EEUU y Cuba comenzaron a negociar
formalmente en junio de 2013…
■ No es casualidad: tres meses antes había fallecido Chávez y dos meses antes Capriles estuvo a un paso de ganarle a Maduro.
[C]uba sacó sus cuentas. La derrota embrionaria que sufrió el chavismo en abril más la muerte del caudillo la obligaban a armar un Plan B. Y para remate, luego se desploma el mercado petrolero. No fue la caída de los precios del petróleo lo que hizo que Cuba comenzara a coquetear con los Estados Unidos, aunque, sin duda, el derrumbe de la cotización del barril fue un catalizador para que Raúl Castro finalmente terminara arrojado en brazos del denostado Tío Sam. Pero veamos las cosas en perspectiva: hay un dato que no puede pasar por debajo de la mesa. Un dato que a cualquier sabueso llamaría la atención. ¿Cuándo se produjo la primera reunión de altísimo nivel entre los funcionarios cubanos y los norteamericanos? El diario español El País lo reveló apenas se supo la noticia de la caída del muro caribeño: fue en junio de 2013. ¿Y qué ocurrió en Venezuela ese año? Nada más y nada menos que la muerte de un titán llamado Hugo Chávez y nada más y nada menos que el chavismo estuvo a un paso de perder el poder en las elecciones del 14 de abril. ¿Qué lectura le dieron los cubanos a esos dos hechos? Que sin el caudillo Chávez, el proyecto político ideado por él se vendría a pique.
Y era lo que decían los números sin margen de dudas: Henrique Capriles, a pesar de un ventajismo oficial obsceno, sin recursos económicos, sin la petrochequera, vetado en los medios, boicoteada su campaña, obtuvo 7 millones 363 mil 980 votos contra los 7 millones 587 mil 579 votos que logró un Maduro al que Chávez, casi en estado de rigor mortis, le levantó la mano. Pese a que Chávez ungió a su delfín, la diferencia fue de un pírrico 1,49 por ciento. Es lo que se llama un empate técnico. Un final de fotografía. Y Raúl Castro, que si de algo sabe es de escenarios políticos, debe haber interpretado el match como una derrota embrionaria para el chavismo. La cuenta que sacó Cuba es que el chavismo estaba condenado a muerte, más allá de que pudiera apelar a maniobras electorales y a la represión para intentar preservar el poder. “Esto no pinta bien”, debe hacer sido la inferencia que sacaron Raúl Castro y su Estado Mayor. Y recurrieron a su Plan B, que ahora pareciera ser el Plan A. Jugaron en dos tableros a la vez. En el de su flirteo con Estados Unidos y en el de una Venezuela cuyo gobierno llevaba plomo en el ala.
Por supuesto que después vinieron las municipales del 8 de diciembre de 2013 y el chavismo se reivindicó: conquistó 240 de las 337 alcaldías. Fueron 5 millones 216 mil 522 votos para el oficialismo (48,69 por ciento) contra 4 millones 373 mil 910 (39,34 por ciento) para la MUD. La diferencia fue holgada a favor del PSUV. No era el final de fotografía de antes. Y seguro Raúl Castro se preguntó: “¿Qué pasa aquí?”. Pero el embrión de la derrota, aun así, no estaba del todo desechado por el jerarca cubano. Primero, porque una cosa son las disputas municipales, que tienen su grado de complejidad, y otra diferente son las presidenciales, especialmente si Chávez ya no juega. Y segundo, porque en Venezuela se mueve una corriente subterránea de malestar que afloró con todas sus fuerzas a partir de las protestas de febrero pasado. Y entonces Raúl Castro debe haber pensado: “Lo sabía. Esto no pinta bien”. La conclusión de Cuba seguro fue: poner todos nuestros huevos en una cesta llamada Venezuela es muy arriesgado. Allí puede pasar cualquier cosa, aunque la gente crea que no pasa nada.
