Falleció el médico Jacinto
Convit a sus 100 años
■ El venezolano fue distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, por su labor en el área médica y científica.
■ El doctor Jacinto Convit falleció la mañana de este lunes a los 100 años de edad. De acuerdo con el comunicado emitido por sus familiares, falleció días antes de cumplir 101 años.
El Dr. Convit, a quien la Organización Panamericana de la Salud con sede en Washington DC designó “Héroe de la Salud Pública” en 2002, fue un especialista de renombre mundial en la lepra (enfermedad de Hansen) y enfermedades tropicales.
El venezolano fue distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 1987, por su labor en el área médica y científica.
Convit fue el encargado de desarrollar dos modelos de vacunación para el control de la lepra y la leishmaniasis. En 1988 su descubrimiento le valió una nominación para el premio Nobel de Medicina.
En su trayectoria contribuyó a la fundación de varias instituciones y asociaciones relacionadas con la labor médica, fundó: la Sociedad Venezolana de Dermatología y Venereología, la Sociedad Venezolana de Alergología y la Sociedad Venezolana de Salud Pública.
El 28 de febrero de 2011 fue condecorado con La Legión de Honor, la más alta distinción honorífica de la República Francesa.
El Dr. Convit nació en La Pastora, Caracas, en 1913. Era hijo de españoles, su padre de Barcelona y su madre de las Islas Canarias. Obtuvo su título de Doctor en Ciencias Médicas de la Universidad Central de Venezuela en 1938 y fue Investigador Asociado de la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1944-45 y la Case Western Reserve, Ohio, en 1945.
En 1946 se casó con Rafaela Marotta, de Caracas e italiana de origen, con quien tuvo cuatro hijos de los cuales viven Francisco Convit, empresario radicado en Caracas, el Dr. Rafael J. Convit, cirujano plástico en Washington D.C. y el Dr. Antonio Convit, profesor e investigador de la Universidad de Nueva York en la ciudad de Nueva York. Su hijo Oscar falleció en 1978 y su esposa en el año 2011.
Diez momentos clave en la vida de Jacinto Convit:
La ciencia está de luto. Jacinto Convit García, uno de sus más insignes exponentes, falleció este lunes a los 100 años, y dejó a su paso una huella plagada de vida y curación para quienes creían en la eternidad de las enfermedades.
Hijo de un español de origen catalán, Francesc Convit, y de madre venezolana, Flora García, quien también tenía origen canario, Convit nació en Caracas, la cuna de sus inicios en materia científica, los cuales le otorgarían, entre otros reconocimientos, una postulación al Premio Nobel de la Medicina en 1988. A continuación diez, de los momentos que marcaron la vida de este insigne venezolano.
1.- Desde muy pequeño, el doctor Jacinto Convit, contó con una buena educación. Primero en el Liceo Caracas y luego en el Colegio Andrés Bello, Convit se destacó en la parte científica y numérica, lo que le valió el reconocimiento de nada más y nada menos que Rómulo Gallegos, por su destacado rendimiento en la cátedra de Filosofía y Matemáticas.
2.- En 1932, decide estudiar Medicina, y gracias a su gran rendimiento, obtiene el cupo en la Universidad Central de Venezuela. En 1938 se gradúa de esta casa de estudios obteniendo menciones honoríficas en asignaturas como física y anatomía humana, anatomía descriptiva y topográfica, clínica médica y clínica quirúrgica entre otras.
3.- En 1947, luego de 10 años de amores, contrae matrimonio con Rafaela Marotta, una joven de origen italiano con la tuvo cuatro hijos: Francisco, Oscar, Antonio y Rafael. Sus dos últimos hijos siguieron los pasos de su padre, y son médicos.
4.- Entre los años 1950 y 1951 obtuvo los títulos de Licenciado y MSc en Química en la Universidad de Delaware, durante su periplo por Norteamérica. En 1954, obtuvo un doctorado en Química de la Universidad deTulane en Louisiana, y se desempeñó como instructor asistente en Química Orgánica (1951-1954) siendo distinguido con el Mérito a la Enseñanza y con el American Cyanamid Fellowship Award.
