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ElMundo.es: El oro, y el coltán, enriquecen al chavismo



La crisis en Venezuela revive uso
de oro como medio de pago…

 

Lugares sin ley, con esclavas sexuales, fosas comunes y un ecocidio irreparable. El Pollo Carvajal, jefe de la inteligencia de la revolución, acusó sin pruebas al expresidente Rodríguez Zapatero de ser dueño de su propia mina como regalo por sus servicios…”.

Venezuela establece siete alianzas estratégicas para certificación de coltán y oro, de Venezuela.

La mayoría de los países ricos en materias primas permiten a sus dirigentes ‘comprar’ a sus ciudadanos.

Para nadie es un secreto que Venezuela tiene enormes deudas con China y Rusia, que debido al incumplimiento en el envío de crudo, Maduro estaría intentando, supuestamente cancelar con oro, diamantes y coltán, pero informes recientes hablan de un nuevo mineral, más poderoso que el uranio, que sería lo que el régimen estaría realmente negociando secretamente…”.

Amazonas, Venezuela.- María Oropeza, de 25 años, no olvidará jamás los meses que trabajó en las minas de oro del salvaje oeste venezolano. Guarda como recuerdo una fotografía con el tesoro que se trajo del Arco Minero del Orinoco, fronterizo con el Amazonas brasileño, el territorio sin ley: 15 pepitas de oro en bruto. Como en las películas de cowboys.

El anuncio en un periódico -«Para trabajar en las minas, se solicitan damas de buena presencia en edades de 18 a 30 años»-, le arrastró en medio de la gran tragedia nacional. Allí se convirtió en esclava sexual. Muchas noches durmió bajo plásticos en medio de la selva, tras atender a los mineros o a los miembros de los sindicatos, grupos de delincuentes que se disputan las minas. Algunos de ellos guardan como trofeo en sus móviles las fotos con amputaciones de manos, brazos y hasta cabezas cortadas, uno de los modus operandi para imponer el terror. La joven comprobó en primera persona que el oro en su país está cubierto de sangre.

La extradición del magnate colombiano Álex Saab a Estados Unidos ha servido para recordar los distintos negocios millonarios de la revolución bolivariana, incluida la más exótica de las corruptelas, que se desarrolla en las minas que conoció Oropeza. A la fiebre del oro, que ha atraído a miles de criollos al sur de su país, le ha seguido la guerra por el metal dorado, que involucra a delincuentes, militares, mineros, cambistas, compradores, contratistas internacionales y un nuevo actor sumado en los últimos años: la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y de la disidencia de las FARC.

Empresas chinas y rusas también porfían para participar en tan suculento mercado de una de las mayores reservas del planeta en oro, diamantes y coltán, también hierro, bauxita y manganeso, un mercado al servicio de la revolución. Malaria, dengue, drogas, armas, violencia, esclavas sexuales y dólares, muchos dólares, completan el paisaje humano de las otras venas abiertas en el Arco Minero, más de 100.000 kilómetros cuadrados dedicados de forma arbitraria a la minería. Y, paradójicamente, tan cercano a las maravillas naturales de la Gran Sabana y del Salto del Ángel.

Cuentan los expertos que las imágenes satelitales que se obtienen del Arco Minero dan pavor, muestran mordiscos irreparables contra el medio ambiente. En Venezuela, el oro no se obtiene de un proceso industrializado, se extrae mediante la ruptura de la tierra con agua a presión. Cada día nacen minas nuevas, o bullas, mientras avanza la deforestación. La delincuencia organizada controla la extracción y comercialización de un oro que es comprado en parte por Minería de Venezuela (Minerven), la empresa estatal, que procesa ese oro y lo traslada al Banco Central de Venezuela (BCV) para certificarlo.

Hasta Minerven estiró sus tentáculos Saab. Uno de sus colaboradores, Adrián Perdomo, fue nombrado presidente de la empresa estatal en 2018. Todo estaba atornillado para exprimir al máximo el nuevo negocio. No es casualidad que Minerven enviara oro a Cabo Verde durante el proceso de extradición del falso diplomático de Maduro.

El ministro de Desarrollo Minero Ecológico de Venezuela, Víctor Cano, informó que el país
tiene hoy la cuarta mina de oro más grande del mundo con casi un millón y medio
de kilogramos en recursos auríferos.

