Para el diputado electo José Sánchez “Mazuco” es inevitable sentir nostalgia al recordar que en los peores momentos no vio rostros de gente que otrora se enorgullecía de su amistad, pero siguió adelante.
“Perdí muchos amigos
cuando más lo necesité”
Continúa la saga periodística del momento. El diputado José Sánchez Montiel narra hoy el calvario de su primera audiencia. Habla de entrañables amistades que le dieron la espalda en estos tres años de prisión. Y menciona a nuevos amigos en el camino de la vida. Mañana se referirá al milagro de la televisión.
Mi caso es político y ya eso pocos lo ponen en duda. El 15 de septiem-bre de 2007 cuando me detienen en mi despacho el Fiscal General era Isaías Rodríguez, hoy funcionario del gobierno como embajador en España. El jefe de la Guarnición en el Zulia era Clíver Alcalá, actual co-mandante de la cuarta división blindada de Maracay.
A comienzos del 2008 comenzó una nueva fase de tortura psicológica. Primero fue el arresto y la reclusión en el Cuartel Libertador, diagonal a Grano de Oro. A eso le siguió el traslado aéreo cuando me esposaron dentro del avión y me mantuvieron apuntado a la cabeza. Y continuó con la reclusión en un calabozo fétido, sin poceta ni agua, en el cual me tocó dormir en una colchoneta podrida y mordida por las ratas.
Pero llegó la fase jurídica de los traslados a los tribunales. El recorrido era desde Ramo Verde en Los Teques hasta Caracas por la carretera vieja. La primera vez me llevaron en una ambulancia, encerrado y sin aire. Había mucho tráfico y lo único que entraba era el monóxido. Me estaba tragando el humo de los otros carros.
Yo iba ilusionado con la audiencia pensando que tendría oportunidad de desmontar la patraña y recuperar mi libertad. A veces la ambulancia se detenía en aquella cola rumbo a Caracas. Empecé a marearme con tanto humo y tanto olor a gasolina. Yo iba en ayunas porque todo fue sin previo aviso. A las 10:00 de la mañana arribamos a tribunales, me metieron en un calabozo temporal.
La pudrición era impresionante. Olía a orines por todos lados. La letrina estaba imposible. Y mis mareos empeoraban. Sentí problemas de tensión y mucha debilidad. La bulla era evidente. Otros presos hablaban de sus retardos procesales y se quejaban de sus propias penurias. Algunos me reconocieron y me alentaban. ´Usted va a salir de esto mi pana´, me gritaban. Yo guapeaba, evitando un desmayo.
A las 3:00 de la tarde, alguien llegó y me informó que mi audiencia quedaba suspendida. Aunque trataba de darme fuerzas, aquello me irritaba. ¿Cómo es posible Dios mío?. Cinco horas perdidas, al borde de un desmayo, en ayunas y ahora no hay audiencia.
El regreso a Ramo Verde fue otra tortura. De nuevo el tráfico lento, el humo de los carros, el encierro en la ambulancia sin aire. Al llegar a mi calabozo, al anochecer, me desmayé.
Reaccioné en la noche. Un oficial estaba ahí y me ofreció un Gatorade. Me llevaron a un médico y comencé un tratamiento porque pasé dos semanas descompensado.Tantos padecimientos en aquel infierno. Tanta soledad.
II
Es ahí donde comienzas a extrañar a los grandes amigos. Con cuatro meses encerrado empecé a preguntar por gente de mis afectos. Políticos, empresarios, educadores, policías, comerciantes…en fin.
Gente con la cual compartía comidas, logros profesionales, alegrías y tantas cosas se habían ido. No había formas de saber de ellos. Creí que estaban en contacto con mi familia a la espera del momento propicio para alguna visita, pero me equivoqué.
Supe de algunos que de repente se convirtieron en contratistas del gobierno nacional y por eso cualquier vínculo conmigo podría perjudicarles. Duele cuando pones los pies sobre la tierra. Duele cuando un amigo se va.
