El nuevo diputado zuliano, está en proceso de superar. Sin embargo las torturas que vivió en prisión, él, su familia aún están latentes.
“A mi mujer la desnudaban
y la ponían a dar saltos”
No puede ocultar su tristeza cuando recuerda momentos indignantes como los que vivió su amada esposa y su pequeño hijo Gabriel.
El diputado José Sánchez Montiel sigue bajo el régimen de casa por cárcel hasta el 5 de enero. En los seis capítulos anteriores describió asuntos graves vividos en los tres años y 23 días de prisión. Hoy aborda en detalles el tema de las humillaciones.
S i yo me pusiera a enumerar los maltratos recibidos, podría construir por lo menos la mitad de un libro. Y si tocara pensar en el detalle más cruel, mencionaría las requi-sas íntimas a mi esposa. En el mes que estuve en el Cuartel Libertador pasé mi primer cumpleaños.
Mi familia y mis amigos me llevaron un mariachi, pero no lo dejaron pasar. Pero no solo eso. Me exigieron que me encerrara en mi habitación ‘por razones de seguridad’. Entonces, apenas escuché a lo lejos algo de esa música.
Supe que pasaron la noche en vigilia, frente al Cuartel. Ese fue uno de los primeros maltratos. Solicité autorización para trotar todas las mañanas dentro del Cuartel, y aunque accedieron, mantenían soldados alrededor del patio central, armados con fusiles y en posición de disparo.
Detrás trotaban entre quince y veinte soldados, tratando de mantenerse cerca de mí. Sentí incomodidad varias veces al ver que algunos de esos soldados se desmayaban des-pués que yo superaba los primeros cuatro kilómetros. Un oficial, a solas me felicitó, pero me sugirió que redujera el tiempo de trote porque mi resistencia física podría ser vista como una provocación.
Casualmente, cada vez que ocurría algún incidente de esos, en las noches me llegaban de sorpresa a la habitación para despertarme con el cuento de que estaban haciendo una inspección rutinaria.
Otras veces iban de madrugada con la intención de filmarme durmiendo. Yo reclamaba de buenas maneras, pero se disculpaban y se marchaban. Grabarme en pleno sueño, según entiendo, era una necedad más. También la tortura psicológica de los traslados a las audiencias fue tormentosa.
Las palabras, los retardos, las operaciones tipo comando que montaban…son tantas cosas.Bueno, es que en una oportunidad cambiaron a una escabina porque al oír mis testimonios ante la jueza, se le salieron las lágrimas. Consideraron que se podía parcia-lizar a mi favor y la quitaron.
Soy un preso político tratado como si aquí existiera una dicta-dura a la cubana.
II
Pero lo que jamás olvidaré de estas afrentas fueron las veces que a mi esposa la mandaban a desnudarse y la ponían a saltar como a una rana.Le decían cosas feas, mientras ella daba los saltos.
Una vez le dijeron que tenían que evitar que metiera un fusil en sus partes íntimas. Yo respiraba profundo y me aferraba a mi Virgencita de La Chinita.
Aceptar una humillación así no aparece en ninguna constitución ni en ninguna ley penal.Muchas fueron las veces que mi esposa llegó llorosa. Las requisas eran sinónimo de vejámenes.
Que eso ocurriera en Ramo Verde me parecía insólito. Algunos compañeros de prisión me comentaban que a varias da-mas de sus familias las manosea-ban morbosamente.
El general Baduel me dio consuelo varias veces. Sus palabras sabias en esos momentos de indignación, me ayudaron mucho. Pero yo creo que esas requisas a las esposas, a las hermanas, y demás damas deben ser evaluadas por organismos internacionales porque vulneran un derecho tan fundamental como es la dignidad humana.
Claro, yo tengo una esposa valiente que jamás se dejó amedrentar.
III
A la hora de enumerar los maltratos que recibí no podría obviar las requisas a mi celda en Ramo Verde.
Llegaban militares con pasamontañas, fusiles y cámaras filmadoras. Me mandaban a bajar al patio en plena madrugada. Recordemos que yo estaba preso en el quinto piso. Por primera vez lo voy a decir, pero esas requisas me causaron problemas para conciliar el sueño en estos tres años. Imagínate a una persona durmiendo que es despertada a gritos por sujetos con pasamontañas, linternas y cámaras filmadoras.
Siempre temí que alguno se le escapara un disparo. Lo demás es de suponer. Cuando autorizaban mi regreso a la celda, conseguía todo tirado en el piso. Libros, estampitas, expedientes, cartas y tantas otras cosas que para uno significan tanto, quedaban ahí regadas.
Otros presos me daban palmadas. Vi a policías amigos llorar de rabia por lo que me hacían. A veces mi celda se convertía en un centro de desahogos. Y así se me hacían interminables los días en Ramo Verde.
Mis abogados estaban al tanto de todo, me aconsejaban mucho y luchaban. Yo que también soy abogado llegué a sentir que no valió la pena estudiar esa carrera en un país sin estado de derecho.
IV
Cuando uno dice que la madre es sagrada, es porque así lo quiso Dios.
La mía se llama Teresa de Jesús Montiel, de 75 años. Una mujer valiente, guapa, honesta y recia. Lo que le hicieron durante una de sus visitas a Ramo Verde tampoco será fácil de olvidar. Había un aguacero, con truenos. Mamá llegó protegiéndose con un paraguas y al llegar a la puerta se lo decomisaron y la hicieron seguir a la intemperie.
El funcionario argumentó que con ese paraguas yo podía fabricar un chuzo y fugarme. Mi ira fue grande. No les bastaba atacarme permanentemente, sino que la agarraban con mi m-dre, una mujer de 75 años.
Pero en cierta forma les funcionó porque al segundo año de mi reclusión en Ramo Verde, mamá ya no era la misma mujer fuerte que abrigaba la esperanza de verme de nuevo en casa. Tuve que convertirme en consejero, calmándola, detallándole los aspectos procesales y señalándole que mi inocencia sería mi gran aliada.
En esa lista de maltratos también están los mediáticos. Me destrozaban por las televisoras del Estado, presentándome casi como a un terrorista.
Imaginar que mi pequeño hijo llegara a ver alguna basura de esas era otra tortura mental que me dolía. Tengo que seguir contando estas cosas para que el mundo conozca de lo que es capaz este sistema contra quienes somos defensores de la democracia.
Narraré cosas peores.
(Continuará mañana…)
Por: Ernesto Rios Blanco
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