Triunfo esperado
Que Dilma Rousseff se haya convertido en la primera presidenta en la historia de Brasil no ha sorprendido a nadie. Las encuestas, que en la primera vuelta fallaron en vaticinarle el triunfo sin necesidad de una segunda ronda, ahora fueron certeras. Lo importante, en todo caso, es destacar que la señora Rousseff, una economista de 62 años de edad con una larga trayectoria política tanto en la militancia guerrillera contra la dictadura como en el resurgimiento del sistema democrático luego del fracaso de los militares, le dará continuidad al proyecto social y democrático que Lula da Silva implantó exitosamente con su llegada al poder.
A Dilma Rousseff no se le puede juzgar hoy por su pasado violento ni por haber sufrido cárcel y tortura, sino por su capacidad de convertir sus ideas izquierdistas en un proyecto concreto, exitoso y eficiente adelantado por el presidente Lula desde el poder. Hoy por hoy, la democracia brasileña no está en peligro de ser derrumbada por una banda de facinerosos, el equilibrio de los poderes no se ha puesto en riesgo y la orientación de la ayuda social no está basada en las expropiaciones y en la persecución de los inversionistas del sector privado, sean estos nacionales o externos.
El modelo brasileño va a cambiar en mucho la visión de la izquierda a la hora de manejar no sólo el gobierno, sino de mantener o reformar la estructura del Estado. El hecho de desarrollar una política dirigida a beneficiar a los estratos más pobres e impulsar a los sectores populares hacia los beneficios de la clase media, no entra en contradicción con la consolidación de un proyecto nacional que integre a todas las clases sociales.
El éxito de Lula no consiste, esencialmente, en la exclusión de los sectores poderosos industriales y comerciales, sino en la integración de estos en un proyecto nacional de crecimiento y bienestar para todos. Si Lula se hubiera enzarzado en una guerra suicida contra el sector industrial y comercial (como hace tontamente el comandante aquí), el empleo habría caído en términos brutales, la producción agrícola no habría crecido tan extraordinariamente, las exportaciones del sector privado no hubieran alcanzado las cuotas más altas en la historia de esa nación y las inversiones privadas se hubieran ido bien lejos, como sucede en Venezuela. Hoy, el Gobierno de Brasil trata de detener el avasallante flujo de capitales extranjeros que viaja a ese país para aprovechar las oportunidades que surgen con la garantía y la fortaleza de una socialdemocracia sui generis.
La extraordinaria popularidad de Lula, jamás alcanzada antes por otro presidente brasileño, puede ser explicada en la conjugación de una democracia social con una convivencia activa con el sector privado. Y esto ha funcionado porque él, como dirigente sindical y luego Presidente de la República, entendió la necesidad de un consenso nacional para progresar.
Por: Redacción
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