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MILAGROS SOCORRO: “Nos llaman agrocuaimas”


Las empleadas de Agroisleña están dispuestas a defenderse

“Nos llaman agrocuaimas”

 

“Cada noche, cuando llegamos a casa, nuestros hijos nos preguntan si ya nos botaron”, dice una empleada de Agroisleña.

En el primer encuentro con la junta interventora (eufemismo con que se alude al contingente que viene a hacer efectiva la ocupación de las empresas confiscadas por el Gobierno), los trabajadores de Agroisleña obtuvieron el compromiso de que nadie sería removido de su cargo y que sus beneficios laborales no se verían alterados.

A un mes de la apropiación, este lunes 8, fueron despedidos 13 empleados de seguridad, los escoltas de la antigua junta directiva, cesanteada nada más llegar los representantes del Gobierno, y sometidos, a sus espaldas, a escarnio y descalificaciones que los recién llegados profieren en reuniones con los empleados.

Este es, exactamente, el procedimiento que el régimen ha seguido en todas las empresas expropiadas. Pero en Agroisleña han topado con un grupo formado principalmente por mujeres que han decidido resistir los atropellos que a ritmo creciente se abaten contra los trabajadores de esa empresa de más de medio siglo.

–En la oficina de Acarigua ­me dice una de estas mujeres cuya identidad se mantendrá en resguardo hasta que sea despedida­ se obliga al personal a ponerse un parche que dice “Agropatria. Hecho en socialismo”, encima del logo de Agroisleña de nuestros uniformes. Pero nosotros nos negamos porque Agropatria ni existe, ni nos ha tratado como seres humanos dignos de respeto.

–Hace unas semanas ­me explica otra­ dañaron el sistema de telecomunicaciones donde se aloja toda la información. Nosotros habíamos garantizado su buen funcionamiento hasta que un domingo, a la segunda semana de la expropiación, una comisión vino “a inventariar” y desconectó cables, servidores y hasta la central telefónica, y dejó la oficina central sin sistema por más de tres semanas. En ningún momento acudieron a nosotros, los trabajadores de Agroisleña, que conocemos los procedimientos y la tecnología, para que prestáramos colaboración. Al contrario, no nos han dejado trabajar. Hace dos días lo lograron resolver con asesoramiento de una consultora de software de Costa Rica: ninguno de ellos pudo resolver un problema que cualquiera de nosotros está capacitado para solventar. Los tres compañeros que administraban las comunicaciones fueron hostigados hasta el punto de tener que irse, y ahora son perseguidos por no aportar información.

Los han amenazado con meterlos presos.

Este jueves 10 apareció un cartel que anunciaba un “Conversatorio con los empleados de Agropatria”. Y agregaba que los asuntos a tratar serían: Expectativas sobre la nacionalización de Agroisleña / Visión de los trabajadores sobre las políticas del Estado. No ponía quién lo convocaba. La única previsión fue viciar el ambiente con las consabidas fotos de Chávez y de Ernesto Guevara. Tuvieron que suspender la reunión. Nadie fue.

Simplemente, nadie se considera empleado de Agropatria.

Y nadie entiende cómo es que una empresa venezolana haya sido “nacionalizada” por gente decidida a destruirla, por técnicos contratados en Centroamérica y por bandas de intimidación traídas de Cuba.

“Además, estamos acostumbrados a que las cosas se hagan correctamente. Nuestras convocatorias solían estar firmadas por nuestra junta directiva o por jefes preparados, que tenían nuestro respeto”.

–Los primeros días pusieron personal armado en las puertas de las oficinas ­me dice una contadora pública, formada en la UBA­. Era terrible.

Intimidante y degradante. Pero no nos dejamos amilanar. Seguimos con nuestras protestas.

Un día vino un escolta de Iván Gil y me arrebató de las manos los carteles de No a la Expropiación. Muy molesta le pregunté con qué derecho me había quitado esos papeles. Y el tipo, muy cínicamente, me dijo (refiriéndose a la empresa): ¿Acaso esta mierda es tuya? Le respondí que gracias a mi trabajo allí y a las facilidades que me había dado Agroisleña, tengo una casa que sí es mía y una trayectoria de trabajo que también es mía, lo mismo que mi dignidad. Entonces me pegué en el pecho y en la espalda dos papeles que decían No a la Expropiación y 100% Agroisleña, respectivamente. Me le paré al frente y le dije: Ven, pues, ¿por qué no vienes y me arrancas mis papeles? “Desde ese día nos llaman agrocuaimas. Bueno, será; lo que no nos llamarán nunca es arrastradas o cobardes”.


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