“La política del todo o nada
termina siempre en la nada..”
■ Cuando reducimos una reunión en Miraflores, el inicio de un diálogo imposible, a la vía para que Maduro presente ya su renuncia creemos en las soluciones milagrosas.
La tragedia venezolana no tiene salidas fáciles a la vuelta de la esquina y Maduro no está al rendirse; por eso los que preguntan qué se logró la semana pasada, en realidad solo quieren soluciones milagrosas. No hay ninguna que nos ahorre sangre, sudor y lágrimas.
Mantener el diálogo es conservar una línea de comunicación, aprovechar un espacio para la propaganda, para hablarle al chavismo y al ejército, para demostrar a la opinión pública internacional que la violencia, la dictadura, la representan los enchufados. En ese sentido la conducta pausada de Maduro fue ejemplar, se comportó democráticamente en función de la audiencia mundial que seguía esa conversación. El diálogo es, como las mismas marchas, un arma, un instrumento.
La oposición está dividida y no tiene una idea clara de quién es su adversario. Una revolución no cede el poder así como así, hasta que, como ocurrió en Rumania, toda, repetimos, toda, la población se alza. Conseguir que la masa chavista se convenza de que la revolución representa la miseria, el autoritarismo, la represión, es un paso esencial para lograr una salida a la tragedia actual, y el inicio del diálogo puso en evidencia a los propios chavistas, en vivo y en directo, la verdad de lo que ocurre en Venezuela.
En la oposición hay una lucha interna por el liderazgo y el país necesita una oposición unida que comprenda lo que está en juego, le responda ideológicamente al gobierno y demuestre que cualquier tiempo pasado fue mejor que el actual, no se quede callada cuando Miraflores hable de un presente glorioso en comparación con la miseria que vivíamos con Betancourt o Caldera. Ese silencio frente a esa mentira le da la razón al chavismo. Hay que atreverse también a hablar de marxismo, socialismo y justicia social, tratar el tema militar, como hizo Ramos Allup.
Nadie dude de que en un proceso revolucionario los que lo dirigen emplearán la violencia, solo que los limita la opinión internacional, tratando de lucir como los agredidos cuando son los agresores. Los que están en el poder no renunciarán cuando representen una minoría. Hay que lograr que el chavismo democrático, el chavismo pobre, sepa que tiene futuro después de Maduro. Es tan imprescindible la lucha en la calle como aprovechar las contadas oportunidades que presenta el diálogo. Es tonto atacar a los que hacen política y tratarlos como traidores, y también ciego no reconocer que los que están en la calle tienen a su favor una gran verdad: el país enfrenta un proyecto totalitario en el cual a los adversarios se les define como ratas, gusanos, escuálidos, a los que hay que aplastar.
No es fácil, nada fácil. La unidad es imprescindible, la unidad de buena fe, porque no se trata de establecer una dicotomía entre diálogo y guerra civil, sino, como en el boxeo, emplear la mano izquierda y la derecha.
Diálogo y calle, tribuna y lucha popular. El puro radicalismo no sirve de nada, y creer en parajitos preñados, comer flores, pues, tampoco. La política del todo o nada termina siempre en la nada. El chavismo existirá hasta que el discurso de la oposición lo vuelva democrático y quede aislado Maduro en Miraflores, como le ocurrió a Ceausescu en Rumania, lo que ocurrirá cuando el venezolano comprenda la relación que hay entre la desaparición de la bombonita de gas y el modelo económico y sepa, además, que el modelo chino sirve principalmente a los poderosos en el poder, a los capitalistas enchufados. Por ahora, los chavistas todavía no saben que ellos son víctimas de las fantasías revolucionarias. Hay que abrirles los ojos, tarea que hasta ahora la oposición no ha emprendido, porque ha rehusado el debate ideológico, el debate sobre la historia contemporánea de Venezuela. Un error, una forma tonta de darle razón al discurso de Chávez.