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MIGRACIÓN: oleada migratoria a Ecuador y Perú


EMIGRACIÓN, Venezuela se queda sin jóvenes. Estampida en cámara lenta…

Víctimas del chavismo se
afincan en Perú y Ecuador

 

Venezolanos ahorran hasta tres años para migrar a Quito o al Perú.

Hace 25 años Venezuela recibía a miles de peruanos. Hoy la migración se realiza en sentido contrario.

Cientos de venezolanos llegan todas las semanas al Perú huyendo de la grave crisis que azota su país. Dejan la escasez de alimentos, la falta de medicinas y el miedo de vivir en uno de los países más violentos del mundo. Aquí comienzan a construir una nueva vida. Desde cero.

Quito.- (DPA) Setenta y ocho horas. Eso dura el viaje por carretera desde Caracas hasta Quito. José, un venezolano de 29 años, hizo ese recorrido hace siete meses. Es técnico en informática, pero dejó las computadoras y ahora vende arroz con pollo y chaulafán en el parque El Ejido, en pleno centro de la capital.

El viernes, él y un amigo ofrecían comida a las personas que pasaban por allí. “A un dólar el plato. Jugo gratis”, gritaban. “Las auténticas empanadas, venga, pruebe”, replicaba otro. Junto a ellos había 15 venezolanos más que hacían lo mismo.

Aurora estaba en ese grupo. También vende arroz con pollo. Llegó hace 9 meses a Ecuador y vivió los primeros seis en Manta, en la casa de una tía. El terremoto que sacudió a esa ciudad la obligó a mudarse a Quito, con sus dos hijos y su esposo. Él es ingeniero en sistemas, pero está desempleado.

“Esta fue nuestra única opción para trabajar. Nos turnamos para vender la comida. En la mañana él cuida a los niños y por la tarde yo”, comenta Aurora, una marabina que está por dar a luz a su tercer hijo.

Desde el 2014, los venezolanos empezaron a migrar masivamente al país. El dato lo revela Marcos Mavares, fundador de la Organización de Venezolanos en Ecuador (OVE). Él aterrizó en octubre de ese año.

Las cifras oficiales corroboran aquello. Hace tres años, 501 personas de ese país no reportaron su salida de Ecuador. En el 2014, esa cifra subió a 3 112 y el 2015 creció a 8 078. En el primer semestre del 2016, la tendencia se mantiene.

A través de WhatsApp, la OVE recibe hasta 15 consultas diarias de compatriotas que buscan llegar a Quito. Hace cuatro meses, solo receptaba de dos a tres mensajes por día.

La inseguridad, el desabastecimiento de alimentos y medicinas, los bajos salarios o la polarización política son algunas de las causas que llevan a los venezolanos a migrar, según estudios de Iván de la Vega, sociólogo y profesor de la Universidad Simón Bolívar de Caracas.

La crítica situación del país sudamericano se recrudeció en el último semestre. El viernes en El Ejido estaba Andrés. Llevaba una camisa de béisbol, jean y converse. Como el resto de sus compatriotas, también vende comida. Tiene una tecnología universitaria en Producción Industrial.
 Arribó a Quito hace un mes con su esposa y dos hijos. En su casa no había harina, pasta dental, ni pañales para su hija de dos años. Dijo basta y decidió migrar hacia el Ecuador.

En Valencia, su ciudad natal, trabajaba en la función judicial. No ganaba mal, pero el sueldo no alcanzaba para comprar alimentos de la canasta básica. 
Un kilo de queso, por ejemplo, cuesta unos 3,000 bolívares (USD 5). El kilo de carne o pollo puede llegar a 
8,000 y 9,000 (USD 14). Y el salario básico no supera los
 15 000 bolívares. “Así no hay plata que alcance. Mira, prefiero mil veces ser comerciante informal aquí, que profesional en Venezuela”, dice Andrés.

