Hannie Nijmeijer, la madre de Tanja, la guerrillera holandesa que
está en las Farc, habla por primera vez en entrevista.
Su hija ha vuelto a ser noticia en
Holanda por una película y un libro
En enero pasado, Hannie Nijmeijer viajó hasta La Macarena, en el Meta. Se instaló con un equipo de radio en una planicie, puso el transmisor frente a la selva, y dijo en neerlandés: “Jovencita, sabes que tienes una madre que está dispuesta a poner el mundo patas arriba para encontrarte, (…) déjame saber de ti”. El
Hannie, una mujer delgada y tímida, cuenta sus correrías mientras se fuma un cigarrillo en un café en el centro de Groningen, en el norte de Holanda. En esta primavera Tanja se ha convertido de nuevo en todo un fenómeno mediático en Holanda. Un documental y un libro sobre su vida (este último escrito a cuatro manos por León Valencia y Liduine Zumpolle) han revivido para la familia el infierno que vivieron hace tres años cuando se publicaron los diarios de la joven guerrillera, encontrados por el Ejército en un bombardeo. Tanja se volvió la comidilla de la prensa sensacionalista y Hannie tuvo que esconderse durante varios meses. Ahora habla por primera vez con un medio colombiano.
–¿Antes de que Tanja terminara en la guerrilla, qué sabía de Colombia?
-Hannie Nijmeijer: Nada. Era un país lejano. Mis conocimientos sobre Colombia no llegaban más allá de su ubicación en la Tierra.
–¿Qué pensó cuando Tanja le dijo hace 10 años que se iba para Colombia?
-H.N.: Me extrañé, pero respeté su decisión.
— ¿Por qué Tanja abandonó Holanda?
-H.N.: Cuando uno ve tanta pobreza por primera vez, es inevitable preguntarse: ¿hay algo que yo pueda hacer para ayudar a esta gente? Quizá en un principio Tanja pensó que era mucho menos lo que podía hacer por los pobres desde Europa.
–¿Qué hace la hija de una familia de clase media holandesa en las filas de las Farc?
-H.N.: Su profundo sentido social es parte de la respuesta, pero no sé por qué terminó así. Somos católicos y políticamente independientes. Éramos muy unidas. Así fueran las 2 de la mañana, yo salía para recogerla de cualquier fiesta. Hace un tiempo una de mis hijas me dijo: lo único en que de pronto fallaste como madre es en que nos hiciste demasiado conscientes de lo social.
–Después del primer viaje a Colombia, ¿algo cambió en ella?
-H.N.: Cuando ella me contó sus experiencias noté que algo había tocado su fibra social profundamente.
–En 2005 usted realizó un viaje secreto a un campamento de la guerrilla para ver a su hija. ¿Cómo llegó hasta allá?
-H.N.: Después de varios meses de silencio, Tanja nos anunció ese año que estaba en la guerrilla y nos invitó a visitarla. Lo discutimos mucho en la familia; no queríamos poner en riesgo a nuestras otras hijas, y terminé yendo sola. Las convicciones de una madre son inamovibles. Fue muy difícil para todos.
–¿Era consciente de los riesgos que implicaba ese viaje?
-H.N.: Sí. Pero si no lo hubiera hecho, me habría arrepentido toda mi vida.
–¿Qué sensación tuvo?
-H.N.: Recuerdo que me impresionó ver que la carretera asfaltada del Meta de repente cesaba y comenzaba un camino de trocha. Al final del recorrido, tuve que caminar hasta un rancho donde pasé siete noches. Por las mañanas, los guerrilleros me recogían y me llevaban hasta el campamento de Tanja.
–¿Cómo fue el encuentro?
-H.N.: Es un recuerdo muy intenso e íntimo, y con él me voy a la tumba sin que aparezca en los medios.
–¿Cómo encontró a su hija?
-H.N.: Como siempre, salvo un detalle. Cuando conversábamos sobre las Farc ella se volvía inasequible. Es como si, de improviso, un muro se erigiera entre ella y yo. Eso fue nuevo. Una excepción se dio un día en que cuestioné el pago de vacunas, que ella llamaba ‘impuesto’, recordándole los principios éticos que promulgaba su abuelo. Fue la única vez que me dijo: “Tienes razón, eso no es correcto”.
–¿Tuvo la esperanza de que ese muro dejara de crecer?