La mente sufre porque sabes de gente que te conoce bien, que se enorgullecían de la amistad, y de pronto se fueron. Eso es tan duro como las torturas psicológicas a las que me iban sometiendo mes a mes.
Ese traslado a la primera audiencia en ayunas fue torturante, pero dónde coloco el dolor que me causó el abandono de familias con las cuales compartí tanto. He respirado profundo y mi ser interior, mi espiritualidad, me llevan a la conclusión de no mencionar nombres.
Ellos saben a quiénes me refiero. Perdí muchos amigos cuando más los necesité.
III
Yo prefiero ir mencionando a la gente valiosa que apareció en este camino, pero necesito tiempo para solicitar autorización. Quiero estar seguro de no perjudicar a nadie.Pero ese es el lado bonito de la vida.
Tal vez fueron las oraciones. Algo se interpuso entre tantos padeceres. Surgieron nuevas amistades, me llegaron apoyos inesperados, llamadas, cartas, libros dedicados, tarjetas, biblias, música.
Las familias de los compañeros presos se compenetró conmigo, me daban ánimo. Sus abogados también. Mi mujer y mi hijo eran la inyección de alegría más reconfortante. Saber de mi madre, de mis sobrinas, tenerlas con frecuencia en Ramo Verde, fue grandioso.
Tratábamos de no tocar mucho el tema de los amigos que nos habían dado la espalda. Optamos por hablar de cosas bonitas, de planificar el fu-turo y de crecer como familia.
IV
Aunque no estoy autorizado para dar agradecimientos públicos, debo confesar que hubo gente que envió ayuda a mi mujer, a mi hogar. Fueron solidarios y muchos acudieron a darme una vuelta de vez en cuando.Esa gratitud que he expresado hacia mis abogados es igual para ellos.
Me daban fuerzas al saber que ayudaban a mi familia. Yo he sido la cabeza de los míos y bastante mal me llegué a sentir con solo pensar que en mi ausencia pasaran necesidades.
Tengo coleccionadas las cartas, los recortes de prensa y tantos motivos que me llegaron. Las estampitas de La Chinita son mi tesoro.
Allá quedaron los policías metropolitanos, que ahora son mis amigos para siempre. Lo mismo el general Raúl Baduel.
V
Uno de esos nuevos amigos es el capitán Otto Gebauer, el del libro “Yo lo ví llorar”. Tremenda persona. Educado, solidario, consecuente. Es-taba cerca del general Baduel.
Me impresionó mucho la cultura general de Baduel, su franqueza, su serenidad y su capacidad para compartir. En la cancha intercambiamos experiencias, anécdotas y tantas cosas que nos unirán para siempre.
El sargento Jorge Rodríguez me enseñó a hacer arepas, al igual que el distinguido Luís Molina. Éramos albañiles, pintores, carpinteros…toderos.
El cabo Asdrúbal Salazar se encargó de los cultivos organopónicos de perejil y cilantro.Y estaba el general Ramón Guillén Dávila, preso desde marzo de 2008 por una grabación telefónica que pasaron por Venezolana de Televisión.
La primera vez que lo traté fue en la cancha. Vestía una piyama y una franela de Mickey Mouse. Estaba muy flaco. Lo recuerdo por sus éxitos en las luchas antidrogas como activo de la Guardia Nacional. Fue gran colaborador en el área de odontología.
Ese general es muy inteligente. Después quedó en libertad. Un amigo aparte fue el agente Erasmo Bolívar, quien me sustituyó en la dirección deportiva. Tremendo echador de bromas, nunca se veía desanimado a pesar de su tragedia jurídica.
Así transcurrió la mitad de mi calvario. Las oraciones, las nuevas amistades, el deporte, la lectura y los oficios, combinados con el amor de mi familia y el apoyo a tiempo completo de nuestros abogados, atenuaron la injusticia.
Unos amigos se fueron, pero llegaron otros.Y estos serán para siempre.
(Continuará mañana…)
Por: Ernesto Rios Blanco
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