Antes de seguir con el relato pide que no se publiquen más detalles suyos, pues teme que su madre se entere de su condición y se preocupe por él.
 Conversa con ella por WhatsApp. Siempre le cuenta que está bien, pero no sabe que en Quito es un ambulante.
 Le sorprende la facilidad para hallar en los mercados de Quito mandarinas, manzanas, fresas. “Mis hijos ahora pueden comer eso, sabes. Allá no”.

En el parque El Ejido, en el centro de Quito, inmigrantes venezolanos se
reúnen y venden comida. Es una salida temporal mientras hallan empleo.

Centros de reunión:

Los parques El Ejido y La Alameda se han convertido en los puntos de reunión de los venezolanos. Ahí venden comida o hablan de días mejores.
 La mayoría es profesional. Datos de la OVE aseguran que el 75% de compatriotas que viene al país tiene título superior. Médicos, profesores, administradores de empresas o contadores están en esa lista. 
De hecho, Marcos, fundador de OVE, es técnico automotriz. No ha podido hallar trabajo en esa rama. Actualmente tiene tres empleos: recarga toners para impresoras a domicilio, vende repuestos de motos y los fines de semana conduce un juego mecánico en el norte.

Luis, otro venezolano, vino a Quito hace dos meses. Las primeras tres semanas trabajó instalando ductos, pero lleva ya cinco semanas sin empleo. Los ahorros que trajo se acaban y le preocupa la alimentación de su esposa y su hijo.
 La OVE calcula que 16 000 venezolanos tienen estadía regular en Ecuador y revela que otra cantidad similar no posee papeles. La Cancillería dijo que prepara información sobre este tema.
 Las secuelas de estar irregular se sienten: los migrantes no hallan empleo, ganan por debajo del salario básico o, incluso, los dueños de negocios los contratan y no les pagan. En contexto
 El pasado 10 de julio, miles de venezolanos cruzaron la frontera con Colombia para abastecerse de alimentos y medicinas. La apertura temporal del paso limítrofe se dio luego de 11 meses de cierre. Para hoy, el Gobierno anunció que volverá a abrir la frontera.

Michelle Guanilo, activista por los DDHH de sus compatriotas, también opera una empresa de telecomunicaciones.
Freddy Hernández trabaja en la cocina de un hospital. El Perú es su nuevo hogar.

La reina de las arepas ha conquistado Miraflores. Se llama Angie. El día que no encontró comida en ningún mercado de Caracas sacó todos sus ahorros y compró un boleto aéreo hacia Lima sin retorno. Se embarcó con su esposo Eleazar, sus nueve maletas, su perro y con ese acento melódico de los venezolanos que hasta hoy, dos años después, nadie le quita. Nos pone al frente unas arepas rellenas de pollo, palta, queso y carne, y una bebida a base de limón, miel de chancaca y hielo. Angie nos habla durante tres horas, sentada en la mesa dos de su pequeño negocio de comida que de lunes a viernes revienta de clientes.

—“Volver a nacer”—

A fines de los años 80, cuando el Perú sufría por la hiperinflación y el terrorismo, Caracas abrió sus puertas a miles de connacionales. Hoy la situación es a la inversa. No hay cifras exactas de venezolanos en el Perú, pero cerca de 25.000 usuarios están afiliados a ocho cuentas de Facebook creadas para integrar y ayudar a esta comunidad.

Empresas de taxi, restaurantes, hoteles y clínicas reciben a quienes escapan de la crisis de su país. El ex diputado venezolano Óscar Pérez, asilado en el Perú desde el 2010, dijo a un medio local que unos 15 mil compatriotas suyos vivirían en el Perú. Migraciones no da una cifra exacta.

El salario mínimo en Venezuela es el segundo peor en América Latina, solo superado por el de Cuba: US$25 al mes, lo que un limeño puede gastar en un restaurante. Pero un tema aparte es la inflación. De haberse quedado en su país, Angie tendría que pagar US$136 por una toalla o US$700 por un par de jeans. Los puestos de mercado y las farmacias en Venezuela se han quedado vacíos.

