“Entonces, ¿cuánto falta para
que se dé un gran apagón?“
■ Le pregunto a una fuente vinculada al sector eléctrico, después de escuchar con atención la radiografía que hace, con la cual me convence que Caracas no tardará en sufrir lo que desde hace ya un buen tiempo padecen en el interior del país.
El sábado pasado, sin ir muy lejos, en la zona donde vivo permanecimos por más 10 horas sin electricidad. Se fue a las 2 de la mañana y a las 10 am aún seguíamos sin luz. Hice lo que se hace en estos casos: llamar a Corpoelec para reportar la avería; pero, la respuesta del operador –debo reconocer, educado el muchacho– me hizo comprender que la cosa sería para largo: “Estamos enterados de la falla. Asignamos una cuadrilla que irá a la zona cuando se desocupe porque está atendiendo una avería en otro lugar. Apenas la cuadrilla esté disponible, se acercará para tratar de restablecer el servicio”. Y me dieron un numerito con el que quedó identificado mi reporte y el de todos los vecinos que, como yo, también notificaron la interrupción. Deduzco, por la duración del apagón, o que la falla fue muy seria o que los integrantes de la cuadrilla estaban viendo el partido de fútbol, porque a las 2 pm aún permanecíamos sin servicio. No me quedó otra que resignarme y cavilar sobre qué es peor: ¿quedarse sin luz o sin agua? El empate fue técnico. Porque el agua también es vital y, desde hace ya casi dos meses, también “brilla” por su ausencia. Y lo más triste, lo inconcebible de todo este asunto es que, con tantos petrodólares, los venezolanos del siglo XXI estamos viviendo a punta de velas y pipotes, porque quienes nos mal gobiernan han sido incapaces de construir más plantas generadoras de energía y más embalses modernos, con plantas para tratar las aguas servidas. ¡Es completamente absurdo!
“Los circuitos de las subestaciones en Caracas están a su máxima capacidad, a unos niveles alarmantes y que no son los recomendados. A eso, súmale la falta de mantenimiento, la escasez de equipos, el deterioro de la flotilla para atender averías que, en su mayoría, está parada porque los camiones se han dañado y no hay repuestos. No falta mucho para que la zona del este se quede a oscuras. Los circuitos no dan más”, me revela la fuente, conocedora de los intríngulis de la industria eléctrica venezolana la que, según sus muchos años de experiencia, se va a pique producto de la inexperiencia de quienes la manejan y la corrupción sin precedentes que campea.
La verdad es que estos pseudosocialistas, desde que llegaron al poder, se han encargado de hacer que los apagones no sean ninguna novedad. Como tampoco el deterioro exacerbado del alumbrado público de nuestras calles, autopistas y avenidas. Lo grave de la situación es que no vemos voluntad de solución por parte de quienes prometieron que “si en cien días de gestión no resolvían el problema, renunciaban al cargo”. Pero, ¡es que debe ser muy difícil renunciar a los beneficios, bonos y sueldos que se perciben por ser la máxima autoridad de la empresa eléctrica nacional! ¿O me equivoco, Jesse? Porque todos fuimos testigos de tu sentencia: de que resolvías el problema eléctrico, lo resolvías. Entonces, ¿a esto lo llamas resolver? ¿A quién o a qué le atribuirás tu fracaso?
El deterioro en los servicios públicos es otra de las evidencias irrefutables de que los venezolanos nos alejamos ¿a paso de perdedores?, de la calidad de vida que merecemos. Porque no son sólo las fallas de electricidad, cada vez más recurrentes y largas, llevamos casi dos meses con serios problemas de agua, con un plan de racionamiento tan severo que nos hemos visto en la obligación de ajustar nuestras agendas a las horas de llegada del “vital líquido”. Razón tiene el ingeniero José María de Viana, expresidente de Hidrocapital, cuando afirma que no hay forma de que una ciudad sea próspera si tiene sus servicios públicos dañados. Para De Viana, tanto la luz como el agua, son los indicadores indispensables de la calidad de vida de los ciudadanos. Entonces, vistas las fallas en ambos servicios, el deterioro es más que inminente.
Los servicios públicos no pueden estar en manos de incompetentes, de gente poco calificada, con escasísimos conocimientos de la materia que les toca atender porque al final termina ocurriendo lo que estamos viviendo: una improvisación que nos pone en riesgo a todos. Que los circuitos eléctricos estén a su máxima capacidad, no es bueno. Y no lo digo yo: lo dicen ingenieros eléctricos calificados. Que no recibamos agua y que además, cuando la recibimos sea de pésima calidad, no es bueno. Por cierto: intentar hacer una llamada internacional y al final tener que pedirla al 122… ¡eso, por ridículo que parezca, tampoco es bueno!
¡Caos total!
*José Domingo Blanco, Periodista, Comunicador social, Conductor programa Puntos de Vista en La Nueva Mágica 99.1 FM.
Por: JOSÉ DOMINGO BLANCO (MINGO)
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EL UNIVERSAL
viernes 20 de junio de 2014
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