“Mazuco”: “Las audiencias fueron los momentos más duros,
pero me aferré a Dios, oré mucho y superé “la pela”.
“Lloré encerrado en mi calabozo”
Hoy se cumple una semana del arribo del diputado José Sánchez Montiel a su casa. Ayer la Fiscal asomó la posibilidad de que recupere su libertad plena el 5 de enero. Nosotros continuamos con la descripción de esos tres años de encierro. Aquí habla de una humillante noche en los calabozos del Grupo BAE. Mañana revelará cosas peores.
Mi primera audiencia, según la Ley, debió ocurrir en un máximo de veinte días tras mi encierro en Ramo Verde. Pero se dio a los veinte meses.
Podrás imaginar lo que eso significa. Ya he comentado lo del Cuartel Libertador, diagonal a Grano de Oro. Fue duro. También he comentado lo del traslado entre Maracaibo y Caracas. Fue horrible porque todo el tiempo estuve esposado y apuntado a la cabeza.
Hablé del calabozo que me asignaron en Ramo Verde, un espacio de tres metros por dos, fétido, sin poceta ni lavamanos. Pero qué terrible fueron las comparecencias en tribunales.
Ahí se afincaron contra mi dignidad humana. Los traslados transcurrían operativos llenos de escándalos y excesos. Sirenas y carros escoltas apartando a otros vehículos. Motos abriendo paso.
La mayoría de las veces rayaban y apartaban con violencia a los demás automóviles.En esos momentos yo sentía que esos traslados estaban llenos de odio. Me hacían sentir como un terrorista.
Y al llegar al tribunal en Caracas colocaban gente en el camino de los pasillos. Sentía miradas de desprecio, pero aparecían los alguaciles que me gritaban ´arriba comisario, fuerza, no coma cuentos´. Pareciera que una cosa son ciertos jueces politizados y otra los alguaciles. Desde luego, era un teatro político y a todas luces se reconocía mi inocencia.
II
Soporté veintidos humillantes traslados. Cuando escuchaba el manojo de llaves en manos del custodio, agitándolo, sabía que era día de traslado para audiencias.
—Tiene traslado, comisario.
Esa era la frase seca. Yo siempre acudí de flux y corbata. Con mi frente en alto. Y ahora pienso que eso molestaba, porque la idea era quebrarme psicologicamente.
Hubo jueces que se rieron en mi cara. Uno de ellos expresó burla hacia mi dialecto zuliano. Se le salía cierto rechazo a los zulianos. Casi logra su objetivo de sacarme de mis casillas, pero respiré profundo.
III
La suspensión de audiencias fue patética. A veces argumentaban que el aire de la oficina del juez estaba dañado. Otras señalaban que no había vehículos. También oí decir que faltaba logística para un traslado de tal magnitud.
Una vez la suspendieron y nunca hubo una explicación. Yo sabía que el objetivo era alargar mi calvario. Un preso político del siglo XXI. Los lapsos procesales se iban venciendo por tonterías.
Una vez dijeron que la audiencia quedaba suspendida porque el día estaba nublado y que se avecinaba un fuerte aguacero. Gracias a mi Virgencita de La Chinita siempre lograba controlar mis angustias.
IV
Yo nunca había llorado. Y creí que ellos no lograrían llevarme a un estado de impotencia extremo. Pero sí. Se me salió el ser humano que somos todos. Lloré en mi calabozo.
En una de esas audiencias alargaron el día y llegamos a las diez de la noche. Ahí el jefe de traslado dijo que era muy tarde para regresar a Ramo Verde. Me mandaron para la Brigada de Acciones Especiales.
Allá llegué sin ropa para cambiarme, ni cepillo dental, jabón de baño…nada. Me encerraron en un calabozo desbordado de aguas negras. Estaba podrido y lleno de zancudos.
Me mantuve un rato de pie, pensando que quizás me enviarían a otro lugar. Pero no fue así. Llegó la medianoche y me quité el flux. Me senté en el piso. Las ratas pasaban y yo las apartaba.
Llamé a un custodio. Le dije que la plaga me tenía azotado y me respondió que él era quien mandaba ahí y que yo solo mandaba en el Zulia. Para colmo, me esposaron. Yo que siempre cargaba mi maletín con el expediente y otros documentos, pasé la noche ahí en esas condiciones.
Pero mantuve la frente en alto. Ni agua me dieron. Al día siguiente me trasladaron desde el BAE hasta Ramo Verde.Cuando llegué a mi calabozo, me puse a llorar. Estaba picado de zancudos por todos lados, las ratas habían mordido mi ropa, las esposas me dejaron moretones y el hedor de las aguas negras me provocaron un largo mareo.
Llegué a mirar un crucifijo y a preguntarme si todavía valía la pena seguir luchando. Gracias a la imagen de mi mujer y mi pequeño hijo, gracias a la fortaleza de mi madre, en esos momentos sacaba fuerzas para mantenerme de pie. Pero, en realidad, me estaban destrozando.
Esto no termina aquí. Me hicieron cosas peores.
(Continuará mañana…)
Por: Ernesto Rios Blanco
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