“Me cuesta creer que aquí podemos ir a un supermercado o una farmacia y encontrar todo, comida, medicamentos, sin tener que pelear”, dice Angie. Se apellida Quintana y ahora posa para las fotos de El Comercio con Eleazar. Ella atiende con la gorra tricolor de su bandera. Él prepara el café detrás del mostrador con una camiseta de la selección de fútbol. Ambos consiguieron empleo al poco tiempo de llegar a Lima. Trabajaron sin parar. Con ahorros y algo de experiencia en repostería, pusieron su local en la cuadra cinco de Berlín.

Angie y Eleazar en su restaurante Delizia Café, ubicado en
la calle Berlín de Miraflores.

—Inseguridad—

“En Venezuela los ladrones son asesinos”. A Michelle Guanilo se le corta la voz. Su amiga fue asaltada mientras conducía en Caracas. Su hija iba en el asiento de atrás. “Recuperarás lo que te robe, pero te quitaré algo que nadie te va a devolver”, dijo el asaltante antes de disparar. La niña tenía 3 años.

Esa tragedia determinó la decisión de Michelle de escapar. “No podía seguir ahí. Maduro ha hecho que haya un resentimiento muy grande entre ricos y pobres. El hambre ha hecho que la inseguridad se expanda en todo el país”, dice. Se mudó a Lima, donde se convirtió en activista por los derechos de sus compatriotas: administra uno de los grupos de Facebook –Unión Venezolana en Perú– y es fundadora de una ONG del mismo nombre (unionvzla16@gmail.com).

Un venezolano viene al Perú con US$700, abonados en una tarjeta que el gobierno de Maduro les deja depositar como máximo. Esa tarjeta no permite retirar el dinero en cualquier cajero, lo que los obliga a ir tienda por tienda en Lima buscando a alguien que quiera darles el efectivo, pasando la tarjeta en un POS por ese monto. Generalmente, terminan en puestos de Polvos Rosados o El Hueco, donde acceden a ese intercambio. Muchos son estafados.

Los US$700 les permiten alimentarse y alquilar un cuarto por unos dos meses. En esos 60 días deben buscar algún trabajo que les ofrezca un contrato para obtener un carnet de extranjería. Una vez instalados, buscan en Internet a otros venezolanos. Y así llegan, por ejemplo, a contactar a Michelle, una heroína para muchos de sus compatriotas, que siempre los recibirá con un optimista: “¡Chévere!”.

Dejaron a su familia:

Lo primero que hicieron los esposos Alfredo y Bárbara Rodríguez cuando llegaron a Lima, en octubre del año pasado, fue comprar manzanas.

Extrañaban las manzanas. En Caracas no podían comerlas. No las había por ningún lado y cuando las había podían costar hasta mil bolívares. Para alguien que, como ellos, ganaba el sueldo mínimo (unos 7 mil bolívares), comprar una, solo una, era demasiado lujo.

Alfredo y Bárbara no comían manzanas. Ni azúcar. Ni carne ni pescado. Pollo y leche, casi nunca. Tampoco podían comprar papel higiénico. Conseguían el jabón y el champú después de largas colas, o si no, a precios altísimos. Solo podían comprar en los supermercados un día a la semana –les tocaba los viernes– y cada uno solo podía llevar dos productos como máximo.

Estaban descorazonados.

Por eso es que, como miles de compatriotas suyos, dejaron a su familia, a sus amigos, a su tierra, y se embarcaron en un viaje que, cuatro días y tres fronteras después, terminó en Lima. En Lima, donde lo primero que hicieron, una vez que se instalaron y asearon, fue correr a un supermercado.

Y comprar manzanas.

