¡Sálvese quien pueda!
■ Qué tentación para un político irracional, inescrupuloso y enfermo, gozar del usufructo de un acontecimiento, mientras más atroz mejor.
Extraer inmisericordemente de un evento despreciable la ventaja menuda de una supuesta victoria ideológica, de un morbo proselitista. Sea esta la explosión de una refinería. El desplome de un edificio. Un incendio. De una muerte. De un asesinato. Tener el macabro beneficio de una frase bien acuñada que involucre y descoloque al rival. Que aparezca comprometido. De tener proventos propagandísticos y partidistas cuando aún los cuerpos de las víctimas conservan algo del calor de la vida.
A solo 270 días de haber comenzado el año 2014 tenemos registros más de 100 policías asesinados; policías, o guardias nacionales, o agentes del Cicpc, o guardaespaldas, da igual. Cada dos y medio días cae, siempre acribillado por armas de fuego, algún miembro de los cuerpos de seguridad. Nunca antes en la historia, en los siglos anteriores, hubo tantos crímenes contra agentes del orden. Es un síntoma. Una señal. Estamos frente a una sociedad enferma. La vida perdió sentido, respeto. Un vecino vale tanto como un celular o unos buenos zapatos deportivos. Pasamos de la clásica pregunta: ¡La bolsa o la vida!, al espeluznante capítulo de: ¡La bolsa y la vida!
Algo definitivamente se rompió en la sociedad. Una desconocida fuerza desintegradora cambió nuestra percepción de la muerte. Está instalada. 100 policías muertos no es una cifra insignificante. Es la revelación de un mal mayor. 20.000 muertes violentas al año es la confirmación de que el alma de la patria está contaminada. El ébola del delito atroz circula por las arterias de la sociedad. Ya no hay límites para el asombro. La saña es cotidiana. Desmembrar cuerpos ya es algo habitual. El gobierno central por sí solo luce incapaz de controlar la violencia. La misma existencia de los llamados pranes y colectivos ya anuncia que algo mutó. Que se pudre nuestro tejido social. Solo la sociedad en su conjunto, todos nosotros, podremos erradicar el mal de raíz y tener seguridad.
Hoy por hoy nadie está a salvo. 2004, Danilo Anderson. Clásico asesinato mafioso. Fiscal estrella. No tenía guardaespaldas. Impune. 2012 cae asesinado el secretario general del Cicpc. Ramón Lisandro Maldonado Quintero. El tercer hombre más importante del cuerpo de investigaciones élite de Venezuela. Curiosamente no tenía guardaespaldas. Impune. 2012 cae asesinado el ex subdirector de la Dirección de Inteligencia Militar. Wilmer Moreno. General del Ejército. El segundo hombre más importante de la seguridad, inteligencia y contrainteligencia militar. No tenía guardaespaldas. Impune. 2014 cae asesinado el ex director de la Disip y presidente del Concejo Municipal de Libertador. Eliécer Otaiza. Experto en ciencias y artes militares. Entrenado para el combate. Curiosamente no tenía guardaespaldas. 2012 cae asesinado el ex gobernador de Apure. Jesús Aguilarte. Militar. Cercano al presidente Chávez. Curiosamente no tenía guardaespaldas. Impune. 2014 cae asesinado Robert Serra. Diputado a la Asamblea Nacional. Un crimen atroz. Curiosamente no tenía guardaespaldas. Controversial. Son seis figuras emblemáticas, altos funcionarios. Cargos que se suponen rodeados de seguridad. Inalcanzables figuras para la mayoría de los mortales. Posiciones públicas que gozan de privilegios armados ajenos a la inmensa mayoría de los venezolanos. Son seis casos sorprendentes.
Así como registramos tales muertes dentro de las filas del gobierno, tenemos de sobra ejemplos en la oposición. Esos, cómo abundan. Alcaldes, médicos, diputados, sacerdotes, profesores universitarios, reinas de belleza, artistas, pintores, músicos. El crimen no diferencia, no pide identificación, no reconoce colores y mucho menos ideologías. Su credo es un arma escupiendo plomo. No es tiempo de reclamos subalternos y muchísimo menos de beneficios marginales y de carroña. Venezuela reclama una acción conjunta. Todos sus ciudadanos afiliados a una misma causa. Todas las policías, nacionales, estadales y municipales, actuando en coordinación. Un plan integrador. Unitario. Para esto es el diálogo. Conversar para buscar una solución de conjunto, un plan único es inversamente proporcional al número de muertos, de crímenes. Mientras más nos alejemos de un programa nacional, más cadáveres poblarán nuestros pueblos y ciudades. Ojalá nunca llegue a justificarse el grito:
¡Sálvese quien pueda!
*Eduardo Semtei. Analista, escritor y opinador de oficio. Fue diputado, director general de inversiones de Cordiplan y vicepresidente del CNE.
Por: Eduardo Semtei
@ssemtei
Politica | Opinión
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El Nacional
Caracas, 13 de octubre 2014
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