“Venezuela es chévere”
■ No hay cemento, ni cabillas, ni leche, ni azúcar, ni papel, ni cuadernos de matemáticas, ni cauchos, ni baterías, ni neveras ni repuestos para autos o para cualquier vaina.
Ahora, para completar, por “culpa” del Mundial de Fútbol, tampoco hay aviones para viajar fuera del país. El turismo interno también se ha convertido en un drama que comienza cuando vamos a comprar el pasaje hasta el momento de trasladarnos al aeropuerto de Maiquetía, saturado de gente angustiada que tienen la sensación de que nunca van a viajar. El aeropuerto de Maiquetía, sobre todo el nacional, se ha convertido en una especie de antiguo Nuevo Circo. Normalmente, si hay café no hay leche, si hay leche no hay café y si hay sándwiches, “lamentablemente, no tenemos pan”. “Lo siento, pero no hay agua mineral, si quiere le traigo de la que nosotros tomamos”. “Disculpe, los baños están cerrados por falta de agua”. “A los pasajeros del vuelo tal se les informa que por razones ajenas a nuestra voluntad partiremos dentro de 3 horas”.
Hay una maldita puerta llamada la N° 5, en donde casi nunca hay aire acondicionado y es raro cuando funcionan las escaleras mecánicas. Allí envían a los pasajeros que algún día se portaron mal. Cuando usted cruza esa puerta, la mitad del viaje es parado en un autobús a 40 grados de calor.
Es increíble el grado de destrucción general que existe en Venezuela. Por donde vamos, todo está como derritiéndose, pulverizándose, desmembrándose, desatándose, esguañangándose, en proceso de olvido irresponsable o indiferente. Sólo van quedando, tristes y humillantes colas de compatriotas, que como zombies olvidados, ni siquiera saben para qué hay que hacerlas.
No puedo dejar de hablar del hecho insólito de cobrar un impuesto por respirar supuestamente ozono en el aeropuerto. Para rematar, de pronto, en letras gigantes, leemos la increíble ridiculez irresponsable del slogan del Ministerio de Turismo: “Venezuela es chévere”.
Si nos vamos de paseo por el estado Aragua, veremos las ruinas “agrícolas” construidas sobre lo que eran bellos y productivos campos de caña que ahora hay que importar. Si seguimos viajando, más adelante, nos encontraremos por kilómetros y kilómetros hasta llegar a Puerto Cabello, con unas enormes y mil millonarias ruinas en dólares, por donde algún día iba a pasar un fantasioso tren.
Mejor no sigo, no porque no haya más, sino porque ya no hay espacio para tanta ignominia.
Ustedes se preguntarán por qué el título. Definitivamente, este es un gobierno estómago: todo lo que le cae, lo transforma.