A la bolivariana:

«Este oro es oro de sangre, oro de naturaleza muerta que el propio régimen contrabandea en el mundo», insiste Andrés Velásquez, ganador en 2017 de las elecciones regionales en Bolívar cuya gobernación no pudo asumir por culpa de un «fraude» manifiesto. Maduro situó a uno de sus generales al frente del territorio minero más rico de América.

«Saab tiene las manos bañadas en oro de sangre», asegura a Crónica el diputado Marco Aurelio Quiñones. «Hemos recogido múltiples denuncias de fosas comunes alimentadas por los cuerpos sin vida producto de la lucha por las minas», añade el parlamentario, quien también destaca el impacto devastador sobre el medio ambiente, un ecocidio que alerta a ecologistas y gobiernos, porque sus efectos afectan a parte del planeta.

En el salvaje oeste venezolano, «quienes controlan las minas de oro son grupos ilegales que operan con la aquiescencia y, a veces, colaboración de las autoridades. Para controlar sus negocios ilícitos y el orden en la zona emplean todo tipo de abusos brutales, hasta cortarle la mano a quien roba», asegura Tamara Taraciuk, subdirectora para las Américas de Human Rights Watch.

La trama que comienza en las minas llega hasta el Banco Central de Venezuela (BCV) que compra parte de lo que allí se obtiene, aunque en torno al 70% del oro es vendido en operaciones ilegales que involucran al chavismo. El BCV, a su vez, se ha valido de herramientas legales para lavarlo.

«El oro ha servido para mantener a la nomenclatura del régimen», aporta otro diputado, Ángel Medina. Maduro repartió minas de oro entre distintos gobernadores para que las explotaran y sacaran de ellas sus recursos. A la bolivariana, sin ningún tipo de controles.

Este mecanismo fue aprovechado por Hugo El Pollo Carvajal, jefe de la inteligencia de la revolución, según algunos medios, para acusar ante la Justicia al expresidente Rodríguez Zapatero de ser dueño de su propia mina de oro como regalo por sus servicios a Maduro. Aunque sin pruebas.

En paralelo, y durante tres años, Saab coordinó con el gobierno turco la entrega de toneladas de oro, valoradas en casi mil millones de dólares, a cambio de las cajas de alimentos subvencionados, llenando los supermercado de alimentos turcos, y también de euros en efectivo que aparecen y desaparecen en las calles de Caracas.

«Maduro y su familia usan la plataforma del Estado, usan el Banco Central de Venezuela, para sacar oro del país. Yo llamo a este sistema de gobierno una empresa criminal», acusó quien conoció desde muy dentro los manejos de la corrupción: el general Manuel Cristopher Figuera, antiguo director del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin). Quien fuera jefe de la policía política descubrió que Nicolasito Maduro, hijo del mandatario, compraba oro a bajo precio a los mineros, a través de las mafias, para luego revendérselo con sobreprecio al propio BCV. El Parlamento también acusó a Maduro junior de poseer una mina de coltán en el Amazonas, que además contaba con la vigilancia de la guerrilla colombiana aliada de la revolución.

Botellas de refresco con precios en gramos de oro en una tienda en Tumeremo, estado Bolívar,
Venezuela, el viernes 15 de octubre de 2021. El oro como medio de cambio resurge hoy
como la manifestación más extrema del repudio de la moneda local, el bolívar.

El uso de oro como medio de pago:

En la economía global de alta tecnología del siglo XXI, donde las transacciones por contacto están de moda, esto es lo menos tecnológico que existe. Para comprender la magnitud del colapso financiero de Venezuela, viaje al sureste de Caracas, pase por los campos petroleros y el río Orinoco, y diríjase a las profundidades de la sabana que cubre uno de los rincones más remotos del país.

Allí, en las peluquerías, los restaurantes y los hoteles que constituyen la franja principal compuesta por un polvoriento puesto tras otro, encontrará que los precios se muestran en gramos de oro.

¿Una estancia de una noche en un hotel? Eso costaría medio gramo. ¿Almuerzo para dos en un restaurante chino? Un cuarto de gramo. ¿Un corte de pelo? Un octavo de gramo, por favor. Jorge Peña, de 20 años, calculó que el octavo equivalía a tres pepitas pequeñas, o u$5. Después de hacerse recientemente un corte en la ciudad de Tumeremo, se las entregó a su barbero, quien, satisfecho con el cálculo de Peña, se los guardó rápidamente. “Puedes pagar todo con oro”, dice Peña.

