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ANÁLISIS: “El Presidente patea la mesa para desviar la atención de la crisis”

Por séptima vez en 12 años el jefe del Estado dio al traste con el diálogo. Cinco días le duró a Chávez el tono conciliador mostrado en la Asamblea hace una semana.

Oscar Schemel considera que la oposición
no debe caer en trampas simbólicas

 

El tono conciliador del discurso de 50.831 palabras pronunciado por el presidente Hugo Chávez hace 7 días durante 7 horas y 7 minutos desapareció en tiempo récord, si se compara con los 6 anteriores llamados al diálogo formulados por el primer mandatario desde 1998.

Apenas cinco días después de enfatizar en la necesidad de buscar coincidencias y de calificar de adversarios ­no de enemigos­ a quienes no comulgan con su gobierno, el jefe del Estado dio al traste con el mensaje: “Ese debate en la Asamblea es bien bueno ­dijo en referencia a la sesión del pasado martes­ porque le quita la máscara a estos voceros de los burgueses que se llenan la boca diciendo que defienden al pueblo, pero vienen a desmontar las leyes que favorecen al pueblo. Les he tendido la mano para incentivar el diálogo de altura, con respeto, pero vean su respuesta, dicen que todo o nada, entonces vayan a lavarse ese paltó”.

El retorno del Presidente a su verbo cotidiano se produjo justamente el día que la bancada de Un Nuevo Tiempo presentó a la consideración del Parlamento una agenda para el diálogo que incluye temas sociales, políticos y económicos. Pero el jefe del Estado, que acusó de sordos a sus amigos de cinco días, parece no haber captado la oferta y justificó el retorno del discurso de confrontación con el sostenido rechazo de la oposición a la Ley Habilitante.

El experto en análisis de opinión pública Oscar Schemel cree que el llamado al diálogo cumplió sus objetivos: desviar la atención de la memoria y cuenta y evitar el debate nacional sobre una gestión de gobierno ineficiente que se manifiesta en la crisis por falta de viviendas, la devaluación del bolívar, las expropiaciones, la inflación y la inseguridad personal.

Schemel recordó que el primer mandatario es un comunicador nato y asume un discurso de acuerdo con la audiencia, es por eso que el desmontaje de la efímera reconciliación se produjo el jueves durante un encuentro con los denominados movimientos de pobladores en Antímano.

“El 15 de enero el Presidente le habló a una audiencia integrada por el cuerpo diplomático acreditado en el país, gobernadores, alcaldes, los diputados recién instalados y al pueblo opositor que siguió el acto por televisión, y él siempre buscar maquillar, suavizar ante ese tipo de auditorios”, dijo.

 

Sin sorpresas:

El analista de opinión pública resumió: “El discurso presidencial ante la Asamblea se centró en decir: `Yo soy el bueno y ustedes los malos, qué bueno que están aquí y recorren la ruta democrática, ya dejan de ser golpistas’; por eso era un llamado tramposo que buscaba polarizar y estigmatizar al adversario para impedirle, así, convertirse en alternativa, pues de entrada anulaba cualquier diálogo”.

Schemel asegura que la actitud del jefe del Estado no debería tomar por sorpresa a la oposición: “A estas alturas ya deberían haber comprendido, entendido y evaluado la estrategia del adversario para no caer en estas trampas simbólicas. Lamentablemente, la oposición cayó en esa agenda porque no tenía una propia”.

Recordó que en el acto del sábado pasado el Presidente exhortó a cualquiera de los presentes a ponerse de pie y responsabilizarlo por la inseguridad: “Nadie se paró. Fue un momento de oro que desperdiciaron. Esa hubiera sido la foto del día siguiente y la delincuencia hubiera sido el tema, pero se quedaron callados”.

En su opinión, la falta de sinceridad del tono presidencial fue parte de la manipulación de la opinión pública para, finalmente, convertir a la oposición en saboteadora del diálogo.

“Luego del debate del jueves, la respuesta del Presidente encajó perfecto: `Les ofrecí diálogo y lo que vinieron fue a criticar’. Es claro que forma parte de una estrategia que le permite estigmatizar al adversario, desviar la atención sobre los problemas fundamentales y polarizar el discurso”.

Barajita repetida:

El 13 de abril de 2002, tras el golpe de Estado que lo sacó del poder, Chávez, crucifijo en mano, invocó a Dios: “Para que nos demos las manos todos los venezolanos”.

La oposición emprendió acciones ante el Poder Judicial contra el Ejecutivo por las muertes de abril, y el 23 de junio de ese año el Presidente los acusó de querer darle un golpe institucional y amenazó con una revuelta militar y popular si resultaba culpable.

Semanas después, el 28 de octubre, en la víspera de una visita a Venezuela del mediador César Gaviria, Chávez volvió a llamar al diálogo como vía para lograr consensos, y el 2 de diciembre, primer día del paro nacional, llamó violentos, subversivos y desestabilizadores a sus convocantes.

El 13 de agosto de 2004, dos días antes del referéndum revocatorio, invitó a la oposición a reunirse y conversar con respeto. En diciembre de ese año aseguró que en el país no había una oposición seria y que se manejaba con agendas desestabilizadoras.

El 30 de marzo de 2006, cuando recibió al recién designado cardenal Jorge Urosa, el presidente Chávez llamó a emprender un permanente diálogo sin agenda oculta y pidió que el acercamiento se diera sin manipulaciones, para aislar a las minorías que promovían el odio. En octubre de ese año, en plena campaña por la reelección presidencial, Chávez acusó a la oposición de preparar acciones violentas para desconocer su inminente triunfo.

“Son apátridas”, dijo.

El 4 de marzo de 2007, cuando preparaba su propuesta de reforma constitucional, el jefe del Estado invitó a todos los sectores a participar en un diálogo nacional sobre el socialismo sin dejar de lado a ninguno de los interlocutores. Ya en noviembre, tildó a sus adversarios de antidemocráticos, y el 3 de diciembre, cuando se conocieron los resultados de la consulta, Chávez calificó el triunfo del No opositor a la reforma de “victoria de mierda”.


Por: MARU MORALES
mmoralesp@el-nacional.com
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