5.-En los años 60, Convit, quien se había interesado por obtener la cura de la Lepra, presentó, en Londres, a la OMS (Organización Mundial de la Salud) un informe sobre los resultados de sus investigaciones sobre el tema. Esta presentación le valió que los datos de su investigación sirvieran de base al programa de Poliquimioterapia, difundido por la OMS en los países endémicos.
6.- Convit, también quiso crear instituciones dedicadas al estudio científico, es por eso que el científico funda el Instituto de Dermatología, que posteriormente se llamó Instituto de Biomedicina de Caracas (IBC). En 1973, este centro se convirtió además en la sede del Centro Internacional de Investigación y Adiestramiento sobre Lepra y Enfermedades afines de la Organización Panamericana y Mundial de la Salud.
7.- Tras años de investigación, la gran obra de Convit y su equipo fue el desarrollo de dos modelos de vacunación para el control de la lepra y la leishmaniasis. Esto le valió la obtención del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica por su labor en los campos de la medicina y el área científica en 1987.
8.- Un año más tarde, se creyó que Convit obtendría el Premio Nobel de Medicina en 1988, sin embargo, este reconocimiento fue para la bioquímica y farmacóloga Gertrude Belle Elion, por desarrollar el primer tratamiento contra la leucemia y contra la malaria.
9.-Luego del reconocimiento, Convit dedicó su vida a buscar la cura de la enfermedad más mortal del Mundo: el Cáncer. El lograr la cura de esta enfermedad le quitó el sueño a Convit, por lo que el científico venezolano, junto con un equipo multidisciplinario de investigadores venezolanos y extranjeros buscaron lograr el éxito del modelo de inmunoterapia propuesto por el médico, sin embargo, este modelo quedó en fase experimental.
10.- Más reconocimientos. El 28 de febrero de 2011 es condecorado con La Legión de Honor, la más alta distinción honorífica de la República Francesa, mientras que en 2013, la Asamblea Nacional venezolana aprobó por unanimidad un proyecto de reconocimiento a sus trabajos, con motivo del centenario de su nacimiento, a la vida y obra.
Convit: El desarrollo de un país depende de la ciencia:
La mirada de Jacinto Convit es penetrante. Uno puede llegar a creer que, de un momento a otro, sus potentes ojos azules podrían desprenderse de sus cavidades y salir levitando con total autonomía biológica. A sus 96 años de edad, todavía lleva el timón del Instituto de Biomedicina, ubicado al lado del Hospital Vargas. El científico, que fue postulado en 1988 al Premio Nobel de Medicina por sus aportes al estudio de la lepra y de la leishmaniasis, va todos los días a trabajar. “Jubilarse es la muerte”, dice. Su oficina es un culto a la sencillez. Hay libros en español e inglés, cachicamos en miniatura y un discreto retrato de Simón Bolívar. En su escritorio, han colocado un timbre para que el investigador lo toque cada vez que necesite algo. Lo sonó múltiples veces durante la entrevista: pedía informes, papeles, carpetas, fotos para apoyar su exposición. Todo con carácter de urgencia. Una de sus colaboradoras comenta que es difícil llevarle el paso: “Tiene más energía que cualquiera de nosotras”. Convit, hijo de un inmigrante catalán y de una venezolana de origen canario, nació en La Pastora el 11 de septiembre de 1913.
-En esa época, uno andaba en tranvía. Yo aprendí a leer en una escuelita que dirigía una señora de apellido Betancourt. Después, entré al Colegio San Pablo, que era una institución familiar comandada por los hermanos cumaneses Martínez Centeno, descendientes del Mariscal Sucre. Allí cursé toda la primaria. Y entonces pasé al Liceo Caracas, donde me dio clases Don Rómulo Gallegos. Poca gente sabe que él era profesor de Matemáticas, una materia que conocía muy a fondo. Le saqué 20 puntos. Gallegos no pudo seguir en el liceo porque lo expulsaron del país: eran los tiempos de Gómez. Ingresé a la Universidad Central en 1932 y me gradué de doctor en Ciencias Médicas en 1938.
El año de su graduación fue decisivo para Convit. Los doctores Martín Vegas y Pedro Luis Castellanos le ofrecieron el cargo de médico residente de la leprosería de Cabo Blanco (Vargas). El sueldo eran 1.500 bolívares, y el joven aceptó. Allí trabajó quince años.
