La oferta al diálogo encierra
una trampa mortal..
■ A una semana del 8 de diciembre, estas son mis impresiones generales sobre los resultados de esa consulta electoral.
Primero. A pesar de todos los pesares, Nicolás Maduro, políticamente legitimada su presidencia gracias al carácter plebiscitario que quiso darle la oposición a la votación, representa la primera mayoría del país. Ni remotamente como fue la de Hugo Chávez, pero suficiente.
Segundo. El régimen, al cabo de 15 años de gobierno autoritario, sin la presencia de un liderazgo opositor capaz de ofrecerle al país una alternativa real y convincente de cambio, ha logrado sembrar en la conciencia nacional una considerable dosis de conformismo. La idea y la sensación de que esto es lo hay y que lo mejor es ir adaptándonos a vivir en esa normalidad sobrevenida.
Tercero. Aunque los amargos frutos que va dejando a su paso la inflación galopante y el desabastecimiento de numerosos e importantes productos de consumo básico son agobiantes, en más de la mitad de la población, precisamente en la de menores recursos, la más populosa, hasta ahora sigue pesando más la política, la patria, según decía Chávez, que las penurias actuales.
Cuarto. En este sentido, no olvidemos que Maduro aprovechó la parte mediática del 8-D para terminar de elaborar la ficción del CNE como árbitro de incuestionable independencia. Por primera vez en todos estos años, más allá de las críticas formales a su tolerancia frente al abuso sostenido del poder del Estado en favor del PSUV, nadie ha cuestionado la transparencia de su gestión. Una gran victoria política del régimen que el pasado jueves, desde Aragua, Maduro profundizó al afirmar que “dentro del país cabemos todos” y pedirle a la dirigencia opositora, encarnada ahora en los alcaldes no chavistas que comienzan estos días su andadura administrativa, reflexionar en serio sobre el tema, porque si ellos se atrevieran, “si allí surgiera un nuevo liderazgo, si ellos renunciaran a sus amarras y renunciaran a sus planes conspirativos, otro gallo cantaría y pudiéramos conversar una y mil veces sobre los problemas del país”.
En definitiva, si estos alcaldes opositores quisieran, ellos y nosotros, “sin necesidad de diálogo de cúpulas, pudiéramos llegar a un punto de respeto y convivencia, por la paz…”.
Quinto. Esta oferta directa al diálogo y el entendimiento, sin embargo, encierra una trampa mortal. Si se acepta la invitación presidencial a rectificar, se abandonaría la finalidad de cambiar de régimen y de promover una vuelta a la democracia representativa y al diálogo social, pero, a cambio, los alcaldes contarían con el respaldo material del gobierno central. Si no lo hacen, se verán condenados sin remedio a ejercer su poder municipal de manera radicalmente precaria, como ya ha comenzado a verse que ocurrirá en alcaldías que se consideran enemigas, como son las de Barquisimeto y Valencia.
En otras y más claras palabras, el dilema que les presenta Maduro a los alcaldes opositores es asumir como propio el Plan de la Patria y colaborar en su ejecución, o rebelarse contra ese condicionamiento y pagar por su osadía.
Sexto. Desde esta perspectiva, Maduro pone una piedra en el camino de la autocrítica en el campo opositor. Para nadie es un secreto la gravedad de los errores cometidos por la dirigencia opositora. Uno es antiguo: aferrarse a toda costa a las normas políticas y electorales impuestas por el régimen desde la manipulación que significó la Mesa de Negociación y Acuerdos y las sucesivas alteraciones de fondo y forma que desembocaron en el revocatorio y en las listas Tascón primero y Maisanta después; el otro muy puntual, al querer darles a unas elecciones municipales una imposible dimensión nacional. Tampoco es un secreto que esta realidad impone una autocrítica y que ese análisis descarnado desemboca a la fuerza en la decisión de sustituir la dirigencia actual de la MUD y del Comando Simón Bolívar, y de paso ponerle fin a la MUD como alianza de partidos con fines exclusivamente electorales, por otra dirigencia que, sin darles la espalda a los partidos, personifique una auténtica alianza nacional por el cambio democrático.
La primera tarea de quienes aspiren a ser los líderes de la nueva oposición consistirá en sortear los infinitos obstáculos y peligros que dejan estas elecciones municipales en el camino a emprender, comenzando por el desafío que significa la reunión de esta semana entre los alcaldes electos de la oposición y Maduro.
Nota. Esta es mi última columna del año. Nos volveremos a encontrar en enero. Mientras tanto, reciban todos mis mejores deseos para el año que viene.
Por: ARMANDO DURÁN
@aduran111
Política | Opinión
EL NACIONAL
lunes 16 de diciembre, 2013
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