Felipe González se convirtió de motu
proprio en embajador de la oposición
■ Si no fuera hiperbólico -y tan socorrido- diría que Felipe González, al igual que el Mío Cid, el héroe medioeval español, sigue ganando batallas “aun después de muerto”.
[P]ero, primero, Felipe no está ni siquiera retirado de la política y, en cuanto a morirse, luce unos espléndidos 73 años que, en el español más castizo, no pueden augurarle sino una larga, larguísima vida.
La de la visita a Caracas que culminó el pasado martes, sin embargo, fue una singularísima batalla –de las que le gustaban a Don Quijote- pues, aparte de contar con amenazas de todo tipo por parte del presidente dictador, Maduro, fue precedida de los peores pronósticos en cuanto a la oportunidad y utilidad de su presencia.
Estaba, además, como preludio a los “hechos de guerra” aquella “Declaración de Persona No Grata” de la Asamblea Nacional del 14 de mayo, promovida por el llamado “hombre fuerte” de la administración, Diosdado Cabello, que validaba una decisión de la Comisión de Política Exterior de la cámara del 21 de abril, y sobre la cual, la segunda vicepresidenta de la AN, Tania Díaz, soltó está perla.
“Es una decisión de la Asamblea Nacional que está puesta en un acuerdo de la Asamblea Nacional, el resto de las acciones son competencia del Ejecutivo nacional, como ustedes saben, el Presidente de la República es el que lleva las relaciones exteriores del país, a través de la Cancillería y de aquí a lo que vaya a suceder después de este acuerdo es competencia, decisión del Ejecutivo nacional”.
Para colmo, antes de que Felipe pisara tierra venezolana, Maduro había suspendido un viaje a Roma a recibir un premio de la FAO y a entrevistarse con el Papa Francisco, todo lo cual, dejó escapar toda suerte de rumores sobre si el jefe de Estado, en persona, había decido comandar la “Batalla de Caracas”, y si no estaríamos en un remake de aquellas batallas de la independencia donde se enfrentaban jefes realistas y jefes patriotas.
“Invito al pueblo chavista”, decía el Alcalde del Municipio Libertador, Jorge Rodríguez, el viernes 5 en el canal 8, “a que se vuelque el domingo en puntos estratégicos de la ciudad a protestar contra ese señor que está anunciando otra vez que viene en una visita agresiva. Nosotros nos vamos a la calle el próximo domingo a repudiar la presencia de Felipe González en Venezuela, a decirle que este país se respeta y que le vamos a dar la cara”.
Y por distintas vías, canales de televisión, emisoras de radio, periódicos, redes sociales, durante semanas, otros dirigentes del régimen, como el Defensor del Pueblo, Tarek William Saab, el gobernador de Aragua, Tareck El Aissami, Freddy Bernal, un diputado de apellido Fariñas y muchos, muchos más, lanzaban arengas, proclamas, rogativas, amenazas, admoniciones, salmodias, rezos y persignas contra quien era más invocado como una suerte de Satanás, Anticristo o Shamán Mayor que como lo que efectivamente es: un estadista democrático del último medio siglo que brilló por su capacidad para restaurar la democracia española, contribuir al colapso del totalitarismo comunista y apoyar las luchas por la libertad y el respeto a los derechos humanos en todo el mundo.
Y llegó el día, la hora, la mañana del domingo 7 de junio en que Felipe González desembarcó en Caracas, solo, sin guardaespaldas ni comitiva, sin ejércitos ni milicias, en un avión de una línea aérea conocida, bajando las escalerillas como un pasajero cualquiera, sin saludar y como intrigado de no ver multitudes protestando su llegada, haciendo la cola de rutina ante inmigración, y después, cuando se abrieron las puertas de salida, recibiendo un estruendoso aplauso que aún debe repicar en los oídos de los habitantes del litoral central y regiones circunvecinas.
No era, sin embargo, caudaloso el recibimiento que presidían la esposa del Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, Mitzy Capriles y la madre de Leopoldo López, Antonieta Mendoza de López, y con las cuales, se trenzó en un largo y sentido abrazo que, otra vez, fue la manifestación de esa amistad que desde los años 70, cuando la democracia venezolana fue la primera en América en darle la mano a la democracia española, siente por Venezuela y su gente.
El sol quemaba cuando, a eso de la dos de la tarde, no en una caravana, sino acompañado de unos pocos vehículos tomó la autopista Caracas-La Guaira, y de nuevo fue extrañarse de la tranquilidad del tránsito, de que los viajeros iban o venían de la playa sin descentrarse del objetivo de llegar temprano, y sin que un solo grito, la más rupestre pancarta, estuviera alertando que un enemigo mortal pisaba tierra venezolana y había que deshacerse de él como fuera.
