“El Papa…, sin ejércitos, sin divisiones,
tanques, ni drones, llegó como San Jorge”
■ No presumo de teólogo y mucho menos de ser un católico practicante con el derecho a criticar los giros que el Papa -como suprema autoridad de la Iglesia-, le imprime en determinados momentos a su pontificado.
[P]ero lo que sí me conmueve, asombra y abruma es el poder espiritual de este hombre de Dios que obliga a los dictadores cubanos, Raúl y Fidel Castro, a permitirle celebrar dos misas con millones de fieles en La Habana y Santiago de Cuba, y después, es recibido por el gobierno y el pueblo de los Estados Unidos en un explosivo homenaje que subraya su mutua comunión y consubstanciación con la fe.
Estas líneas intentarán, entonces, ser una disgregación sobre el poder, sobre el misterioso poder de lo espiritual y lo religioso, que, sin estar secundado por la fuerza de lo tangible, prescriptible y visible somete a la materia, -a la oscura materia- a cursos no determinados por las leyes de la física y de la astrofísica.
Hace meses, leyendo “El fin del poder”, del politólogo y economista Moisés Naím, me tropecé con la idea de que, seguramente, los últimos grandes poderes persistían en manos de los presidentes de Estados Unidos y China, los CEO de J.P. Morgan, Shell Oil y Microsoft, la directora del NYT, el presidente del FMI y el Papa, el único, entre todos, que no ostenta poder político, económico, mediático, ni tecnológico, y de nuevo volví a hacerme una pregunta que me persigue desde la infancia: ¿Y si el poder real reside en lo irreal, en lo no real?
Pero volviendo al Papa: llegó a Cuba desde un minúsculo estado de Europa, el Vaticano, y antes había gastado los primeros 76 años de su vida en un turbulento país de Suramérica, Argentina, muy católico, -como todos los países de la América del Papa, pero lo menos identificado posible con la catolicidad ritual, de rezo y comunión-, y ungido por unos señores desconocidos, los cardenales, quienes lo dotaron de esa fuerza con que ahora arroba a dictadores, demócratas, capitalistas y socialistas.
Lo vi la tarde del sábado 19 de septiembre, a las 3 y 50, irrumpir en la isla de Cuba, desgarrando la cortina, el velo, el muro con que los dictadores Castro quieren ocultarla al mundo, al universo, pero ahí estaba el Papa, con otros pocos sacerdotes, sin ejércitos, divisiones, tanques, ni drones, algo así como derribando aquel dragón de San Jorge que, debería no ser legendario, porque la imagen es demasiado bella.
Fue un recibimiento frío, formal, burocrático, con el menor de los Castro, Raúl, haciendo de oficiante en una ceremonia que, ni siquiera en sus más laberínticos extravíos, imaginó una vez presidir.
Francisco sonreía, como seguramente sonreía aquel otro Francisco que hace siglos derribó a otro dragón (perdón, al lobo de Gubia), como nos lo recordó recientemente la fraterna, Yoani Sánchez, en un artículo inmenso (“No te acerques mucho, hermano Francisco”), quizá replicando acontecimientos que, Borges pretendía, se repetían una y otra vez en el tiempo, pero cambiando los lugares y los personajes y cuyos primeros avances son el de David venciendo a Goliat y Jesús a los emperadores romanos.
Se ha discutido mucho -y con ardor-, sobre las omisiones del Papa en su reciente visita a Cuba, precisamente, por no haber recibido a las “Damas de Blanco” y, en general, a una oposición democrática que, sin exagerar, reivindica el heroísmo de los primeros cristianos y de todos los que en el curso de los tiempos no dudaron que el poder de lo intangible, de lo eterno, de lo trascendente “vence” al de los hombres que se dejan “vencer” por la fatuidad y terminan ahí, arrollados, por vientos que no sintieron, ni presintieron.
Quiere decir que, sin cejar en mi protesta –muy humana ella- quiero situar la coincidencia de la visita de Francisco a Cuba y a los Estados Unidos, en esos designios misteriosos del poder del espíritu que, sin arriesgar el don maravilloso de decir, dice lo que, de otra manera, no podría decir.
A este respecto, es posible que ni el propio Francisco estuviera consciente del mensaje que portaba su viaje a Cuba y a Estados Unidos, ni de un conjunto de sucesos que les gritan al mundo, a los hombres, cuáles son los caminos y por qué si desviarse significa sacrificios y dolores inmensos, no deben sucederse para que la humanidad no piense en ellos.
Estaban ahí, en efecto -y como quizá no pudo ocurrir en otro momento de la historia-, los dos mundos, las dos ideas, las dos filosofías que se pelearon el dominio del planeta durante el siglo que recién concluye, que dejó cientos de millones de muertos y que fue decidido a favor de la libertad y la democracia, pero en torno a lo cual no se han hecho las reflexiones como para que “no más Unión Soviética, no más China, no más Europa del Este, no más Cuba comunistas” aparezcan.