Y que conste: cuando los cubanos hicieron sus cálculos políticos todavía no se había producido el descalabro del mercado petrolero. Estamos hablando de 2013, cuando el barril pasaba de los cien dólares. Hablamos de una Venezuela aparentemente boyante. Pero es que los cubanos, que sí conocen las cifras que el BCV no publica, que saben a cuánto asciende nuestro endeudamiento (era de poco más de treinta mil millones de dólares cuando Chávez se montó en el poder y ahora pasaría de 200 mil millones de dólares), que conocen el verdadero estado de salud de las finanzas venezolanas, que saben que el aparato productivo está postrado, que manejan información de inteligencia sobre el descontento social, pensaron lo elemental: un maná petrolero administrado por unos herederos tan manirrotos como el padre no es garantía de nada. El maná termina convertido en un barril sin fondo. En un despeñadero.
Y, como para satisfacer el ego de Raúl Castro, como para ratificarle que su olfato es mejor que el de Jean Baptiste Grenouille, el protagonista de la novela El perfume, ocurre luego la debacle de los precios del crudo. Entonces eso se convirtió en un acelerador para el Plan B, que termina siendo el Plan A. Un Obama y un Castro en plan de reconciliación. Un David y un Goliat moviéndose en el terreno de la diplomacia. Y no sólo es la debacle petrolera lo que cuenta, hecho que, sin duda, es un factor de muchísimo peso. Es que al mismo tiempo que cae el barril de petróleo, cae también la popularidad de Maduro. Eso lo dicen todas las encuestas. Y los cubanos lo saben. Así que, dicho en una sola línea, el restablecimiento de las relaciones políticas y comerciales entre Cuba y los Estados Unidos ha de interpretarse como que los cubanos no tienen muy buenos augurios sobre el destino del chavismo, cuya subvención a la isla alcanzaba los cien mil barriles diarios de petróleo, pero que ahora, con la crisis que arropa a Venezuela, está en entredicho.
Y Cuba necesita abrirse al capital extranjero o muere de inanición. Pensemos nada más lo que significará el pacto Obama- Castro en términos de envío de remesas. Antes del armisticio, sólo podían enviarse desde Estados Unidos hacia Cuba 500 dólares por persona cuatrimestralmente. Ahora serán dos mil dólares. La isla, según The Havana Consulting Group (THCG), recibió en 2013 más de 2 mil 700 millones de dólares en remesas provenientes de todas partes del mundo, y nada más de los Estados Unidos el monto fue de casi 2 mil 500 millones de dólares. Las remesas constituyen un motor para la actividad económica. El Banco Mundial, que calcula que para 2014 los migrantes de los países en desarrollo enviarán a sus respectivas naciones 436 mil millones de dólares, refiere que en Uganda, por ejemplo, las remesas duplican los ingresos que se obtienen por concepto del principal producto de exportación, que es el café. Lo mismo ocurre en Nepal: las remesas equivalen a más del doble de las exportaciones. En Sri Lanka, también. Así que Cuba, que ya se beneficiaba de este mecanismo antes del armisticio, ahora verá incrementar notablemente sus ingresos por esta vía.
Ya se sabe por qué Cuba decide capitular ante Estados Unidos: por una razón utilitaria. Y ya se sabe por qué negocia actualmente (y desde abril pasado) con la Unión Europea: también por razones utilitarias. Cuba quiere insertarse en la economía global porque el parasitismo no da dividendos. A lo mejor Raúl Castro desea pasar a la historia como el gran reformador, casi como el Gorbachov del Caribe. Ya se sabe, también, por qué le ha puesto los cuernos al chavismo: porque olfatea un destino fatal para los herederos de Chávez y porque, para remate, el mercado petrolero ha entrado en crisis. La pregunta ahora es: ¿Y cómo incidirá este nuevo ajedrez político que ahora juega Cuba en la Venezuela actual y en la del futuro próximo? ¿Qué impacto tendrá eso en el chavismo? ¿Qué hará ahora el Gobierno visto que su propio mentor, Cuba, le ha despojado de su principal bandera política: los Estados Unidos como el enemigo externo, David contra Goliat? ¿Será que ahora Venezuela pasará a ser la nueva Cuba de América Latina, un quijote que lucha contra los molinos de viento gringos? ¿Un quijote utilizado por Cuba, que jugaría en dos tableros? ¿O será que la bandera que se izará ahora será solamente la del enemigo interno, la de la ultraderecha apátrida y terrorista? Lo clave es qué pasará ahora que a Venezuela le han quitado su piso ideológico.