En la economía global de alta tecnología del siglo XXI, donde las transacciones por contacto están de moda, esto es lo menos tecnológico que existe.

La mayor parte del mundo dejó el oro como medio de intercambio hace más de un siglo. Su resurgimiento en Venezuela hoy es la manifestación más extrema del repudio de la divisa local, el bolívar, que ha barrido el país. Se ha vuelto casi inútil por la hiperinflación. (El régimen de Maduro le acaba de recortar otros seis ceros).

En su lugar, el dólar se ha convertido en la opción de facto en Caracas y otras ciudades importantes. A lo largo de la frontera occidental con Colombia, el peso es la moneda dominante. Se utiliza en más del 90% de las transacciones en la ciudad más grande de la región, San Cristóbal, según la firma de investigación Ecoanalítica. En la frontera sur con Brasil, el real suele ser la moneda de elección. Y el euro y las criptomonedas también tienen sus nichos en algunas zonas del país.

El economista Luis Vicente León, presidente de la empresa de investigación con sede en Caracas Datanálisis, dice que la gente simplemente dejó de confiar en el bolívar y que ya no cumplía su función como depósito de riqueza o medio de contabilidad o de intercambio.

Hoy en día, solo los venezolanos más pobres, aquellos que no tienen fácil acceso a dólares u otras monedas, todavía usan bolívares. Según León, la gente prefiere cualquier moneda antes que el bolívar.

En partes del sureste de Venezuela, esa moneda es el oro.

La tierra allí, un impresionante mundo de montañas y cascadas gigantes que caen sobre exuberantes valles, está llena de metales preciosos. La tentación de obtener riquezas de la noche a la mañana ha atraído a generaciones de aspirantes a mineros y grabado los nombres de las ciudades de la región, El Callao y Guasipati, en el folclore venezolano.

Actualmente, el área es un lugar violento y sin ley, invadido por bandas y guerrillas. Los tiroteos con los soldados de Maduro, que controlan muchas de las minas más grandes, son comunes. Y, sin embargo, los venezolanos todavía vienen de todas partes, impulsados por la escasez de trabajo estable en medio de una depresión económica que se ha extendido por más de una década.

Los pequeños operadores de minas ilegales generalmente pagan a los jornaleros en pepitas. Esa oferta constante, junto con el hecho de que la recepción de internet es tan mala que las transacciones digitales son casi imposibles, hace del oro la opción menos mala para los locales.

Usan herramientas manuales para fragmentar las pepitas y luego las llevan en sus bolsillos, a menudo envueltas en billetes de bolívares, uno de los pocos usos que le quedan a la moneda. Las tiendas tienen balanzas pequeñas, pero algunos comerciantes y consumidores ya se sienten tan cómodos manejando el metal que calculan la cantidad de oro a simple vista.

Para el forastero sin experiencia, esto suena salvaje.

¿Cómo es posible determinar la autenticidad y el peso con una simple mirada de alguien que no ha recibido formación en mineralogía? Los expertos en oro, sin embargo, respaldan lo que dicen los lugareños: la habilidad se desarrolla con el tiempo.

Juan Carlos Artigas, jefe de investigación en el Consejo Mundial del Oro en Nueva York explica que el oro es un elemento que, a diferencia de los diamantes que son difíciles de evaluar, tiene características intrínsecas y hay cosas específicas que se pueden buscar, especialmente en las piezas más pequeñas.

El uso de oro se está expandiendo lentamente a las ciudades cercanas, incluida Ciudad Bolívar, la capital del estado ubicada a la orilla del Orinoco. Los mineros viajan regularmente allí para vender sus lingotes cuando quieren transformarlos en efectivo, y las tiendas en los centros comerciales los cambian por dólares.

Pero en las ciudades mineras como Tumeremo, hay poca necesidad de llevar algo más que oro.

El propietario de un pequeño hotel en la ciudad (solo da su primer nombre, Omar, por razones de seguridad) dice que paga a su personal con oro, utilizando las pepitas que le entregan los clientes. Cobra medio gramo la noche por una habitación.

Aproximadamente dos tercios de los clientes pagan con oro, estima Omar. También acepta dólares y otras monedas extranjeras de quienes no tiene oro. ¿Y los bolívares? Por ley, él no puede decir que no, así que los toma de mala gana, dice, y luego los gasta rápidamente.


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Por: DANIEL LOZANO
Redacción/Agencias
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San Félix, miercoles, 03 de noviembre de 2021



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