Imágenes durante 10 días en medios impresos, radioeléctricos, Internet y las redes sociales, millones, billones de imágenes de aquellos dos ancianos cubanos que despiertan la atención, mas como una excentricidad que como una ritualidad, con medio siglo de poder a cuestas, y sin deseos de cederlo, y expuestos a que un día un huracán les aclare que su “tiempo” ya pasó.
Víctimas del espejismo de creerse dioses, únicos, omnipotentes, los exclusivos para vencer a enemigos que desaparecieron solos, porque, es intrínseco a los asuntos humanos, pasar y sin mirar atrás.
Creyentes en lo menos que podía creerse, en unas leyes de la historia que, por tales, duraron lo que duró en secarse la tinta de los libracos en que fueron impresos, vendidos y distribuidos.
Pero más allá, al otro lado, a solo 90 millas, el mundo de lo humano, de lo diverso, de los que se equivocan, de los que viven para corregirse y avanzar y pensar, sentir y practicar que, no hay dioses terrenales, que si existen debería ser en una dimensión intocada desde donde nos ayuden con su no presencia.
Una lección… ¿cómo no?… para este Papa Francisco, recibido por un presidente de raza negra, en un país donde pertenece a una minoría racial, en el cual los pertenecientes a una mayoría y otras minorías, lo eligieron para que gobierne durante ocho años, y ya, dentro de año y medio… ¡fuera!… se va, a seguir siendo un ciudadano común y corriente, quien sabe si político, científico o sacerdote, pero convencido de que los cambios, las transformaciones en el mundo pertenecen a muchos y no a uno, ni a unos pocos.
Qué cosas, ¿no Papa Francisco?, una sociedad alegre, libre, contenta, espontanea, ah, y profundamente religiosa, donde conviven hombres de todos los credos y confesiones, en respeto mutuo y que, a pesar de su religiosidad, convinieron en que Dios nos hizo diversos y diferentes para convivir.
Lo que no hay es muchos socialistas, ni populistas, ni fundamentalistas, sino ciudadanos que respetan profundamente la propiedad privada, creen que debe defenderse a los individuos frente al estado y desconfían de todo el que, por una idea, filosofía o religión, se siente predestinado a destruirle la vida, la hacienda y los derechos a los demás.
Ah, -se me olvidaba Papa Francisco- y es la sociedad vanguardia en la creación y desarrollo de la ciencia y la tecnología contemporáneas, por las que dejamos el siglo XX y nos adentramos en el XXI, que nos permiten comunicarnos en segundos a los 7 mil millones de habitantes del planeta, y conocernos, y amarnos y visitarnos, y nos preparan para no ser solo habitantes de la tierra, sino del cosmos.
¿Que persisten muchos errores, déficits e injusticias en los Estados Unidos? Claro que sí, y seguirán persistiendo, pero es la sociedad donde los Castro, Maduro, Correa, Morales y los Kirchner no persiguen a los denunciadores, sino que más bien los alientan para que formulen sus reclamos.
Es la América con la cual, la otra América, la de nosotros, podría unirse y hacer realidad el sueño común de los padres fundadores y libertadores, de Washington, Bolívar y San Martín de una América destinada a ser la tierra de promisión de la libertad, la democracia y el bienestar de todos.
Sé que en su discurso del jueves al Congreso de los Estados Unidos abogó porque el país siguiera siendo la tierra de los inmigrantes (“yo mismo soy un hijo de inmigrantes”, dijo), pero apostemos también a la inmigración en los dos sentidos, el sentido de los norteamericanos que quieran ser del Sur y el de los sureños que quieran ser del Norte.
Pensemos en una transferencia de valores, no solo económicos, científicos y tecnológicos, sino morales, filosóficos y políticos que contribuyan a barrer los despotismos, las tiranías y las dictaduras, valores por los que los americanos de todos los tiempos han dado vida y sangre.
Por último, no se olvide de nuestros dos países, Papa Francisco, de Venezuela y Argentina, convertidos en incubadoras del virus totalitario, a punto de expandirse y propagarse y en perspectiva de hacer con nuestras iglesias, lo que los rusos, chinos, europeos del este y cubanos hicieron con las suyas.
No se olvide de la Iglesia Católica venezolana, Papa Francisco. tan heroica en la defensa de los valores que Cristo fundó eternamente.
Hasta luego, Papa Francisco, y que Dios nos bendiga a todos.
*Manuel Malaver. Analista político mejor informado de Venezuela, reconocido periodista de larga y respetada trayectoria en los medios impresos, autor del libro: “La DEA contra la Guardia Nacional de Venezuela”.
Por: Manuel Malaver
@MMalaverM
Politica | Opinión
Domingo, domingo 27 de septiembre, 2015
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