El beso que se han dado Washington y La Habana ha ejercido un impacto psicológico tremendo de cara al destino del chavismo. Y ese impacto aumenta cuando se revisa la trayectoria de los hermanos Castro, movidos siempre por el vil pragmatismo. ¿O no traicionaron a Carlos Andrés Pérez después de que Fidel Castro le rendía pleitesía y hasta vino a su coronación, en febrero de 1989? Y lo peor del caso es que este matrimonio por conveniencia de Cuba con los Estados Unidos le viene al chavismo justo cuando Venezuela experimenta una aguda crisis económica, que tendrá graves repercusiones sociales y políticas. ¿Qué hará entonces el Gobierno, ya de por sí con un problemón encima? ¿Aprovechará la conversión al libre mercado que poco a poco van experimentando los cubanos para adelantar reformas en Venezuela? ¿Podrán soportar, en ese caso, el costo político que implican esas reformas? ¿Están en condiciones de poner en práctica esas reformas? ¿Las quieren hacer? ¿Las tendrán que hacer? ¿Le conviene a Cuba impulsar reformas en Venezuela a riesgo de que el chavismo caiga por el costo que ello supone?.
Hay más preguntas que respuestas. Lo que está claro es que ya Cuba no puede constituir un paradigma para los chavistas porque Cuba está a punto de ingresar al Consenso de Washington. Y esto cambia radicalmente las cosas. ¿No suena como extemporáneo ahora hablar desde el chavismo de expropiaciones y de estado comunal y de bloqueo financiero internacional cuando Raúl Castro se ha convertido en partnerde Barack Obama y está a punto de serlo de la Unión Europea? Si antes del armisticio ya el discurso del chavismo lucía desfasado, autárquico, anclado en el pleistoceno, fuera de foco (dada la imponente presencia de la globalización), ¿qué quedará ahora que Cuba se ha abierto al imperio y ha puesto sus ojos en Europa?.
Por supuesto que los chavistas siempre encontrarán argumentos que justifiquen la vocación que tienen por la economía rupestre. Podrían decir, por ejemplo, que en Cuba ya se consolidó el socialismo y que lo de Raúl Castro no es una claudicación sino una victoria porque le levantarán el embargo a la isla después de medio siglo. Y podrían agregar que en Venezuela, en cambio, se está construyendo el socialismo y que, por su carácter de país energético, a Estados Unidos eso no le conviene y quiere ponerle las garras. Cualquier excusa puede ser fabricada. Pero no será tan creíble, tan verosímil, ahora que Cuba ha pactado con Washington. Si Venezuela adopta esa postura, la de convertirse en la nueva Cuba que enfrentará al gigante del Norte, lucirá cada vez más sola. Ya nadie da un centavo por el socialismo radical. El mundo es cada vez más la aldea global que se imaginó Marshall McLuhan. Una aldea en la que el comercio está primero que la ideología.
Definitivamente, el olfato de Raúl Castro es como el de Jean Baptiste Grenouille. Que Cuba haya capitulado ante el imperio (atención: ya había aprobado una Ley de Inversión Extranjera muy importante este año) implica una sentencia de muerte para el chavismo. Lo que ocurre es que a veces las sentencias tardan en ejecutarse.
¿Quién fue el que dijo que siempre se puede estar peor?
Por: Gloria M. Bastidas
@gloriabastidas
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Caracas, sabado 13 de diciembre, 2014
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