Hay 15 mil en el Perú:

La crisis política, económica y social de Venezuela ha provocado una ola migratoria sin precedentes. Según investigadores de la Universidad Simón Bolivar, de Caracas, 1.5 millones de venezolanos han dejado su país en los últimos 15 años. No hay cifras sobre el número de los que se han ido en el último año pero los analistas especulan que son decenas de miles. Los principales destinos son los Estados Unidos, Canadá y España. Pero también hay muchos en Colombia.

Y muchos en Perú.

La Superintendencia Nacional de Migraciones declinó informar a Domingo el número de ciudadanos venezolanos que ha ingresado al país en el último año. “Es un tema sensible”, explicaron fuentes de la institución. Cifras oficiales, por ahora, no hay. Pero el ex diputado de oposición Óscar Pérez, que vive asilado en Perú desde 2010, calcula que unos 15 mil compatriotas suyos viven actualmente en el país.

–Todas las semanas llegan cientos–dice. –Y no son inmigrantes; son desplazados que huyen de la inseguridad, la violencia y el hambre.

Alfredo y Bárbara Rodríguez son dos de esos desplazados. Como lo son Jesús Araujo y Carolina Quintana, como lo son Garrizon González e Ingrid Díaz y como también lo son Francisco Montes de Oca y Dayana Fernández. Cada uno de ellos, en distintos momentos y con distinta intensidad, vivieron momentos duros a causa de la crisis. Por eso se fueron y por eso llegaron aquí. Con lo poco o mucho que tenían.

A comenzar desde cero.

En una ciudad hostil:

Algunas mañanas, Alfredo llegaba a su trabajo –una conocida ferretería de Caracas– y encontraba a cientos de personas que habían pasado la noche haciendo cola a la intemperie, enterados de que a la ferretería había llegado cemento, uno de los insumos de construcción más escasos en el país. Él también tenía que hacer colas para comprar productos –aunque lo hacía pocas veces porque lo detestaba–, pero la escena nunca dejaba de sorprenderlo.

Alfredo y Bárbara se casaron en 2014, cuando ella tenía 19 y él, 22. Como muchas parejas jóvenes, planeaban conseguir un buen trabajo, tener su casa, su carro y encargar hijos, pero a medida que la crisis económica se profundizó, se dieron cuenta de que la plata ni siquiera les alcanzaría para comenzar a estudiar.

Los asustaba hacer colas en los supermercados estatales porque allí la gente se ponía muy violenta y las peleas nunca faltaban. Los asustaba subir a los buses porque los asaltos eran frecuentes. Los asustaba caminar por las calles. Se preguntaban cómo podrían tener hijos si ni siquiera se podían conseguir pañales. Vivían en una ciudad hostil, donde escaseaba el alimento y campeaba la corrupción y el crimen.

Decidieron irse.

Vendieron el piano que les regalaron por su boda y otros objetos de valor. Compraron los pasajes. Una amiga de su iglesia les recomendó irse al Perú. Allí nunca les faltaría una mano amiga. Tres días antes de partir, el gobierno cerró la frontera con Colombia. Dicen que rezaron mucho, hasta que un mes después la empresa de transporte terreste les dijo que los llevaría tal día y a tal hora si conseguían pasar la frontera y llegar hasta Cúcuta, Colombia, por sus propios medios.

Lo hicieron.

Cuatro días después estaban en Lima. Instalados en un minidepartamento en Chaclacayo. Extasiados con todo lo que podían comprar en el supermercado del distrito. Manzanas, azúcar, papel higiénico, todo. Para entonces ya habían decidido crear un canal en Youtube contando sus experiencias como inmigrantes. El primer video que subieron explicaba cómo fue su travesía y daba consejos a los compatriotas que querían seguir sus pasos. El sexto, que mostraba las diferencias que encontraron entre los supermercados de Venezuela y Perú, fue reseñado en el portal Útero.pe y hasta ahora ha superado las 188 mil reproducciones.

