“La Cabra tira p’al monte”
■ Hermann Escarrá, así se llama nuestro más brillante abogado constitucionalista de la actualidad.
Ayer socialcristiano, luego chavista, después opositor, ahora independiente, o madurista o chavista, según los gustos. Lo seguro es que mañana podrá mudar de bando político sin preocupación alguna, diciendo exactamente lo contrario a lo que pronuncia ahora.
Esta cualidad camaleónica del brillante Escarrá se iguala a su proverbial espíritu sosegado y aire flemático para decir las cosas. No importa el contenido de lo que diga (da igual, tendrá el color del bando político que él en ese momento defienda), él siempre lo dirá marcando suavemente cada expresión, sin inmutarse. El secreto es ese, hablar con parsimonia y aparentar siempre mesura y comedimiento, sin ofender al enemigo, ya que mañana ese mismo enemigo podría ser tu amigo de partido, dependiendo de la circunstancia y conveniencia.
Este carácter mudable y escurridizo de Escarrá se asemeja al de los sofistas, pensadores y oradores griegos para quienes lo más importante es la persuasión del otro, mediante la retórica, con independencia de la verdad. Por eso ahora Escarrá, defendiendo su nueva causa, luce más pomposo y retórico que antes, no le interesa la verdad sino los intereses a los cuales sirve. El asunto lo tiene difícil porque debe defender un sistema político que se dice republicano e irrespeta olímpicamente, a la vez, un principio tan caro al republicanismo como lo es la autonomía de los poderes.
Pero a Escarrá esto le resbala. Aunque vaya de riguroso traje negro su conciencia tiene el color del poder y ahora intenta pasar a la posteridad con un infamante proyecto de ley antiterrorista para combatir legalmente la protesta opositora, la barricada, la guarimba y cualquier expresión que no se “ajuste a derecho” (esta expresión le encanta a Escarrá), el nuevo, el que él, nuestro licurgo criollo, fraguará y presentará.
Para redactar este proyecto de ley, Escarrá tendrá seguramente que reunirse con el campeón de la democracia venezolana, Diosdado Cabello, quien le dará toscamente recomendaciones e instrucciones, como jefazo que es, adobadas con las rústicas y acostumbradas explicaciones del hombre fuerte que quiere poner en cintura y someter la rebeldía libertaria de aquellos que con impotencia y torpeza cierran una calle para levantar su voz de protesta en contra de todo este desastre que padecemos a diario. Para presentar este proyecto, innecesario decirlo, Escarrá se disfrazará como hombre independiente (así defienda, apoye y asista al gobierno), y demócrata leguleyo angustiado por el derecho al libre tránsito, derecho este que está muy por encima de cualquier otro derecho, nos dirá entre citas y exquisiteces jurídicas. Así es Escarrá. Pero Escarrá tropieza con un inconveniente, con un defecto que hace lucir falsos todos sus disfraces, por muy elaborados que ellos estén.
Ese defecto es que a Escarrá fácilmente se le descubre y reconoce debajo del disfraz. Por eso no engaña a nadie. Es como si no pudiese ocultarse, esconderse; es como si toda su humanidad brotará y se desbordará generosamente debajo del disfraz que a duras penas, apretadamente, lo contiene. Por eso ya nos imaginamos el contenido de esa ley antiterrorista, muy propia de este brillante abogado constitucionalista y este muy democrático gobierno. Con esta ley, grande, muy grande, de la misma talla de Escarrá, se pretenderá criminalizar la protesta. Todo el cuerpo de la ley, todo su voluminoso y mastodóntico cuerpo servirá para aplastar a la oposición, que temblorosa de miedo observa cómo éste grande e inmenso jurista la prepara, disfrazado camaleónicamente de ecuánime e independiente. Atildado disfraz este, se dirá para sus adentros Escarrá, recordando un viejo pensamiento de Platón: “la obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo”.
*Rubén Darío De Mayo. Profesor universitario. Columnista de El Universal.
Por: RUBÉN DE MAYO
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EL UNIVERSAL
jueves 10 de abril de 2014
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