Cilia tiene “un genio del carajo”
■ Penalista “con mal genio”, Nicolás Maduro hace más caso a su mujer del que querrían algunos jefes oficialistas.
■ Dispuesta a defender el credo bolivariano “con sus ovarios”, la llamada “primera combatiente” es la analista de cabecera de su marido.
El Presidente heredero Maduro matrimonió con una abogada penalista de gónadas revolucionarias, Cilia Flores, que frecuentemente marca el paso del presidente de Venezuela en asuntos de Estado y ha prometido defender el credo bolivariano con amor, conciencia y, si hiciera falta, “con sus ovarios”. En un subcontinente históricamente caudillista, abundante en hombres provinciales que malograron países y libertades en nombre de la libertad y el progreso, el activismo e influencia de esta mujer, de 61 años, se consolidan al año de la investidura de su marido. Que nadie se llame a engaño, advirtió recientemente al referirse a las protestas callejeras de estas semanas, “Venezuela no es Ucrania”.
Reacia a la exposición mediática, Cilia Flores tiene “un genio del carajo”, según quienes dicen conocerla, y es vehemente y obstinada en la discusión política con su esposo, de 51 años, que acata el criterio de su compañera bastante más de lo que quisieran algunos jefes de facción oficialistas. Entre risas y veras, el mandatario admitió hace un año no haberse casado con una sumisa ama de casa, sino con una militante de izquierdas que demostró serlo desde sus tempranas peregrinaciones hacia el penal donde permanecía detenido el militar que hizo historia rompiendo moldes e instituciones: el idolatrado Hugo Chávez Frías, a quien llama el “comandante eterno”.
El presidente Maduro asume su obediencia conyugal hasta cierto punto, pues Venezuela es un país estructuralmente machista, como casi todos los latinoamericanos, y la figura del calzonazos perjudica electoralmente: “Ella no es mi costilla, más bien es al revés… Bueno, somos dos costillas complementarias. La última palabra siempre la tengo yo, cuando le digo ‘así es, mi amor”, declaró en público hace meses. Puede que así sea, pero Cilia Flores ha demostrado ser una mujer determinada en el combate ideológico, y en la contratación de 37 familiares, amigos y allegados, entre ellos sus cuatro hermanos, dos sobrinos, dos primos y su exesposo y padre de sus tres hijos, durante su período al frente de la Asamblea Nacional, según la denuncia presentada en su día por el sindicato de empleados del Parlamento. El nepotismo es una práctica vigente en América Latina desde hace más de cinco siglos.
Lejos de asumir culpas en la contratación de la parentela, su reacción fue desafiante: “Mi familia ingresó por cualidades propias. Me siento orgullosa y defenderé su trabajo las veces que haga falta”. La mujer más influyente de Venezuela apenas retrocede después de tomar una decisión, y es una furia en la salvaguarda de la revolución de Chávez, a quien ofreció sus servicios de letrada durante su detención como jefe del fallido cuartelazo del 4 de febrero de 1992 contra la presidencia del socialdemócrata Carlos Andrés Pérez. Hostigada policialmente entonces, incondicional del fallecido émulo de Bolívar, le acompañó hasta el final como activista, y a partir de 1998 como diputada, presidenta de la Asamblea Nacional, Procuradora General de la República (Fiscal General) y fundadora del Partido Socialista unido de Venezuela (PSUV).
En ocasiones, puede ser litúrgica y campanuda, al estilo de los tribunos decimonónicos: “Seguiré trabajando siendo pueblo, siendo patria”. Pero el pueblo también se aloja en las trincheras de la oposición, sublevada los dos últimos meses contra el Gobierno de su esposo, tratando de derribarlo como los habitantes de Kiev derribaron al suyo. “Venezuela no es Ucrania. La violencia y el fascismo no se van a imponer porque Gobierno y las mujeres estaremos en las calles”, advirtió en una concentración femenina. Dirigiéndose a las madres de los estudiantes que participan en las manifestaciones antigubernamentales agregó: “Tu hijo es utilizado como carne de cañón”. “Venezuela no es Ucrania. La violencia y el fascismo no se impondrán”, dijo
Cilia enamoró a Nicolás hace casi dos decenios cuando el entonces fornido sindicalista participaba en el agolpamiento revolucionario del penal de Yare, en el Estado de Miranda, celda y despacho del guía Hugo Chávez durante sus dos años de privación de libertad. Hasta que apareció Chávez, la abogada no creía en la democracia anterior al triunfo bolivariano: “Nunca antes había votado, porque yo era abstencionista. Jamás quise comprometerme con ningún grupo político”.
