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Milagros Socorro: Virgen de Caracas

Nelson Garrido 1952, Caracas, Venezuela. Cursó estudios en Italia, Francia y Chile y Fotografía en el taller del artista Carlos Cruz Diez, en París, en los años 1966-67.

“Si ese niño Jesús fuera venezolano”

 

Este jueves fui a la sede de la Organización Nelson Garrido, donde funcionan, entre otras muchas cosas, una escuela de fotografía y varias salas de exposición. Quería ver la muestra Luchando con rimas, del fotógrafo cubano Oscar B. Castillo, quien exhibe allí un seriado documental sobre protagonistas del hip hop underground en Cuba, toda una revelación puesto que los artistas de este género deben someterse a la censura de los CDR (comités de defensa de la revolución), integrados, como puede verse en las fotografías, por seres patéticos que no tienen idea de nada salvo de la dura lid por precaria supervivencia y, en consecuencia, de lo que pueda percibirse vagamente como crítica a Fidel Castro.

Me encontré con que la noche anterior Nelson Garrido, Premio Nacional de Artes Plásticas 1991, había terminado la obra que ilustra esta nota. La virgen de Caracas, es el título.

Su obra se basa en una constante experimentación de medios expresivos y un profundo cuestionamiento del sistema de normas y creencias socialmente aceptado.

Es una superproducción que comprende una puesta en escena con actores, fotografiada con cámaras analógica y digital para hacer un montaje digital. El resultado es una obra de 160 por 3 metros, impresa en giclé, técnica que consiste en inyectar tinta a una tela. Es una visión estremecedora de la violencia en Venezuela y del montón de víctimas que reclama cada hora.

Lo que vemos es una ruma de cuerpos exánimes yacentes en un mar de sangre. Y sobre la escalofriante pila de miembros revueltos en la orgía de la muerte, una joven recién parida, aun con los muslos regados de sangre, que llora mientras retiene contra su pecho un niño. “Si ese niño Jesús fuera venezolano”, dice Nelson Garrido con expresión grave, “no sería necesario organizarle una crucifixión: moriría en la infancia por una bala perdida o caería en la calle cuando tuviera entre 16 y 25 años, edad en la que mueren los venezolanos pobres”.

A lo largo de su explicación, su voz va a quebrarse varias veces. En la medida en que se contempla, la obra va creciendo en belleza y espanto. Esta pieza es una actualización, digamos, de Nuestra Señora de Caracas, anónimo de 1766, una de las dos primeras pinturas que muestran panorámicas de la capital venezolana.

Nelson Garrido ha incluido una corte celestial compuesta por ángeles y arcángeles representados por jóvenes desnudas cuya piel evidencia marcas impresas por el traje de baño. Estas criaturas seráficas dispuestas sobre la cabeza de la virgen lanzan bombas lacrimógenas sobre Caracas, blanden cuchillos, empuñan pistolas y alguno hay que manipula vísceras humanas aún palpitantes. “Esa Virgen es un homenaje a todas las mujeres de Venezuela. Son madres, esposas, hijas, que viven el calvario todos los días de su vida, ya porque deben enterrar un ser querido o porque viven aterrorizadas de que llegue ese día nefasto”.

En la tonga de muertos podemos ver: dos cuerpos en la morgue con bolsas plásticas en el frío regazo donde están guardadas las pertenencias de los occisos “con excepción del dinero”, dice Garrido, “porque siempre se lo roban”. Una muerta tirada junto a un celular. Un hombre que ha perdido la boina roja al ser alcanzado por el plomo. Un niño desmadejado sobre el caballito de madera con la cabeza destrozada por un disparo. Una bandera tricolor tinta en sangre.

Una mujer morena con el pañito terciado en el hombro y una foto de un muchacho, “es la imagen emblemática que vemos en los periódicos de las madres preguntando por los hijos en la morgue”. Y están las dos portadas de El Nacional censuradas por mostrar esa “promiscuidad que es la muerte violenta en Venezuela: los cuerpos se amontonan. La sangre de uno salta sobre la del paisano que todavía no se ha secado en el pavimento”.

Que nadie se desentienda de esto ­clama Garrido-. “Si las siluetas de tiza de los muertos se trazan sobre una anterior, los vivos estamos sobre un polvorín”.


Por: Milagros Socorro
msocorro@el-nacional.com
Política | Opinión
EL NACIONAL

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