“La decisión del grupo de deponer las armas y
entregarse, conmocionaron al país…
La tercera reunión de la última ronda de negociaciones entre los representantes del régimen y la oposición dialogante, el sábado 13 de enero en Santo Domingo, tampoco logró destrancar el juego…”
■ El pasado 2 de enero, bajo el título “El día D para Venezuela”, Ricardo Hausmann sacudió la conciencia opositora nacional con un argumento explosivo. Según el brillante profesor de Harvard, el desmoronamiento sistemático de Venezuela como nación, con una dirigencia política ostensiblemente insuficiente para articular una respuesta política adecuada, exige, como única alternativa factible para restaurar la normalidad institucional y humanitaria del país, que la Asamblea Nacional designe un gobierno en el exilio capaz de gestionar ante diversos gobiernos de la región reconocimiento internacional y asistencia militar, mecanismos sin los cuales no sería posible restaurar en la Venezuela actual el orden constitucional y el Estado de Derecho.
(I) 09/ENER/2018
[M]ás allá de la inevitable controversia, la inesperada audacia de este planteamiento extremo genera dos interrogantes incómodas. ¿Acaso Hausmann es tan ingenuo como para no saber que a estas alturas de la historia no parece practicable una intervención armada extranjera en América Latina? Entonces, ¿por qué sugerir este aparente imposible político precisamente ahora, a muy pocos días de que se reanude en la capital dominicana la reiterada parodia de diálogo con que el régimen aspira a profundizar su hegemonía totalitaria? ¿Pura coincidencia?
Otro distinguido profesor latinoamericano en el mundo académico estadounidense, el cubano Jorge Domínguez, en su libro sobre la política exterior de la revolución cubana (Cuba’s Foreign Policy, Harvard Press, 1989), recurre a las cambiantes relaciones entra La Habana y Moscú para señalar que en el desarrollo de cualquier relación de carácter hegemónico debemos distinguir, por una parte, lo que él llama “hegemonía abierta”, como la que marcó la política exterior cubana con la Unión Soviética entre 1960 y 1968, o la de Estados Unidos con Cuba hasta 1959, y la “hegemonía cerrada”, como terminó siendo el vínculo entre La Habana y Moscú después de 1968, hasta la desintegración del imperio soviético. En el primer caso, la parte sumisa de la relación conserva cierta autonomía y la parte dominante se lo permite en beneficio de ambos. En el segundo caso, como ocurrió entre Cuba y la Unión Soviética después de la visita de 37 días de Fidel Castro a Moscú en 1968, la sumisión del sumiso pasa a ser total. A este tipo de relación la llama Domínguez “hegemonía cerrada”. Por otra parte, destaca Domínguez que en ambos casos, y esto es importante, para que la relación hegemónica sea útil y estable, se requiere que la parte sumisa acepte de buen grado el dominio de la otra.
En el caso de Venezuela, está por producirse una modificación similar en los términos de la ecuación que define la naturaleza de la relación real entre el régimen y el sector más dialogante de la oposición. Un tránsito desde la relación de “hegemonía abierta” que impuso el régimen y aceptó la dirigencia opositora después de la derrota del llamado “paro petrolero” en diciembre 2002, hacia una nueva etapa, de “hegemonía cerrada”, que bien puede estar a punto de concretarse estos días en el escenario dominicano.
Las oscuras intenciones del régimen para ejercer el control absoluto de la oposición se pusieron abiertamente de manifiesto cuando Maduro convocó sin ningún contratiempo la elección de una fraudulenta asamblea nacional constituyente con el propósito de borrar del escenario político venezolano el mandato popular del 16 de julio y pulverizar así la esperanza de encontrar una solución feliz al drama venezolano. Tras aquella claudicación sin remedio de los dirigentes de la MUD, profundizada muy poco después por las elecciones regionales y municipales, el régimen puede ahora poner libremente sobre la mesa las cartas marcadas de su ambicioso proyecto hegemónico. Y es justamente en ese espacio tóxico, mientras monseñor Diego Padrón afirmaba la semana pasada en la instalación de la Asamblea Ordinaria de la Conferencia Episcopal que “el pueblo no tiene confianza en los actores ni en la calidad de los objetivos” del diálogo gobierno-oposición que se reanuda pasado mañana en Santo Domingo, donde debemos situar la inquietante propuesta Hausmann. Razón por la cual, aunque físicamente ausente, Hausmann, créanme, estará más que presente en el cónclave dominicano del jueves. De esa presencia nos ocuparemos la próxima semana.