-La leprosería era un hospital donde se llevaba a la gente a la fuerza. Lo que llamaban aislamiento compulsorio: por ley. Los pacientes eran prácticamente capturados donde vivían y trasladados allí. Los que venían de zonas distantes eran traídos en barco y los que venían de zonas más cercanas, en un camión. Uno de ellos venía de Maturín. Eran como las tres o cuatro de la mañana. Llegó encadenado y acompañado de dos hombres armados. Yo me ofusqué un poco y les dije: ‘¡Quítenle las cadenas porque ése es un ser humano!’ Y los dos hombres me obedecieron. El paciente estuvo relativamente poco tiempo. Como a los cuatro meses, se fugó de la leprosería.
Era un ambiente inaguantable. Este apartheid que Convit presenció selló para siempre su destino. Decidió emprender una verdadera cruzada para que al enfermo de lepra se le respetara su dignidad y para dar con la cura de esta enfermedad de raíz bíblica.
-La lepra se trataba con el aceite de chaulmoogra y se aliviaba el dolor con derivados de morfina. El aceite lo refinaba un danés, Jorge Jorgesën, que era un químico experto y que había peleado en la guerra mundial. Pero el enfermo no se curaba con eso: había que encontrar un tratamiento más eficaz. Me fui a la UCV y catequicé a ocho estudiantes de Medicina para que trabajaran conmigo. Además, hubo tres personas que me ayudaron muchísimo en el estudio que estábamos realizando: la doctora Elena Blumenfeld, farmaceuta, y otra persona de apellido Granado, de origen argentino, laboratorista, y que había venido con el Che Guevara a ver la leprosería. Hablé muy poco con el Che Guevara porque apenas pasó una noche en Cabo Blanco: al día siguiente se iba, creo, a Bolivia. Granado se quedó un año y se fue después a Cuba. La tercera persona fue el doctor Antonio Wasilkouski, un farmacólogo polaco, quien montó un pequeño laboratorio para producir medicamentos.
Convit, que hace poco fue catalogado por la BBC como uno de los cinco latinoamericanos más influyentes, que ganó el Premio Príncipe de Asturias en 1987, siempre opta por el plural cuando habla de su hazaña científica.
-El primer medicamento que nos pareció importante para experimentar fue el Diamino-Difenil- Sulfona, el llamado DDS, que era activo contra las micobacterias. Un segundo medicamento que utilizamos fue la clofamizina. Con esos dos medicamentos, tratamos a 500 pacientes de la leprosería de Cabo Blanco. Y en un plazo de dos años, se curaban. Fue una verdadera revolución. Se cerraron las dos leproserías nacionales: la de Cabo Blanco y la de Providencia (Zulia), que albergaban dos mil enfermos. Se crearon entonces los servicios antileprosos nacionales. El procedimiento que nosotros ideamos fue la base para desarrollar el tratamiento de la lepra en todos los países endémicos. Esos resultados fueron aplicados por la OMS, modificando ligeramente el cuadro: agregó un antibiótico (rifampicina). Nuestro trabajo sirvió para desarrollar el tratamiento que la OMS llamó poliquimioterapia de la lepra.
Toca el timbre. Pide a su secretaria que le traiga una copia de un artículo, escrito por él y otros investigadores, donde están asentados sus hallazgos. Fue presentado en Londres en los años sesenta. Está en inglés.
-Luego del uso de los dos medicamentos (DDS y clofamizina), preparamos una vacuna a base de BCG (vacuna contra la tuberculosis) y de bacilos de armadillo (cachicamo). Posteriormente, trabajamos con la leishmaniasis, que es un problema de salud pública grave en Venezuela: son 5 mil enfermos nuevos por año. Desarrollamos una vacuna compuesta por el parásito de la leishmaniasis, que es la leishmania, con el BCG. El tratamiento de la leishmaniasis se hacía con los antimoniales pentavalentes, que son medicamentos muy caros. Preparamos esa vacuna y le economizamos al país dos millones de dólares por año. El desarrollo de un país depende de la ciencia. Por eso es que nosotros estamos subdesarrollados. Porque a nuestra ciencia, en verdad, no se le ha dado el empuje que debe tener, aunque se ha hecho un esfuerzo.
No le importa el dinero; jamás ha ejercido la medicina privada.