Alfredo ha terminado de estudiar Autocad y Metrados y trabaja diseñando páginas web. Bárbara se ocupa del canal de Youtube, que ya tiene 8 mil suscriptores y está empezando a generarles ingresos. Ambos dictan clases de piano y violín dos veces por semana. Dicen que venirse ha sido una de las mejores decisiones que han tomado en su vida.

–Acá llevamos una vida normal– dice Alfredo. –Sentimos esperanza, ya no estamos deprimidos. Vivimos en paz.

Dolorosa devaluación:

Carolina Quintana estaba con dos de sus hijos cuando se detuvo en la estación de servicio a echar combustible a su auto. El tipo que se acercó no llevaba un arma a la vista pero le prometió que la sacaría si no le daba su anillo de matrimonio. Aterrorizada, Carolina se lo dio. Los asaltos en los grifos son una de las modalidades más usadas por los delincuentes en Caracas. Carolina tuvo suerte. En los últimos años los homicidios han aumentado de forma alarmante en el país. El año pasado, Venezuela fue el país más violento de América.

La inseguridad ahuyentó a Carolina y a su esposo, Jesús Araujo, pero también la crisis económica y social. Y no solo fue la escasez de alimentos y la falta de medicinas. La devaluación de febrero de 2013 les hizo perder casi 60 mil dólares, suma que era en parte ahorros y en parte la venta del departamento donde vivían. El dinero restante solo les alcanzó para adquirir un departamento la mitad de chico, y lo peor es que gracias a una disposición del gobierno, sobre propiedades presuntamente construidas con fines especulativos, no lo pueden vender. Por lo menos no hasta que pasen cinco años.

Jesús y Carolina llegaron al Perú en agosto de 2014. Hartos. Él había trabajado por años en el área de Cobranzas de una importante radioemisora y ella lo había hecho en puestos administrativos en la industria petrolera, pero intuían que su currículum valdría poco a la hora de conseguir trabajo. Así que trajeron varios proyectos en la cabeza. Al final, eligieron el que más los apasionaba: el negocio de las arepas.

Asuu Arepa abrió sus puertas en enero de este año, en Miraflores. Ofrece una veintena de variedades, incluyendo las populares Pelúa, Catira y la clásica Reina Pepeada. Jesús y Carolina reciben todos los días no solo a muchos compatriotas que llegaron, como ellos, huyendo de la crisis, sino a cada vez más peruanos que están comenzando a apreciar esta delicia típica del Caribe. Jesús ha decorado el local con camisetas de los equipos de baseball y fútbol más populares de su país. Entre ellas, bebiendo papelón y degustando una pelúa, se siente un poco más en casa.

Miedo a las tinieblas:

De pronto, todo fue oscuridad. Ingrid Díaz y su madre estaban pagando los productos que habían comprado en el supermercado, después de una cola larguísima, cuando la electricidad se fue. Eran las 6 de la tarde. A Ingrid le explicaron que el gobierno había ordenado que a esa hora se cortara la electricidad en todos los supermercados, como parte de una política para enfrentar la crisis energética. Pero el corte parecía haber cogido por sorpresa a todo el mundo. Ingrid y su madre tuvieron que bajar solas al estacionamiento. Era en un sótano. No se veía nada. Y ellas se morían de miedo.

Eso fue hace dos meses, cuando Ingrid estuvo en Caracas de visita. Hace poco más de tres años que ella vive en Lima con su esposo, Garrizon González. Esa escena no es parte de su realidad cotidiana. Y ambos viven agradecidos por ello.

Ingrid es una de las miles de víctimas de la Lista Tascón, la relación de ciudadanos que firmaron a favor del referendo contra Hugo Chávez, en 2004. Cuando la lista se hizo pública, los firmantes que trabajaban en el gobierno quedaron marcados. Ingrid era diplomática de carrera desde el 2002. Y tuvo que soportar años de hostigamiento laboral, hasta que renunció, en 2009. Pasó los siguientes cuatro años preguntándose qué hacer con su vida.

