En la vida real, el sexo debe ser un momento propicio de lucir cualidades
espirituales como la generosidad, la solidaridad y la entrega total.
Poco se habla de la vida sexual
de las personas con minusvalía
Puede que un hombre, una mujer o una conducta transgresora resulten atractivos, pero la verdad es que la bondad es cálida, reconfortante y segura, y mucho más apropiada para portarnos “mal”.
Me aburre que tradicionalmente se encasille el placer sexual como un objeto de lujo al que sólo acceden los jóvenes, bellos y adinerados, en marcos ideales, exóticos e inalcanzables. El sexo de carne y hueso, qué ama de casa emparejada lo ignora, es cotidiano y doméstico. Eso no está mal.
Se habla tan poco de las necesidades y la vida sexual de personas con minusvalías, con muchos años, con lesiones emocionales. Quizás porque nuestras pulsiones más primarias nos hacen asociar la sexualidad con la fecundidad y por eso mismo nos atraen los cuerpos en el apogeo de su salud y su belleza. Recordemos que lo que la naturaleza con terquedad pretende es preñar.
Sin embargo, no estamos dispuestos a restringir las delicias del intercambio sexual a la reproducción.
El sexo de la vida real, entonces, puede y deberá ser también un espacio propicio para ejercer cualidades espirituales como la generosidad, la solidaridad y la entrega. Y no me refiero a un ejercicio amatorio soso y santurrón. Gozar haciendo gozar al otro, buscando preciosamente las ocultas cerraduras de su placer corporal o abriendo de par en par el cofre personal de sus fantasías, no es ni más ni menos que un acto de bondad para ambos.
La felicidad sexual puede ser un camino con escollos. Quien ayude a alguien que sufrió de abuso a alcanzar o recuperar su capacidad de orgasmo, o a alguien su capacidad de erección, quien respete el ritmo diferente del deseo del otro, quien con paciencia busque sacar de su tristeza a ese cuerpo al que extirparon una mama, o a quien regresa de un cáncer de próstata, o a quien perdió a un bebé, es aquel que verdaderamente ama.
No somos máquinas, ni muñecos, ni maniquíes. El sexo es bondad cuando el sexo es amor.
ANA ISTARÚ |LA NACIÓN
COSTA RICA| Salud | Sexo
EL NACIONAL
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