-H.N.: Desde 2005 supe que Tanja se quedaría en la guerrilla, que era imposible que regresara conmigo. Sin embargo, tengo la tranquilidad de que nuestra relación siempre fue buena.
–Tanja es miembro de un grupo responsable de graves crímenes contra la población civil. ¿Habló con ella de eso?
-H.N.: Lo intenté, pero ya le hablé del muro que nos dividía. Entonces decidí no mencionarlo más. Sabía que era la última vez que la veía y suprimí esas preguntas. No creo que me sirvan de algo.
–¿Cómo fue la despedida?
-H.N.: Rápida y agitada. Luego fue difícil, en especial cuando años después se publicaron los diarios de Tanja y no pude volverla a ver ni volví a saber nada de ella.
–En 2007, esta revista escribió: “El diario de Tanja es el diario de una decepción”. ¿Lo ve también así?
-H.N.: Es que es desilusionante. Vea nada más: las Farc están en guerra contra el Estado desde hace casi cinco décadas. Son años y años de violencia ¿Y qué ha pasado? ¿Qué resta? La tristeza y el dolor de muchos. Alguien dijo alguna vez que esa guerra ya no pertenece a nuestros tiempos. Estoy de acuerdo con eso.
–Acaba de salir un libro sobre Tanja. ¿Qué siente cuando lee que estuvo a punto de ser fusilada?
-H.N.: No lo soporto. Con ayuda del traductor de Google, leo todos los días los medios más importantes de Colombia por Internet. Siempre temo encontrar una mala noticia.
–¿Sabe que si Tanja es detenida, tendría que ser juzgada por la justicia colombiana?
-H.N.: ¿Qué gano yo con romperme la cabeza pensando en esos escenarios? Lo único que me pregunto es: ¿vive Tanja o no? Así intento sobrevivir cada día.
–¿Qué opinión tiene de las Farc?
-H.N.: Es difícil juzgar sin ser experta. Solo soy una madre que busca a su hija.
–¿Por qué ha evitado a los medios?
-H.N.: Queríamos cuidar nuestra intimidad familiar. Además, hemos tenido malas experiencias. Algunos medios fueron especialmente desvergonzados tras la publicación de los diarios. Tuvieron la osadía de citar a mi esposo sin hablar con él. Todo el mundo habla de Tanja, pero nadie está en la capacidad de dar nueva información. Es puro sensacionalismo.
–Con su silencio usted también contribuyó a que la información no fuera precisa.
-H.N.: Sí, yo sé. Por eso accedí a viajar a Colombia en enero y dejarme filmar por el director de un documental enviándole un mensaje de radio a Tanja. Y por eso estoy aquí hablando con ustedes.
–¿Qué recuerda de este último viaje?
-H.N.: Volví al Meta, al mismo lugar que era territorio de las Farc en 2005 y donde había visto a Tanja por última vez. Desde allá, a través de un micrófono le pedí a Tanja en holandés que nos diera señales de vida. Además fui a Medellín y conocí a las Madres de La Candelaria. Me reuní con ellas en las instalaciones de un colegio. Todas eran madres de víctimas o de victimarios. Me conmocionó verlas juntas. Fue una experiencia única. Era la primera vez que estaba con madres que sentían lo mismo que yo. Aquí en Holanda no hay más madres cuyos hijos estén con las Farc. Llegué hasta el punto de sentirme íntimamente ligada con esas mujeres. Ahora soy miembro de las Madres de La Candelaria.
–¿Se sintió distinta a ellas?
-H.N.: Me sorprendió verlas con fotos inmensas de sus hijos. Eso no lo haría nadie aquí en Holanda. Me preguntaron por qué no tenía una foto de mi hija. Les dije que nosotros aquí somos demasiado secos, introvertidos. Pero los sentimientos son los mismos. Muchas de ellas eran muy pobres. Me producía dolor imaginarme esa vida tan llena de preocupaciones: los hijos en las garras de la violencia por un lado y por el otro esa pobreza tan terrible. En ese sentido, me siento privilegiada.
–Su hija probablemente leerá esta entrevista, ¿qué le quiere decir?
-H.N.: Déjanos saber de ti. Queremos saber si estás con vida. El Ejército dice estar convencido de que Tanja vive, pero no puede demostrarlo. Llevo tres años sin saber nada de Tanja, eso me hace a veces pensar lo peor.
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