sobrevivir en un país arruinado por la planificación económica y el cerrojo echado a toda iniciativa particular, se suma el adoctrinamiento continuo desde la primera infancia, el culto a la personalidad de Fidel y la negación de derechos tan básicos como el de libre expresión, asociación y circulación.
Hace tiempo que una nueva camada de disidentes cubanos, en su mayoría jóvenes que rondan la treintena, protagoniza una constante crítica al régimen y a la dureza de la vida cotidiana bajo un sistema que ha fracasado en el mundo pero que el castrismo se empecina en mantener en la isla a costa del bienestar de actuales y futuras generaciones.
Es un hecho que la comunicación virtual desafía el monopolio de la información al que son tan afectos estos regímenes dictatoriales. Cuba no es la excepción. Irónicamente, el castrismo acusa a los Estados Unidos de impedirle el acceso a Internet a la vez que censura los contenidos de la red y dificulta su uso a los propios ciudadanos cubanos.
La herramienta elegida por la juventud contestaría es la única posible, ya que todo otro medio de comunicación está sometido a un monopolio estatal sin fisuras. Es que el hombre fuerte de este régimen, Fidel Castro, le teme al poder movilizador de la información y por eso ha acaparado la palabra. Su retiro de la función pública, hace tres años, no ha modificado esto en lo esencial. Su hermano Raúl, en quien delegó la presidencia, pretende hacer tibias reformas económicas sin aflojar el puño de hierro que pretende encerrar la mente de los cubanos.
El régimen anuncia ahora con bombos y platillos que con auxilio de la Venezuela de Hugo Chávez, la isla podrá por fin estar conectada a la red mundial superando el supuesto boicot de los Estados Unidos. Pero no se aclara que el acceso a Internet en Cuba está restringido al alto funcionariado y a algunos hoteles de lujo. Los blogueros cubanos son más leídos en el exterior que en el propio país.
En el único diario que circula en la isla -el Granma, órgano oficial del único partido existente, el comunista- pueden leerse titulares tales como: “Fidel siempre tuvo razón”. Daría risa si no fuese que detrás de sus 50 años de dictadura se acumulan infinitos sufrimientos.
No será fácil revertir años de adoctrinamiento, de ausencia de práctica democrática, de miedo a decir lo que se piensa y de autocensura para sobrevivir.
El régimen castrista sabe que debe mantener el cerrojo en las conciencias e impedir el debate si quiere durar. Cualquier apertura democrática implicaría el fin de los privilegios para una elite burocratizada, que no padece las privaciones de los demás ciudadanos.
Lo sabe bien Fidel Castro, por eso en 1989 condenó la perestroika y la glasnost, los procesos que llevaron a la caída del régimen soviético, y se abroqueló en su sistema. Por eso dijo más adelante que el pluripartidismo era una “pluriporquería” y por eso desoyó el llamado de Juan Pablo II a que el mundo se abriese a Cuba y Cuba al mundo. Lo primero ha sucedido; hoy La Habana tiene relaciones diplomáticas con casi todos los gobiernos del mundo. Pero la respuesta de Fidel Castro fue encerrar aún más a los cubanos. La apertura no es su negocio sino su perdición.
Egipto es una lección tanto para el régimen como para el pueblo cubano. Al primero le indica que una liberalización informativa le sería fatal. Al segundo que las tecnologías de la información pueden ser una poderosa herramienta para acelerar la historia. ¿Quién aprenderá primero y mejor?
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