Rebeldía contra el poder usurpador: (II) 16/ENER/2018
Todo terminó como estaba previsto que terminara, sin acuerdo alguno, sencillamente porque la debilidad extrema de la oposición le permitió al régimen darse el lujo de ser más intransigente que nunca. Las circunstancias, sin embargo, obligaron al régimen y a la oposición a prolongar el penoso encuentro de sus representantes con una tercera reunión, el sábado. Y cuando tampoco llegaron ese día a ningún acuerdo “medianamente” satisfactorio, añadieron una cuarta y probablemente última reunión, a celebrarse el próximo jueves 18 de enero. A sabiendas, sin duda alguna, de que en esta ocasión, a la cuarta va la vencida.
El gran escollo que no le permitió al régimen imponer su voluntad fue la propuesta formulada por Ricardo Hausmann. Un desafío al régimen, pero sobre todo a la oposición. O brincan todos a una o se encaraman. Es decir, que ante la magnitud de una crisis que no parece tener fin y con una dirigencia opositora agonizante por culpa de sus inexplicables vacilaciones, errores e incoherencias a lo largo de los dos últimos años, el argumento Hausmann debió adquirir en la mesa de diálogo un valor muy palpable. Entre otras razones, porque la comunidad internacional ya ha perdido la poca paciencia que aún conservaba para tratar con el régimen venezolano, y porque la oposición presente en Santo Domingo, por muy dispuesta que estuviera a cederlo casi todo con tal de tener una elección presidencial este año, se vio obligada tomar en cuenta a Hausmann y pisar a fondo el freno de su disposición a claudicar.
En medio de este atasco en las negociaciones, se escuchó otra voz, la de los obispos, siempre de firmeza inquebrantable. Y así, tal como antes Hausmann había sostenido que hasta aquí podía durar la guachafita, en el comunicado que divulgó la Conferencia Episcopal Venezolana al concluir su asamblea ordinaria, los obispos señalan que la raíz de lo que ocurre en Venezuela “está en la implementación de un proyecto político totalitario, empobrecedor, rentista y centralizado, que el gobierno se empeña a mantener”. Tras esta caracterización del penoso sinsentido opositor de insistir en acordar con el régimen una salida electoral negociada a la abrumadora crisis nacional, el documento episcopal sostiene que a la vista de esta realidad a los venezolanos “solo les quedarían dos posibilidades: pérdida definitiva de la libertad, con todas sus consecuencias, o acciones de resistencia y rebeldía contra el poder usurpador”.
Sin la menor duda, la propuesta formulada por Hausmann y el análisis de los obispos venezolanos han sido tomados muy en cuenta por el régimen y por los representantes de lo queda de la MUD. Sería pura audacia sugerir que de no haberse escuchado la propuesta Hausmann, ahora con respaldo episcopal, el resultado de este postrer encuentro en Santo Domingo (recuerden que Heraldo Muñoz, canciller chileno, al viajar a la capital dominicana advirtió que si esta vez no se alcanzaba un acuerdo concreto y creíble “no tendrá ningún sentido seguir adelante con el diálogo”) hubiera sido muy distinto.
Desde esta compleja perspectiva, cabe ahora hacerse algunas preguntas. Por ejemplo, ¿qué ocurrirá en la reunión del jueves? ¿Se mantendrán tercamente invariables las posiciones de ambos bandos, o uno y otro suavizarán estas posiciones en aras de una fórmula de compromiso, que aun sin satisfacer las expectativas de nadie sea suficiente para calmar la impaciencia de la comunidad internacional y para no clausurar del todo la esperanza ciudadana en una solución pacífica, rápida y electoral del problema venezolano? Mientras tanto, ¿qué ocurrirá con las turbulentas aguas sociales que han comenzado a salirse de su cauce y amenazan con convertir a Venezuela en un territorio sin ley, a merced de la violencia, la hiperinflación y los saqueos? ¿Y qué ocurrirá con esa eventual candidatura presidencial de Lorenzo Mendoza, al margen del régimen y de los partidos de oposición, que algunos insinúan, cada día con mayor insistencia? ¿Habrá el jueves respuestas a estas y otras interrogantes igual de inquietantes? Y si a pesar de todo no las hay, ¿qué pasará entonces en Venezuela? A pocas horas del nuevo encuentro en Santo Domingo, estas son las incógnitas que trataremos de despejar la semana que viene.
