Aún cuando se les quiebra la voz, su entonación es firme y decidida.
Se secan las lágrimas a manotazos
Aún cuando se les quiebra la voz, su entonación es firme y decidida. Han cruzado una línea que jamás creyeron trasponer. Para la que no tenían preparación, en el sentido de que jamás han tenido militancia ni enfrentado más brega que la cotidiana, la del trabajo, los estudios y la determinación de proveer a sus familias de bienestar. Hasta hace un mes eran empleadas que habían ido completando metas académicas, quitándole horas al sueño y a los fines de semana para cumplir con las exigencias del aula. Ahora son trabajadoras en resistencia.
El domingo 4 de octubre, Chávez anunció por televisión el zarpazo contra Agroisleña, empresa con 52 años de trayectoria en el país, una de cuyas compañías tiene más de 20 años vendiendo productos agroquímicos a Cuba, país que llegó a acumular una deuda de más de 100 millones de dólares, lo que constituyó, según afirman fuentes cercanas al trajín, la auténtica motivación para arrebatar Agroisleña a sus propietarios: condonar el serio pasivo de la isla que los hermanos Castro administran como heredad personal.
El martes llegó el decreto a la sede de la empresa en Cagua, estado Aragua. Casi al mismo tiempo arribó el gobernador Rafael Isea, acompañado por efectivos de la guardia nacional así como de la policía y los infaltables “comuneros”, vestidos de rojo y en pleno ejercicio de sus gritos. La invasión, con su acostumbrado elenco y su ordalía, había comenzado. Dispuesto el escenario, llegó la Junta Interventora cuya primera iniciativa fue solicitar una reunión con la Junta Directiva de Agroisleña y notificarle su inmediata destitución. En la tarde tocaría el encuentro con los trabajadores, a quienes se les prometió que habría “una ocupación temporal”, se les dio garantía de que conservarían sus empleos y sus beneficios laborales. Inmediatamente se le adosó a cada empleado, lo que ellos llaman “un espejo”: los llegados con los nuevos jefes se pegan a los trabajadores de Agroisleña para ver cómo hacen sus labores. Hay empleados que tienen hasta dos “espejos”.
Antes de que terminara esa semana, empezaron los despidos, que en un mes llegaron a 9. Desde el primer momento de la confiscación, a los trabajadores les quitaron sus claves de acceso al sistema de computación, a algunos los despojaron de los equipos y hasta de los escritorios. Comenzaron a someterlos a un procedimiento de revisión de sus carros, de las carteras de las mujeres y los bolsillos de los hombres, para entrar y salir de las instalaciones de Agroisleña.
Muchos fueron gerentes desplazados de sus puestos para asignarlos a los de camisa roja. Y el ambiente de trabajo, hasta ese momento agradable y despejado, al cuarto día fue degradado con imágenes de Chávez y el Che Guevara, como escoltas de carteles que ponían: “Ahora sí vamos a producir” / “Agropatria, hecho en socialismo”. A cada momento se producía una agresión hasta que 60 mujeres (80% de la plantilla de Agroisleña-Cagua es femenina) respiraron hondo y dijeron basta. Levantaron la cara de sus escritorios y allí estaba la expresión, serena y tenaz, de quien no se deja atropellar.
Optaron por mantenerse juntas para no estar solas durante las batidas de amedrentamiento. Antes del jueves, los paneles que separan los cubículos estaban llenos de pintas que ponían: “100% Agroisleña” / “Somos agricultura, somos resistencia”. En la noche les quitaban las pintas y en las mañana las volvían a hacer, hasta que optaron por colgárselas en la ropa. Han mantenido su protesta sin miedo, sin alzar la voz y sin titubeos.
Los ocupantes, según cuentan las liderezas de la resistencia, las desahuciaron como “mujeres incontrolables” y trajeron una cuadrilla de cubanas, que les echaron en la cara su agrio aliento de mercenarias y lo que tienen en el alma: ¡Perras!, les dijeron a las trabajadoras venezolanas. En tierra venezolana.
Tragaron grueso. Levantaron la frente y persistieron. Cuando les ordenaron abandonar el uniforme de Agroisleña y asistir con ropa de calle hasta que estuvieran listos los de “Agropatria”, se presentaron vestidas de verde y naranja, los colores corporativos de la empresa.
-Sabemos que nos van a botar resume una de ellas-. Pero jamás nos arrebatarán la dignidad. Ni el honor de haber cumplido con Venezuela y con la empresa que nos dio el puesto que merecíamos.
Por: Milagros Socorro
Política | Opinión
EL NACIONAL