La «obligación» de emigrar alcanza
cada día a más personas
Y las estadísticas lo confirman. Los historiadores y expertos en demografía suelen defender la máxima de que «nadie emigra si no es por obligación». La crisis que lleva azotando con especial saña al Archipiélago desde el último trimestre de 2007 refrenda lo anterior. Los ciudadanos de las Islas, tanto aquellos a los que con mayor fervor defienden en sus derechos —especialmente en los laborales— los partidos políticos nacionalistas como aquellos otros que no nacieron en la región, convienen cada vez en mayor número en que el mejor futuro ya no está en Canarias. La «obligación» de emigrar, pues, alcanza cada día a más personas. Y las estadísticas lo confirman.
A 1 de octubre de 2007, día que podría tomarse como el del estallido de la crisis, el Censo Electoral de Españoles Residentes en el Extranjero (CERA) calculaba en poco más de 70.000 —exactamente, en 70.162— el número de canarios que, por entonces, vivían fuera del Archipiélago. Han bastado apenas tres años y un mes, los últimos datos del CERA corresponden al pasado 1 de noviembre, para que esta cifra aumente en casi 30.000 personas: son ya 96.894 los isleños expatriados; es decir, en términos exactos, 26.732 más que cuando comenzó el peor periodo económico de los últimos 40 años. Este notable incremento se explica solo en parte por la situación de los jóvenes, hartos del desempleo galopante que azota al tejido productivo de la región, lo que les ha empujado a «buscarse la vida» fuera de las fronteras insulares.
En cualquier caso, cuando se alcanza a comprender realmente la magnitud del fenómeno es al cotejar los datos referidos con los que arrojó el último trienio de bonanza económica, el comprendido entre 2004 y 2007. Así, a 1 de octubre de 2004, eran cerca de 60.000 (58.898) los canarios registrados por el CERA. Hasta el mismo día de 2007 —ese en que el número creció hasta los citados 70.162— el aumento resultó en, exactamente, 11.264 personas, menos de la mitad de los 26.732 que han dicho adiós a la región en los tres años de crisis. En términos relativos, mientras que entre 2004 y 2007 el incremento fue del 19 por ciento, entre 2007 y 2010 —esto es, en tiempo de crisis— supera ligeramente el 38 por ciento.
Pero es que la sociedad canaria no experimentó un avance tan acentuado de su número de exiliados ni siquiera en el lustro previo a la crisis, es decir, de 2002 a 2007. En esos cinco años, el aumento solo fue de 17.458 personas, casi 10.000 menos que las 26.732 a las que ha impulsado la crisis en apenas tres años. El goteo, por tanto, no cesa, y amenaza con ir en avance conforme las estrecheces económicas y financieras sigan arraigando.
Ritmo de salida:
También ayuda a comprender la magnitud del problema el ritmo con que los canarios abandonan la región para probar suerte en otros países. De nuevo entre 2002 y 2007, la cifra de exiliados aumentó, de media anual, en menos de 3.500 personas. Durante la crisis, han dicho adiós cerca de 9.000 residentes cada año. En consecuencia, el Archipiélago pierde cada día un importante y creciente caudal de «capital humano» que ya no contribuirá a la recuperación económica, y por ende social, de las Islas, lo que añade un problema más al tejido productivo de la región.
En cuanto a los destinos hacia donde marchan los expatriados canarios, resulta llamativo comprobar cómo Venezuela y Cuba —otrora países que acogieron a un sinfín de emigrantes de las Islas— han recibido a un importante número, acaso viendo así regresar a quienes años antes hicieron el trayecto contrario. Sea como fuere, la llamada «octava isla» —Venezuela— ha pasado de dar cobijo a poco más de 44.000 canarios, allá por octubre de 2007, a más de 52.000. En el caso de Cuba, de albergar a casi 11.000 electores canarios, cuenta ahora cerca de 25.700. Esta situación pone de manifiesto que esta especie de «éxodo silencioso» tiene mucho que ver con cómo un buen número de personas que en su día vinieron a labrarse un futuro en la comunidad —en gran número desde Venezuela y Cuba— están rehaciendo sus maletas para regresar a sus orígenes, lo que demuestra el alto componente de autorregulación que caracteriza a los flujos migratorios, esos a los que tanto temen determinadas formaciones políticas. Este fenómeno, junto al hartazgo de una juventud que encuentra en Reino Unido, Estados Unidos e incluso Argentina mejores oportunidades, se nutre de la crisis, y esta, a su vez, se alimenta de aquel.
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