El desenlace: (III) 23/ENER/2018
La tercera reunión de la última ronda de negociaciones entre los representantes del régimen y la oposición dialogante, el sábado 13 de enero en Santo Domingo, tampoco logró destrancar el juego. En realidad, el proyecto de un acuerdo “medianamente satisfactorio”, cualquiera que sea el sentido de ese eufemismo, era una misión imposible. De ahí el anuncio de que ambos bandos (es un decir) volverían a reunirse el jueves 18 de enero.
Ya sabemos que no pudo ser. El principal factor que impidió acordar a tiempo los términos de la elección presidencial prevista este año, para garantizarle a Nicolás Maduro otros 6 años de reinado absoluto con el visto bueno de cierta “oposición”, fue el impacto que produjo en un sector importante de la opinión pública la propuesta rupturista formulada pocos días antes por Ricardo Hausmann. Sencillamente, no era posible pasarla por alto. Sobre todo, porque su verdadero sentido apuntaba a la esencia del proyecto electoralista de la MUD. Es decir, a la búsqueda de un cambio pacífico y electoral del régimen, a pesar de que su propósito, 19 años después de haber impuesto un dominio hegemónico del poder, sigue siendo la obsesión de perpetuarse en ese poder hasta el fin de los siglos. Una circunstancia que, en el marco de la pérdida de apoyo popular desde que desactivó la calle en agosto del año pasado, obligaba a la MUD a darse in extremis una última y desesperada oportunidad para no perderlo todo de golpe y para siempre.
La dictadura de la realidad, sin embargo, es mucho más implacable que la voluntad de los hombres. Y eso se hizo muy palpable el lunes 15, cuando a primeras horas, mientras los jefes de los cuatro partidos que controlan lo que queda de la MUD deshojaban la ingrata margarita de no saber qué hacer, la noticia corrió como un reguero de pólvora. Desde esa madrugada, fuerzas represivas del régimen habían iniciado un aparatoso operativo para capturar al fugitivo Oscar Pérez, quien con un grupo de seguidores se había refugiado en una casa en las afueras de El Junquito. El drama acaparó toda la atención del país. Las dramáticas videoconferencias que divulgaba Pérez por las redes sociales, sobre todo sus últimos mensajes minutos antes del asalto final, que lo mostraban con el rostro ensangrentado repitiendo una vez y otra vez, cada vez con mayor ansiedad, la decisión del grupo de deponer las armas y entregarse, conmocionaron al país. Mucho más las fotos y videos que registraron el sangriento epílogo del asalto, todas ellas de muy atroz ferocidad. Y, por supuesto, el significado que transmitía la foto del cadáver de Pérez, con un disparo en mitad de la frente. Se tuvo entonces la certeza de haber visto y escuchado, en vivo y en directo, la repugnante masacre de un grupo de venezolanos que querían rendirse.
El efecto del trágico suceso se agravó el martes, cuando Néstor Reverol, en rueda de prensa, informó que la localización del grupo rebelde se hizo gracias al error de Pérez al conceder una entrevista a CNN vía Internet y a las confidencias de algunos dirigentes opositores que habían participado en las conversaciones de Santo Domingo. Allí mismo estalló la MUD. Sus dirigentes habían guardado un silencio culposo ante el asesinato de Pérez y sus seis acompañantes, pero en ese difícil momento se vio obligada a rechazar las palabras del ministro. Al día siguiente confirmaron la noticia. No condenaban el asesinato, recalcaban su compromiso con la solución electoral de la crisis y a pesar del dolor ciudadano insistían en la celebración de elecciones primarias de la oposición, pero notificaron que no acudirían a la cuarta y decisiva reunión convocada para el 18 de enero.
Para colmo de sus males, el viernes, Luis Almagro envió un mensaje categórico a los Borges y Ramos Allup de la oposición: “No puede ser validada ninguna dictadura a partir de ningún mecanismo de diálogo”. De este modo, Hausmann, Almagro y la dura realidad le cerraban el paso al torcido proyecto de esta espuria y claudicante oposición. En definitiva, este es el desenlace de esa parodia llamada diálogo que inició Hugo Chávez hace 15 años con respaldo opositor, y también, como quiera que se mire, nos confirma que hemos llegado al fin de todas las ficciones electorales.
*Armando Durán. Político, escritor y ensayista. Fue director de El Diario de Caracas y La Verdad de Maracaibo y editor del semanario Viernes.
Por: Armando Durán
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Caracas, lunes, 22 de enero, 2018
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