“Aquí no tenemos mañana”

Los vecinos de Telares de Palo Grande protestaron ayer para exigir soluciones. El terreno continúa cediendo y los cables de alta tensión obstaculizan el paso por la vía que aún queda en pie.

La calle principal de Colinas de Telares de Palo Grande parece que hubiese sido bombardeada. Esta es la única vía que comunica el barrio más grande de Caricuao con la avenida Ruiz Pineda. Los desniveles de la vereda, producidos por los deslizamientos de tierra, alcanzan hasta 50 centímetros y el derrumbe se tragó un vehículo completo. Como si esto fuera poco se cayeron los postes de cable de alta tensión y penden peligrosamente a lo largo de la vía, al ras del piso.

De fondo, es posible ver un boquete que expulsa constantemente aguas negras. El tramo más estrecho de la carretera, por el que aún pueden pasar motos y transeúntes, no alcanza los dos metros de ancho.

Los vecinos protagonizaron ayer una protesta en la avenida principal de Ruiz Pineda. Con pancartas y consignas exigían ser atendidos. Cerraron el paso vehicular desde las 7:00 de la mañana hasta después de mediodía. “No hay agua, no hay gas, no recogen la basura.

Nosotros no queremos molestar a nadie con estas acciones, pero cómo hacemos. Estamos desesperados”, afirmó, Teresa Conforme.

Telares de Palo Grande es la zona más crítica, pero la situación también afecta la provisión de servicios básicos para sectores aledaños como Pedro Camejo, La Montañita, Pipe, El Módulo, El Mamao y El Moscú, entre otros. En total, los cálculos de los consejos comunales de la zona indican que hay 35.000 familias que han sufrido las consecuencias de los torrenciales aguaceros de diciembre en la zona.

Kathy Urbina no es muy alta, sin embargo tiene que agacharse para no tropezarse con los cables. Lleva tomados de la mano a sus dos hijos. “En el sector El Módulo no tenemos ni agua ni luz desde que empezaron las lluvias. Nos las hemos ingeniado entre los vecinos, pero cada vez que llueve hay deslizamientos y bajar hasta la avenida de Ruiz Pineda supone caminar media hora”, señaló.

Bomba de tiempo:

“Nosotros no tuvimos Navidad”, indicó la vecina Dani Urbieta. “El 25 de diciembre, cuando empezó a llover, los postes de luz echaban chispas y tuvimos que cargar a un tío enfermo de un lado para otro. Primero lo llevamos a una de las casas, pero sonaba mucho; luego lo subimos a otra y allí esperamos todos que escampara”.

Hoy la mujer tiene todos sus enseres en la calle. “Estamos desocupando, porque ya no podemos estar en nuestra casa”, indica preocupada. Tampoco tiene familia a la cual recurrir en busca de cobijo, pues todos son vecinos y sus hogares están en una situación similar: agrietados, inestables, a punto de caerse. “Defensa Civil vino y nos dijo que teníamos que desalojar, que estábamos sobre una bomba de tiempo pero eso tampoco es tan fácil. Nos dijeron que no hay refugios y nosotros no nos vamos a ir así como así”, señaló.

A Manuel Omar Molina no le quedó más remedio que desalojar. Ayer vaciaba lo que quedaba de su taller y domicilio, ubicados en la parte superior de la construcción.

“Somos 11 personas que nos fuimos a un refugio familiar, es decir, a casa de mi mamá”, afirma bromeando. En un recorrido por su vivienda señaló un manchón blanco en la pared. Asegura que es cloro y sal proveniente de las aguas servidas que han horadado el terreno. “Esto se agrietó de un día para el otro. Las vigas se partieron anteayer”, indicó.

Para él, el futuro es incierto.

No sabe si el Gobierno les proveerá vivienda o no. “Estamos todos afectados por las aguas negras y aquí lo que mandan es puro pote de humo”, aseveró, refiriéndose a los funcionarios que han visitado el lugar las últimas semanas para hacer evaluaciones de la situación.

Inseguridad incólume. Un poco más arriba, también en el sector Sucre, hay casas que están completamente derruidas. Había un proyecto de escuela, pero se paralizó cuando los expertos dictaminaron que la zona no era apta para la construcción. Igual, transcurrido un tiempo, algunas personas invadieron y edificaron viviendas que actualmente están vacías. La calle tiene enormes grietas y la basura se acumula en el mismo lugar desde el 21 de diciembre, fecha en la que pasó por última vez un camión recolector.

En la puerta del hogar de Pedro Gil está escrito con spray amarillo “Desalojados”.

A él y a su familia lo mandaron para un refugio, tal como ocurrió con otras 1.200 familias que corrieron igual suerte. Su casa está al lado de una pendiente de tierra, en la que todavía hay restos de los ranchos que se vinieron abajo. “Estamos esperando que venga enero y nos digan qué van a hacer con nosotros”, aseveró Gil, quien trabaja en una cooperativa. Por lo pronto, pasa todo el día en su casa para evitar que se lleven sus pertenencias, porque otra de las grandes preocupaciones de los vecinos es la inseguridad. Denunciaron que el 25 de diciembre, en el único paso peatonal que está abierto hacia el barrio, los malandros de la zona asaltaron a 60 personas aprovechando la época navideña.

Hace 15 días, Zoraida de Rengifo sufrió un preinfarto. Ella asegura que se debe a la situación de angustia en la que viven. “No podemos dormir porque las casas están temblando, hacen ruido en la noche y nosotros lo único que queremos es que venga alguien para que nos informe y nos diga qué hacer”.

Laudy Rondón también exige respuestas. Está muy preocupada por el destino de sus vecinos, pues ella no es particularmente afectada.

“Nos dicen que hay que esperar por las reuniones, por las mesas técnicas, nos piden que esperemos a mañana. Pero el problema es que nosotros, aquí, no tenemos mañana”.

LAURA WEFFER CIFUENTES
lweffer@el-nacional.com
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