-No va con mi carácter. El médico debe ser un servidor público. Para mí, esto no es un negocio: se trata de proteger la vida humana. Es muy difícil hacer fortuna ganando un sueldo de médico de salud pública. Pero, al fin y al cabo, uno no necesita eso. Porque si uno tiene una vida discreta y le es suficiente lo que gana, uno se siente feliz. Una vez me informaron que en la Academia Militar había un joven a quien le habían diagnosticado lepra. Lo vi y encontré que el muchacho tenía una lesión, pero benigna. La lepra presenta lesiones agresivas en un porcentaje importante y lesiones benignas, que muchas veces se curan solas. Le escribí una carta al presidente de la junta de gobierno, Delgado Chalbaud. Y él me contestó que ese joven no iba a ser expulsado porque yo decía que no tenía una enfermedad maligna. El muchacho se graduó y vino a visitarme cuando era coronel. Esas son las cosas a las que uno, como médico, les da importancia.
Científico a carta cabal, no vacila, sin embargo, en reconocer su fe.
-No solamente creo en Dios, sino que uno tiene que hacer el esfuerzo para que los demás crean en él. Porque indudablemente que la creencia en Dios es algo necesario para el ser humano. A veces uno está pensando cosas y estoy seguro de que está influido por Dios.
Convit está casado con Rafaela Marotta, que tiene 90 años. Tuvieron cuatro hijos: Francisco, que cría caballos pura sangre; Oscar, que falleció en un accidente de tránsito cuando tenía 23 años; Antonio, psiquiatra, profesor de la Universidad de Nueva York y director médico del Centro de Investigaciones Cerebrales de esa institución; y Rafael, que es cirujano y trabaja en el Washington Medical Center. Los dos últimos son gemelos.
¿Qué piensa el científico de la muerte?
-La muerte es algo que uno tiene que aceptar. Nadie se puede salvar de morir. Es decir, la muerte no es discutible. Ahora, lo que hay que hacer es aprovechar el tiempo y hacer las cosas lo mejor posible. Tratar de favorecer a la gente lo más que se pueda. Por eso pasé de mi trabajo en lepra y leishmaniasis al cáncer. El fenómeno del cáncer es muy parecido, casi idéntico, al de la lepra, porque, en el caso de la lepra, el organismo no reconoce a la bacteria que la produce y, por tanto, la bacteria se multiplica hasta el infinito. Calcule usted que debe haber más de diez millones de bacterias por gramo de tejido enfermo. En el caso del cáncer, no se ha descubierto la bacteria, pero se ha descubierto la célula tumoral, que no es reconocida tampoco por el cuerpo que la sufre y entonces progresa millones de veces en el sitio y después pasa, igualito que ocurre con la lepra, por la sangre y por los linfáticos. El objetivo es lograr que el cuerpo reconozca la célula cancerosa a base de un sistema inmune adecuadamente controlado.
Convit no ve obstáculos sino oportunidades. Su tenacidad es impresionante.
¿Está cerca la vacuna contra el cáncer?
-Yo tengo la impresión de que está cerca. Y que debemos tener fe. El problema de la lucha contra estas enfermedades que afectan al ser humano es el prejuicio. La lepra pudo ser tratada porque trabajamos sin prejuicio, teniendo la seguridad de que se iba a encontrar un tratamiento que iba a mejorar al enfermo. Y en cáncer existe un prejuicio tremendo: la gente cree que no tiene solución, y que nunca la tendrá. Eso no es así. Nosotros, en lepra, usamos sustancias que permitieron al organismo destruir al mycobacterium leprae. Debemos seguir esa misma vía: usar sustancias que destruyan la célula tumoral. En eso es que estamos trabajando. Llevamos tres años. ¿Qué cual es el secreto de mi longevidad? ¿Que por qué no me he muerto? ¿Eso es lo que usted me quiere preguntar? (Sonríe)… Porque tengo proyectos en qué ocuparme. Y me ocupo. Uno no solamente es feliz porque se compre un carro de cien mil dólares o porque viaje o coma en buenos restaurantes. No, uno debe acostumbrarse a ser feliz cuando hace feliz a los demás.
Por: Gloria M. Bastidas
Ender Ramírez Padrino
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Caracas, lunes 12 de mayo, 2014
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