La plaza Sucre, de la populosa parroquia de Catia, sí le dio la primera visual de la Caracas de hoy, con las multitudes haciendo colas en los negocios abiertos para comprar, ya alimentos, ya medicinas, artículos de limpieza, de higiene personal, lo que hubiere, con no pocos motines de compradores insatisfechos y los guardias nacionales, policías y soldados empujándoles con los fusiles en traviesa para que guardaran el orden.
Volvió a pensar y se le vinieron unas palabras que dijo en su visita anterior a Caracas: Venezuela está al borde de una catástrofe humanitaria si el gobierno de Maduro no resuelve el problema del desabastecimiento, pues, aquí, a diferencia de lo que sucedió en Cuba en los 90, cuando el colapso de la Unión Soviética obligó al llamado “Período Especial” , no existe una burocracia entrenada para distribuir racionalmente productos escasos, sino sumamente incompetente, y habituada a la corrupción y al despilfarro.
Preocupación, inquietud que ha sido central (“centralidad” es una palabra que usa a menudo) en su involucramiento en la crisis venezolana, y que, piensa, es fundamental si se quiere concluir en que, solo a través de la unidad, el diálogo y la lucha es posible evitar la que no duda en calificar como una “catástrofe humanitaria” en ciernes.
Por tanto, en la reunión que sostuvo el lunes a las 10:30 am con el Alcalde Metropolitano, Antonio Ledezma, en su casa de habitación, por casi dos horas, insistió una y otra vez en la unidad de la oposición, y en el diálogo con quien fuese necesario, pues toda demora en encontrarle una solución pacífica a la crisis, no hacía sino recordarle la guerra civil española de finales de los 30.
Fue la misma insistencia que sostuvo en la reunión de las 2:30 de la tarde con dirigentes de la MUD en la sede de esa organización, -y en la cual apareció acompañado de Lilian Tintori, la esposa de Leopoldo López, y de Mitzy Capriles, la esposa de Ledezma como para refrescar que cuando hablaba de unidad de la oposición hablaba en serio- y de la cual Chúo Torrealba, el Secretario de la MUD, dijo que había sido “una de las grandes lecciones de política que había recibido en toda su vida”.
Por último, en la actividad final de la agenda de aquel lunes histórico, Felipe González visitó en su casa de habitación al líder opositor, Teodoro Petkoff, a quien llevaba, nada más y nada menos, que el premio Ortega y Gasset que, semanas antes, le había concedido el diario “El País” y que fue ocasión para recordar la vieja amistad que los unía y las luchas sin descanso que seguían manteniendo contra los dictadores y los violadores de los derechos humanos.
No pudo el ex presidente del gobierno español asistir el martes, en su condición de “asesor externo” a la audiencia judicial que estaba pautada para el Alcalde Ledezma, que fue suspendida, y mucho menos trasladarse a la Cárcel de San Juan de los Morros a expresarle su reconocimiento a Leopoldo López y a Daniel Ceballos, pues el gobierno no concedió los permisos.
Pero la “Batalla de Caracas” había sido ganada, Felipe González le dio su apoyo irrestricto a la oposición venezolana, demostrando otra vez que esa era su causa y que se convertía de motu proprio en su embajador.
Pero a todas estas –y esta era una pregunta recurrente en la calle- ¿dónde estaban Maduro, y Cabello, y Tania Díaz, y el “Defensor” del Pueblo, y Tareck El Aissami, y Jorge Rodríguez y el tal Fariñas y tantos otros que convocaban a protestar y darle la cara a “ese señor”?
Pues para decirlo en criollo, era como si se los hubiera tragado la tierra, y en cuanto a la Batalla de Caracas, no era solo que la habían perdido, sino que no se habían presentado al campo.
Salió Maduro –todo espelucao- a protestar el miércoles porque Felipe González había sido recogido la tarde del martes por un avión de la Fuerza Aérea colombiana para llevarlo a Bogotá a una reunión con el presidente, Juan Manuel Santos, pero es que la gran política se hace para los grandes de la política y no para improvisados, marrulleros y anacrónicos que tienen por jefe a Raúl Castro, y por consejero a su hermano, Fidel.
*Manuel Malaver. Analista político mejor informado de Venezuela, reconocido periodista de larga y respetada trayectoria en los medios impresos, autor del libro: “La DEA contra la Guardia Nacional de Venezuela”.
Por: Manuel Malaver
@MMalaverM
Politica | Opinión
Domingo, domingo 14 Junio, 2015
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