El caudillo de la boina colorada revolucionó la vida de la primera combatiente del país, la menor de seis hermanos, que no se crió en una familia con residencia vacacional en las playas de Florida, sino en un “rancho (vivienda de ínfima calidad) con piso de tierra”, levantado en una de depauperada barriada del oeste caraqueño, según la exageración de Maduro para subrayar la conciencia de clase de su consorte. Formada en el seno de una clase media precaria, se licenció en Derecho, a los 32 años, en la Universidad Santa María, especializándose en derecho penal y laboral. Ejerció la abogacía durante 10 años, hasta la irrupción en política del teniente coronel de paracaidistas que zarandeó Venezuela, y aupó a la pareja hasta el vértice de su Gobierno.
“La conocí en esos años de lucha. Era la abogada del comandante y, bueno, ella me empezó a picar el ojo, a hacer ojitos”, explicó el heredero de Chávez durante la presentación en sociedad de su novia, con la que se casó en segundas nupcias en julio del pasado año. La primera boda de Flores fue en 1975, con su novio del bachillerato, el abogado Walter Gavidia, hoy político oficialista, con quien tuvo tres hijos varones, y cuyas frecuentes infidelidades le hartaron. Acabó divorciándose. “Es una excelente persona, pero como esposo no funcionaba porque es mujeriego. Decepción tras decepción, el amor se va muriendo”, confesó al periodista Eligio Rojas, en una entrevista publicada en el 2002 por Últimas Noticias. Nunca más habló tan abiertamente de sus sentimientos.
Años después comprendió que el sufrimiento no es parte del amor. “Eso lo aprendí con Nicolás. En mi relación anterior yo creía que todo formaba parte del matrimonio y que era para toda la vida. Ahora ya no creo en los amores masoquistas”. Trabajadora hasta la extenuación, abonada a las ensaladas, la pasta y las arepas con perico —el revuelto nacional de huevos, tomate, cebolla, ají y pimentón—, la mujer del presidente gusta de la metafísica y las cábalas. Fue discípula del gurú indio Sai Baba (1926-2011), y suele consultar el I-Ching, un oráculo para los devotos del milenario libro chino. Leyéndolo dijo haber anticipado la inminencia del golpe del 11 de abril del 2002 contra Chávez. Nicolás Maduro acabaría sumándose a la fascinación de Cilia por el líder espiritual de Puttaparthi (India), al que visitaron juntos en su retiro del Estado sureño de Pradesh.
No todos comparten los alardes amorosos del presidente, como quedó de manifiesto en la grabación atribuida en mayo del 2013 al entonces ariete gubernamental en la televisión venezolana, Mario Silva: “Tengo temor de que Nicolás, primero, esté siendo manipulado por Cilia”, le dice a un interlocutor, supuestamente un agente de inteligencia cubano. “Este es un continente de caudillos, compadre, y la mujer tiene que estar en la sombra. Por muchas vainas místicas, vainas espirituales, a la misma mujer venezolana le gusta el hombre de poder”.
Molesto por la visibilidad de las ternuras matrimoniales, el retrógrado agitador televisivo agrega: “¿Habrá alguien que le diga a Nicolás que deje de estar mostrando a Cilia? Que se mantenga como líder, y no como que ‘aquí está mi mujer, un besito’ y vainas así por el estilo. Esta no es una campaña norteamericana, esta es una campaña latinoamericana”.
La campaña del 2013 terminó, y con ella las carantoñas propagandísticas, pero un año después prosigue la complicidad sentimental y política de la pareja presidencial, la coalición entre Cilia Flores y Nicolás Maduro, para afrontar el alzamiento de una oposición que quiere expulsarles del poder cuanto antes.
Por: Juan Jesús Aznarez
Corresponsal en Caracas
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viernes 18 de abril, 2014
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