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MILAGROS SOCORRO: Se llevaron la cafetera, hasta mis pantaleticas viejas…


MILAGROS SOCORRO, Se llevaron la cafetera, hasta mis pantaleticas viejas…

¡Ya no aguanto más y por
eso me voy del país…!

 

“Cuando fui a buscar mis pantaleticas viejas, esas que adoras porque aunque están feítas son las más cómodas, me di cuenta de que también se las habían llevado”.

[L]os seis hombres que se metieron en la casa de Carlota M. en Maracaibo cargaron con todo. No es un decir: se llevaron incluso la cesta de la ropa sucia, donde estaba, ya te imaginarás, la ropita que ella usaba con mayor frecuencia.

Carlota M. y su madre, que está ciega por la diabetes y reducida a una silla de ruedas por su insistencia en mantenerse viva, se fueron a pasar el fin de semana a casa de una hija. Cuando regresaron, encontraron un grupo de vecinos arracimados frente a la casa. No tardarían en adivinar lo que había ocurrido, “el boquete”, como ella dice, en la ventana de la fachada anunciaba la debacle.

Lo que no se imaginaron en ese momento es que los ladrones… los seis ladrones… (una empleada doméstica de una casa vecina los contó cuando espiaba por su ventana y pudo ver con toda comodidad las entradas y salidas de los criminales cargados de enseres), en fin, lo que no pudieron concebir es que en su casa no hubiera quedado nada. La lista que le dieron a la policía daba hasta pena, porque incluía, por ejemplo, “una tabla de cortar casi deshilachada en los bordes, dos tazas desportilladas, resto de un juego precioso, regalo de bodas”. Naturalmente, se llevaron las camas (con sus almohadas y juegos de sábanas), las toallas, sin olvidar las que estaban tendidas en el tubo de la ducha, los equipos de sonido, todos los electrodomésticos “y hasta la greca, la grequita, carajo, imposible de reponer”.

Muy cierto. Intente usted conseguir una cafetera en Venezuela (quizá en Maracaibo sea más agónico que en Caracas). Una cafetera sencilla, que se adapte a sus necesidades, al número de tazas que suele colar. Es tarea de cíclopes. Y lo mismo se aplica a muchas cosas de la casa, simplemente no hay dónde comprarlas. Una cafetera vieja, curtida por el uso, sin la gorra de baquelita y con el mango achicharrado en la punta es un tesoro. Es preferible toteado que nada.

A estas alturas, usted se estará preguntando qué hacía aquella muchacha boba espiando la fiesta de los ladrones en vez de llamar a la policía. Pues claro que llamó. No solo ella. Otra vecina, alertada por los ruidos, que eran tremendos, se lanzó sobre el teléfono y dio parte a las autoridades, conminándolas a actuar con premura.

Y la policía vino. Claro que vino. Tan vino, que muy pronto los vecinos los verían salir ellos también acarreando bolsas repletas. Solo cejaron cuando no quedó nada. Ni la cesta de la ropa sucia.

–Pero, en fin –dice Carlota M.- no te estaba llamando para eso. La noticia es que nos vamos del país. Cada quien tiene su llegadero, el último peldaño. Ya nosotros topamos con él. La próxima vez no se llevarán la greca cuyo mango habíamos amarrado con un alambrito, sino que nos matarán. Ya he puesto la casa en venta. Lo que nos den… Ya no tengo esperanzas. Ni pantaletas.

*Milagros Socorro; Periodista y escritora venezolana, su obra va de la narrativa breve, pasando por la literatura testimonial, a la novela. Premio Nacional de Periodismo y columnista de El Nacional.

Por: Milagros Socorro*
@MilagrosSocorro
msocorro@el-nacional.com
Politica | Opinión
Caracas, martes 21 de abril, 2015



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