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    Una mirada interior: Cuando había memoria y cuentas

    En esta foto se muestra al Presidente Luis Herrera Campins presentando su memoria y cuenta, por allá por el año 1983

    En 1983, cuando Luis Herrera
    presentó su IV memoria y cuenta

     

    Durante muchos años, el acto oficial más importante del calendario venezolano fue la presentación, por parte del Poder Ejecutivo, de su memoria y cuenta. Y lo era no sólo porque concentraba la presencia de todos los poderes públicos y del cuerpo diplomático, sino porque su esencialidad democrática recordaba con trazos firmes e inequívocos la separación de poderes y la jerarquía constitucional del poder contralor radicado en el entonces Congreso Nacional.

    En las décadas entre 1970 y 1990, el Palacio Federal Legislativo, o el Capitolio, era tierra de libre y diario tránsito para los reporteros de los distintos medios. No solamente para quienes cubrían el Congreso, sino para todos los que nos movíamos por el centro de aquella Caracas. Los palcos de prensa de los dos hemiciclos, pero particularmente el correspondiente a la Cámara de Diputados, constituían verdaderas oficinas para aquel grupo de periodistas.

    Cuando se acercaba la fecha de la presentación de la memoria y cuenta se alteraba en algo la rutina del Capitolio.

    Los arreglos y cambios en el hemiciclo del Senado, donde casi siempre se desarrollaba el acto, movilizaban a obreros y supervisores; los jardineros y pintores se ocupaban de que el verde y el blanco lucieran impecables.

    En aquellos tiempos, que hoy parecen tan lejanos, la puntualidad era parte del protocolo.

    En 1983, cuando Luis Herrera presentó su cuarta memoria y cuenta, el Presidente entró al recinto a las 10:08 de la mañana. Esos ­los ocho minutos, digo­ constituían el retraso, aunque la sesión no se instaló hasta las 10:30 am.

    En general, los informes de Luis Herrera solían ser extensos; el de 1983 finalizó a la 1:06 pm. En menos de 3 horas el Presidente, cuartilla en mano, dibujó prolijamente, con fechas y cifras, lo realizado durante el año y le sobró tiempo para hacer anuncios e incluso encomiar alguna propuesta de la oposición. En aquella oportunidad apenas habían pasado 20 días desde el tristemente famoso Viernes Negro.

    Un suceso inesperado le robó al presidente Herrera buena parte del protagonismo que le correspondía. El editor de la revista Resumen, Jorge Olavarría, contra quien pesaba una medida de arresto ordenada por el Gobernador del Distrito Federal, Rodolfo José Cárdenas, se presentó sorpresivamente en la sesión, a cuyo término se abrazó al entonces Fiscal General, Pedro J. Mantellini, para retirarse sin que lo apresaran.

    El zaperoco fue de marca mayor y acompañó hasta la calle a “los abrazados”, rodeados de policías, fotógrafos y reporteros. A las puertas del Capitolio, un carro los recogió. El chofer era un comisario de la Policía Metropolitana.

    Los informes de los presidentes, siempre leídos y no improvisados, no solían durar más de dos horas, y no dejaban nunca de ocuparse de la materia económica. Siempre había espacio e interés para referirse a todos aquellos temas que interesaban al país y a quien gobernaba. Eran otros tiempos.

    Por: R. N. G.| Historia
    EL NACIONAL

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