¿Usted podría ser
el siguiente…?
■ Recientemente fue el acto de graduación de preescolar de Maya. Pero, ni su papá ni su mamá pudieron acompañarla. Mucho menos besarla, aplaudirla y felicitarla.
Sentir ese orgullo desbordante que sentimos los padres cuando vemos a nuestros pequeños subir al escenario, tomar su diploma y voltearse con una sonrisa cómplice para que celebremos sus logros. A Maya –quien apenas tiene 5 añitos– hace seis meses una de las tantas desgracias que diezma al país, la delincuencia imperante que nos fustiga, le arrebató la posibilidad de crecer aferrada a las manos de sus papás a quienes mataron sin piedad, sin misericordia, sin excepciones: sin que a los criminales les importara que las vidas que arrebataban eran las de Mónica Spear y su marido. Les quitaron el derecho a vivir y, a Maya, el derecho a tener a sus padres.
Javier, un compañero de clases de mi hija, tampoco tendrá a su papá aplaudiéndole en el auditórium donde próximamente recibirán el título de bachilleres. El papá de Javier se sacó esa lotería que ninguno de los que vivimos en el país nos queremos ganar: echar gasolina, cuando medio caía la tarde, lo hizo “acreedor” –¡vaya qué desgracia de premio!– del atraco del día y de las balas respectivas ante la inevitable reacción de protegerse y negarse, quizá, a ser robado. Hoy Javier es huérfano, como Maya y como muchos otros niños y jóvenes venezolanos a quienes de forma prematura, y no por causas naturales, les arrancan un miembro de la familia.
¿Dónde están los asesinos de tanto venezolano inocente? Porque es evidente que no están en las cárceles. Imposible que estén en esos recintos, ocupados hoy por estudiantes y ciudadanos cuyos únicos delitos han sido protestar pacíficamente, pensar diferente y negarse a seguir en las condiciones en las que vivimos. Sin ir muy lejos, dos días antes de cumplirse seis meses del asesinato de Spear y su esposo, en el mismo punto de la Autopista Regional del Centro, a la altura de El Cambur, dieciocho carros fueron atacados con piedras, cabillas y vigas que les lanzaron para que los conductores se detuvieran y cometer los atracos de rigor. No uno, ni dos carros: ¡fueron 18!, cuyos conductores, por conocer los antecedentes del lugar, no se detuvieron. Se “salvaron” de correr la misma y lamentable suerte de los esposos Berry Spear.
Al hermano mayor del Sr. Manuel, el dueño del abasto donde a veces compro, lo mataron dos malandros -con saña y rabia-, a las 6 de la mañana, cuando abría la misma panadería que por más de 50 años atendió en la Candelaria. Había leído la noticia, por un lado; y había visto el cartel que decía “Cerrado por duelo” pegado en la puerta del abasto; por el otro. Cuando el Sr. Manuel reabrió su negocio, porque, ni modo, la vida sigue, su relato no se diferenció del de tantos que han pasado por el mismo drama. El hermano del Sr. Manuel, quien amaba a Venezuela, se rehusaba a abandonar el país por más que los hijos le insistían que la Venezuela de hoy no era ni remotamente parecida a la que lo acogió años atrás. Murió a manos de dos muchachitos que descargaron odio y balas en su cuerpo lusitano de 77 años. Ni las canas, ni los ruegos los conmovieron. Lo mataron porque sí; porque, en nuestro país, morir a manos del hampa, no es nada difícil.
El hampa se institucionalizó. Se transformó en una profesión que genera dividendos y lucro para quienes la ejercen. Es una enfermedad que está matando a los venezolanos decentes, luchadores y trabajadores porque sí los hay todavía y que, de seguir este aumento sostenido de homicidios, pronto seremos una especie en extinción. La decadencia y el crimen expanden sus tentáculos. Hacen gala de su poderío. Se jactan del respaldo que, en muchos casos, reciben desde las cúpulas de poder. El crimen se esparce como virus que cada vez infecta a más gente. Se propaga, se contagia de un delincuente a otro. Una simple diferencia de criterio se resuelve a punta de pistolas, tiros y balas. Una mala mirada, un tropezón, una sencilla discusión puede causarnos la muerte. Pero, el Gobierno ha demostrado que no le interesa acabar con el crimen ni con la delincuencia organizada mucho menos castigarlos o ponerlos tras las rejas porque, gracias a ellos y a través de ellos, nos doblega. Nos aterroriza y arrincona. Las bandas criminales aportan a la revolución los brazos ejecutores con los que el régimen nos somete e impone su voluntad. Fuimos un país. Hoy somos un puente de narcotráfico, mercado de armas, lavado de dólares y todas las corruptelas del poder… ¡Venezuela es un chiquero colectivo! ¡Qué tristeza!
Subsistimos sabiendo que no estamos exentos de ser asesinados. Morir en Venezuela por causas naturales es ahora una probabilidad remota. Hoy es viernes y, dentro de unas horas, la morgue abrirá aún más sus puertas para recibir a las decenas de compatriotas que, lamentablemente, engrosarán las cifras de muertos de otro trágico fin de semana.
*José Domingo Blanco, Periodista, Comunicador social, Conductor programa Puntos de Vista en La Nueva Mágica 99.1 FM.
Por: JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO)
mingo.blanco@gmail.com
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EL UNIVERSAL
viernes 11 de julio de 2014
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