En enero de 2013, ella y Garrizon se mudaron a Lima. A él tampoco le había ido bien en Venezuela. Había intentado levantar un restaurante con su familia pero cuando le faltaba poco para terminarlo, el gobierno le dijo que la zona donde estaba emplazado era zona militar y expropió el terreno.

En Lima, Garrizon –chef de profesión– anduvo por las cocinas de algunos de los mejores cocineros del país (Schiaffino, Garibaldi), pero la falta del carné de extranjería le impidió conseguir un contrato. Ambos obtuvieron sus documentos cuando invirtieron en un negocio de comida, del cual, eventualmente, terminaron desvinculándose. Ingrid le propuso a su esposo montar una escuela de yoga. Ella llevaba dictando clases desde que habían llegado y él también era profesor certificado. La abrieron en abril de 2015, en La Molina. En InYoga ofrecen masajes terapéuticos y terapias de shiatzu y reiki. Viven rodeados de una energía especial. La dura realidad venezolana ya no es parte de su vida.

Buscando la libertad:

A Francisco Montes de Oca y Dayana Fernández la política también los sacó de su tierra. Ella era magistrada y, como Ingrid, estaba en la Lista Tascón. También fue hostigada y también fue relegada laboralmente. En 2011 se hartó y se fue. Francisco era funcionario de la Contraloría Metropolitana de Caracas y llegó a ser vicecontralor. En 2015, el contralor metropolitano se murió y él quedó transitoriamente a cargo. Pero, entonces, la Contraloría General de la República, controlada por el chavismo, intervino la institución. Y despidió a Francisco.

No hubo que pensarlo mucho. El matrimonio y sus dos hijas padecían la crisis como el que más. Francisco no recuerda la última vez que comió carne en Caracas. A Dayana casi le meten un balazo por intentarle robar el coche. Hicieron las maletas y se vinieron a Lima en agosto del año pasado. Felizmente, dicen, la transición no ha sido difícil. El gobierno peruano les concedió la condición de refugiados. Dos hermanas de Dayana viven acá y los ayudaron a adaptarse.Dayana convenció a su esposo de abrir un café. Le pusieron de nombre “Libertatte. Café Libre”. Porque libertad fue lo que vinieron a buscar. Y libertad fue lo que encontraron.



Venezolanos en Quito:

Un departamento pequeño en el centro de Quito es el nuevo hogar de Antonio y otros dos jóvenes venezolanos. Llegaron hace 60 días a la ciudad. No fue fácil migrar. Ahorraron tres años para eso. Antonio es ingeniero en sistemas. En su natal Maracay ganaba 30 000 bolívares mensuales, unos USD 30 aproximadamente. Cada quincena, con el poco dinero que le quedaba, compraba dólares.

En tres años reunió USD 600. Con eso pagó un pasaje de avión en u$ 200 y se vino a Quito. El resto de la plata la gastó en el alquiler y comida.
 Ayer, él y los dos amigos con quienes llegó a Ecuador estaban en el parque La Carolina, en el norte. Ahí venden dulces.

También son artistas y se ganan unos dólares cantando.
 Laura es la voz del grupo. Tiene 28 años. Es de Valencia, una región central de Venezuela. Antes de dejar el país, ahorró u$ 900 en tres años. Ganaba 40 000 bolívares (unos USD 40) ejerciendo sus conocimientos en ingeniería industrial. 
 Ya en Quito, Antonio, Laura y su hermano José Alejandro arrendaron un departamento en u$ 300. Al mes, cada uno gasta USD 130 en el pago del alquiler, en comida y servicios.
 Estudios venezolanos señalan que en los últimos 15 años, al menos 1.6 millones de ciudadanos de ese país han migrado hacia Estados Unidos, España, Argentina, Chile y Ecuador.

