Dilma no es Lula
Los pronósticos no se cumplieron. Se difundió la versión de que Dilma Rousseff, la candidata del presidente Lula, arrasaría en la primera vuelta. No resultó así. Sus votos, que fueron muchos, no llegaron a eximirla de una segunda vuelta. El veredicto final ocurrirá el 31 de octubre. Entonces veremos la realidad de lo que desean los brasileños. Nadie duda de la enorme influencia de Lula, pero no bastó para imponer a Dilma, como el mismo Presidente esperaba y como lo proclamó con gran seguridad. Ahora competirá, como no lo esperaba, con José Serra, en condiciones diferentes.
La ecologista Marina Silva, a quien las encuestas le daban un lejanísimo tercer lugar, vale decir, como una figura decorativa que no tenía nada qué buscar, resultó la ganadora de la primera prueba. Obtuvo 20% que las encuestas jamás imaginaron. Quedaron otra vez mal. A las encuestadoras les sucede algo en estos tiempos. No pegan una. En Venezuela sucedió lo mismo. Una le daba a la opción democrática 39 diputados, como una cortesía.
Deben revisar sus métodos.
A Marina Silva le corresponderá ahora un papel fundamental, ya no como candidata pero sí como representante del modo de pensar de millones de brasileños que no se sintieron movidos ni por Dilma (o sea, Lula da Silva) ni por Serra. La tarea de estos, entre tanto, parece ser la búsqueda de un acuerdo con la candidata ecologista, disidente del Partido de los Trabajadores y quien se separó de Lula porque no estuvo satisfecha ni con sus métodos ni con algunas de sus políticas. Quizás la prematura escogencia de Dilma por parte del Presidente, y su antidemocrática proclamación como candidata, alejó del PT a algunos de sus líderes, aunque la mayoría prefirió callar.
En la perspectiva del balotaje de fines de octubre contará la decisión de la candidata verde, pero como sucedió con Lula, nadie puede traspasar votantes automáticamente. Con todo, su decisión probablemente sea determinante. El hecho de que Dilma no haya triunfado en la primera ocasión ha sido considerado en Brasil como un buen síntoma.
No era bueno el personalismo de Lula. Nunca son positivos los personalismos, ni son democráticas esas “transferencias” de votos. Fue un error confundir la popularidad de Lula, pensar que la magia haría todo. El propio Presidente ha recibido una lección. No hay que desestimar la popularidad de Lula, el reconocimiento al gran gobierno y a sus políticas sociales de Hambre Cero y de lucha inteligente contra la pobreza. Esa popularidad es un premio, pero la gente tiene otras percepciones. Una elemental es que Dilma no es Lula, a pesar de que el presidente haya prometido estar tan cerca de ella que no pocos consideraron aquello como una reelección con otro rostro. El mandatario exageró el discurso. Lo tocó la vanidad del poder. Lula da Silva deja un legado extraordinario, pero ya no será presidente. El 31 de octubre la gente, así, escogerá entre Dilma y Serra, no entre Lula y Serra.
Por: Redacción
Política | Opinión
EL NACIONAL
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