Destino trágico…
Su familia perdió una corona. La dictadura prooccidental de su padre dio paso a un régimen fundamentalista religioso que ha convertido a su país en una anomalía en la escena internacional. A los 12 años de edad tuvo que huir de Irán y se refugió en Nueva York, el principio de un largo exilio que, pasando por Egipto y regresando a Estados Unidos, sólo le provocó una profunda insatisfacción.
Alireza Pahlevi falleció el martes en su casa de Boston.
A los 44 años de edad era un experto en la historia y la cultura de una patria que nunca pudo volver a visitar, hijo segundo de una familia que aún recuerda con la misma amargura del primer día su expulsión de Teherán en un día de enero de hace 32 años.
“Al igual que millones de jóvenes iraníes, a él le apenaban todos los males caídos sobre su amada patria, así como el tener que soportar la carga de la pérdida de un padre y una hermana en su joven vida”, dijo la familia en un comunicado.
“A pesar de que luchó durante años para superar su dolor, finalmente sucumbió, durante la noche del cuatro de enero de 2011, en su residencia en Boston, donde se quitó la vida, sumiendo a su familia y amigos en un gran dolor”.
A su salida de Irán, el sha Mohamed Reza Pahlevi, había deambulado con su séquito por el norte de África, a la espera, inútil, de la caída de los ayatolás liderados por Ruhollah Jomeini. Fue huésped incómodo de Egipto y de Marruecos. Era un gobernante depuesto, amigo de América, repudiado por los devotos clérigos musulmanes de Irán.
Cuando pidió, indirectamente, entrar a Estados Unidos, se le dijo discretamente que la cuestión era peliaguda. Jimmy Carter buscaba buenas relaciones con los ayatolás.
Pero el sha tuvo que vagar por las Bahamas y por México, hasta que, enfermo de cáncer, fue admitido el 22 de octubre de 1979 en Nueva York para ser operado. Estaba todavía en el hospital, 13 días después, cuando los revolucionarios iraníes asaltaron la Embajada estadounidense en Teherán y exigieron la extradición del derrocado monarca a cambio de las vidas de 52 rehenes. Pronto, el sha regresó a El Cairo, donde Alireza Pahlevi estudió en el Colegio Americano. Su padre murió en 1980 y su madre y hermanos regresaron prontamente a su exilio norteamericano.
Así fue la breve vida errante de Alireza Pahlevi, el segundo príncipe de Persia: siempre callado, siempre en la sombra.
Cuando a su hermano y aspirante a la corona de un país ya sin reyes, Reza, se le acusó de alentar las protestas callejeras contra la reelección de Mahmud Ahmadineyad, en 2009, Alireza se mantuvo en discreto segundo plano. El príncipe heredero se colocó, desde el momento de la muerte de su padre en 1980, en el centro de todas las especulaciones sobre conspiración para derrocar a los ayatolás y dar marcha atrás en Irán. Con los años, pasó a defender una transición a un régimen democrático, lejos de la autocracia asumida e impuesta por su padre.
Mientras, su familia se desintegraba:
Leila Pahlevi, la hija menor del sha y Farah Diba, amaneció muerta en un hotel de Londres a los 31 años de edad, en 2001. Fue sobredosis de un somnífero, Secobarbital, y algo de cocaína, según la autopsia. Los medicamentos se los había robado a su médico.
“En el exilio desde los nueve años, nunca superó la muerte de su padre, su majestad Mohamed Reza Sha Pahlevi, de quien se hallaba muy cerca”, dijo su madre en un comunicado. “No pudo soportar vivir lejos de Irán y compartía de todo corazón el dolor de sus compatriotas”.
Según la familia destronada, el mismo dolor se llevó por delante a Alireza Pahlevi. En su exilio americano se adentró en los prolijos pasadizos de la historia de su país. Primero, estudió musicología en Princeton.
Luego pasó a Columbia, a perfeccionar sus conocimientos en historia iraní con un máster. En Harvard añadió filología y estudios de historia antigua persa. De acuerdo con su madre, disfrutaba del paracaidismo, el buceo, el vuelo y la lectura. Nunca se casó.
Vivía en Boston. No regresó a Teherán.
MUNDO | DAVID ALANDETE
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