Datos de Migración refieren que hace tres años solo 501 personas de esa nación no reportaron su salida de Ecuador. En el 2014, la cifra subió a 3,112 y en el 2015 creció a 8,078. En el primer semestre del 2016 van 4,063.
 En el ala noroccidente del parque La Carolina decenas de migrantes venden productos nativos de Venezuela: dulces, chocolates, empanadas, arepas. A ese espacio del parque incluso le han bautizado como la “curva del venezolano”.

Carlos vende golosinas. Aterrizó en Quito hace dos meses. Es chef y la próxima semana le entregarán la visa de trabajo. En agosto tiene previsto abrir un restaurante con otros dos compatriotas. Quiere traer a sus cuatro hijos y a su esposa. 
Actualmente vive en un departamento en Santa Rita, un barrio del sur de Quito, con otros cuatro venezolanos.

Carlos cuenta que primero migró a Panamá con su esposa. Estuvo dos meses y medio en ese país. Ella sigue allá. Antes de abandonar Maracaibo, la pareja vendió un carro y bienes; reunieron u$ 1,850.
 El marabino llegó a Quito solo con u$ 300 en el bolsillo. Eso le sirvió para los gastos de alquiler y la comida del primer mes.

En el departamento vive con Javier, un maturinés ­de 30 años con apenas una semana de haber arribado a la capital.
 “La situación está dura, dura, dura. Es imposible vivir allá”, asegura Carla, otra venezolana que ayer estaba en La Carolina. 
La joven relata que en Maturín tienen una posición económica cómoda, con dos autos, una casa y buenos sueldos. “¿Pero de qué me sirve ganar bien si no hay comida o los precios en el mercado ilegal son altísimos?”, cuestiona la treintañera. Por eso piensa radicarse con su familia en Quito.

En el parque La Carolina de Quito, venezolanos venden dulces, arepas y chocolates.


Miles cruzaron la frontera
:

Los venezolanos no exageran cuando dicen que su país está a punto de vivir una “histórica crisis humanitaria”. Ayer, más de 63 000 ciudadanos cruzaron a Colombia en busca de alimentos, artículos de higiene, medicinas y otros productos que no consiguen en su país, según reportó la agencia AFP. Ellos se sumaron a las otras 44 000 personas que se movilizaron el sábado. La masiva afluencia de gente ocurrió tras la reapertura de los pasos de frontera, que el Gobierno venezolano cerró hace 11 meses.

Las personas se dirigieron hacia Cúcuta, a través de los puentes internacionales Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander, que comunican a San Antonio y Ureña (Venezuela) con Norte de Santander (Colombia).

La llegada de miles de venezolanos a Cúcuta provocó desabastecimiento en los supermercados de esa localidad, sobre todo por el paro camionero que ayer vivió su jornada 41. En medio de estos hechos, el ministro de Defensa de Colombia, Luis Carlos Villegas, anunció que enviarán caravanas con víveres desde Bucaramanga hasta Cúcuta.

“Estoy feliz y contenta porque voy a obtener lo que necesito. No soy millonaria y necesito comprar alimentos a buen precio y no al del ‘bachaqueo’ (contrabando). Voy por papel, mantequilla, aceite, arroz, leche, lo que pueda”, decía ayer Coromoto Ramírez, una mujer de 45 años, mientras hacía la fila para cruzar la frontera. Elio Camacho viajó desde Barquisimeto, una región ubicada a 580 kilómetros del paso fronterizo. “Recorrí siete horas, pero conseguí lo que buscaba”. Los venezolanos que regresaban a su país agradecían al Gobierno de Colombia por “abrirles las puertas”. Algo similar sucedía ayer en Quito. Laura, Antonio, José Alejandro, Carla, Javier, Carlos…reconocían la apertura de los ecuatorianos.

Por: Juan Pablo León Almenara,
Óscar Miranda & Javier Ortega
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Caracas, jueves 21 de julio de 2016




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