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MANUEL MALAVER: El “Socialismo Siglo XXI” terminó en una forma nada original de delinquir



Morning after Kristalnacht in Berlin

La Noche de los
cristales rotos

 

Aunque me cuido de comparaciones exageradas -y hasta odiosas- y fuera del contexto en que se repiten ciertos sucesos, no pude evitar que el llamado de Maduro a “vaciar los anaqueles” de los comercios que no aplicaban “precios justos”, me recordara a la “Kristalnacht” (Noche de los Cristales Rotos).

Infamia acaecida entre la noche del 9 y 10 de noviembre de 1938, ordenada por Hitler y el partido Nazi, ejecutada por sus tropas de asalto, y en la cual se destruyeron y saquearon cientos de miles de comercios judíos que operaban en Berlín y otras ciudades alemanas, con al menos 91 de sus propietarios asesinados, 300 heridos y 30 mil detenidos que posteriormente serían deportados a campos de concentración.

¡Ojo¡: no estoy comparando al PSUV con el partido Nazi (¡Dios me libre!), ni a Maduro con Hitler (¡me libre también!), ni a la Alemania que era uno de los países más ricos, desarrollados y armados del mundo con una Venezuela que de tan pobre no produce leche, harina pan, carne, arroz, aceite, ni papel toalet.

Lo que me llama la atención en el cruce automático que hago entre la “Kristalnacht”, y el llamado de Maduro a “dejar los anaqueles vacíos”, es que en el contexto de este último (8 de noviembre pasado), se expresa la misma violencia con que Hitler y sus nazis buscaban amedrentar lo que quedaba de una oposición democrática en Alemania, dejando claro que, si eran capaces de violar la constitución para arrasar con la propiedad privada en una escala tan desmesurada, ¿que no pasaría a la hora de arremeter contra unos partidos democráticos que se atrevieran a disputarle el poder?

Miedo que en la Alemania hitleriana no era tan justificado, puesto que ya la oposición había sido prácticamente destruida, pero dado que los nazis se preparaban para iniciar la “Segunda Guerra Mundial”, no es descartable que temieran una invasión extranjera con un apoyo impredecible y tumultuoso de la población.

No es el caso actual de Venezuela, donde la oposición pasó a ser mayoría oficializada desde las elecciones presidenciales del 14 de abril pasado, tiene un líder que es el único que se atreve a convocar multitudes a lo largo y ancho del país, gana apoyo acelerado e indetenible en los sectores populares que antes simpatizaron con el proyecto castrochavista, y, según todas las encuestas, ganaría con no menos del 65 por ciento en las elecciones para alcaldes a celebrarse el 8 de diciembre próximo.

En otras palabras: que el “castrochavismo” (llamado ahora “raulismomadurismo” por Raúl Castro y Nicolás Maduro que terminaron incautándose la sucesión del difunto presidente Chávez), teme con toda razón que dentro de 15 días sufra una fractura en la columna vertebral que, si no lo deja cuadrapléjico, por lo menos lo mantendrá en silla de ruedas en lo que le resta de mandato “constitucional”.

Me refiero a la pérdida de cerca del 60 por ciento de las alcaldías del país, entre otras, la casi totalidad de las alcaldías de las capitales de los Estados, que ratificarían, que no solo perdieron la mayoría del electorado , sino que también pasaron a ser minoría en el poder municipal y local

Crisis, colapso o desgarramiento que le está dando ingreso a ilegalidades como el llamado de Maduro a “dejar los anaqueles vacíos”, a llevar una ofensiva contra la libertad de expresión abriéndole juicios, y amenazando con cerrar periódicos, emisoras y televisoras y conducir a la cárcel a los dueños y comunicadores de medios críticos e independientes, quitándole la inmunidad a diputados por capricho de “Su Majestad”, y dándole luz verde a policías, jueces y tribunales complacientes para que detengan a dirigentes opositores porque y que “van a sabotear las marchas de la oposición”.

Pero lo más grave -y de sabor hitleriano- en las ilegalidades de Maduro para ver como escapa al veredicto que pronunciara el pueblo el 8-D, es el haberse dotado de una “Ley Habilitante”, aprobada sin la mayoría de votos calificada que establece la Constitución y para comenzar a gobernar con prescindencia del Poder Legislativo, y con leyes que no serán redactadas en Venezuela sino en Cuba, y que no llevarán su firma, sino la de Raúl Castro.

Dicho de otra manera: que ya sea por la desesperación de una inevitable derrota el 8-D, o por la incapacidad de ponerle fin a una crisis económica que ya se acerca a la “implosión” que dio al traste con el comunismo en China, la URSS y los países del Este, o, por algo más terrorífico, por una explosión social que pulverice con lo que resta de los peores 15 años de vida política nacional (o por todos estos factores a la vez) el castrochavismo (o si prefiere: el raulismomadurismo), está gobernando como desde un manicomio, con un pie en la tierra y otro en el más allá, y dando a entender, que si los artilugios terrenales le fallan (como le están fallando), entonces vendrá Chávez con sus poderes galácticos y celestiales para que, en una suerte de Armagedón, de cuenta de Capriles, Borges, Aveledo, Barboza, Ledezma, Machado, López y Henry Ramos.

Y no escribo por escribir, sino analizando la declaración de ayer sábado del ministro de Turismo, Andrés Izarra, según la cual “El pueblo está feliz comprando para las hallacas que se comerán con Chávez y Maduro”

¡Chávez comiendo hallacas¡, y con Maduro, Cabello, Ramírez, Giordani, Rangel, y el resto de los “doce apóstoles” de la revolución, y pueblo, mucho pueblo, y documentado para la historia en tomas de cineastas como Lamata, Azpúrua, Stone, coloreado en pinceladas inmortales por muralistas populares, descrito en crónicas para incunables por Brito García, Herrera, Ramonet y Galiano, y desde luego, bosquejeado para un monumento que se construirá en algún lugar de Caracas, el país o el continente, por el mismísimo, Fruto Vivas.

En definitiva: que clima, atmósfera, imágenes, frases y palabras para un final, para uno de aquellos en que agotadas todas las formas racionales de sobrevivir, hay que recurrir a las mágicas, a las de ultratumba, a la de los curanderos, a la de los que pueden invocar poderes que están más allá de la tolerancia, la paciencia y la comprensión de los hombres.

Tiempos de santeros, paleros, carismáticos, satánicos, incorpóreos, monjes, adivinos, astrólogos, y de todos los que, por alguna razón, predijeron el pase a otra vida de imperios, monarquías, gobierno y revoluciones.

Seguramente no distintos a los que se vivieron en Berlín cuando los aliados arrollaron el Tercer Reich y liberaron a Europa, en Beijing en la transición que condujo de Mao a Deng Siaoping, en Moscú cuando un ambiguo Gorbachov le abrió paso a la toma del poder de Boris Yeltsin, y en cualquier circunstancias en que la realidad aplasta a unos utopistas que instauraron el infierno en la tierra, mientras pensaban que están construyendo el paraíso.

Fanáticos, fundamentalistas, desintegrados, excluyentes, engorilados, ásperos, elementales, malhumorados y rezanderos, en cuya corte de los milagros también hay una mano invisible que es la que mueve todos los hilos: la de los corruptos.


Por: Manuel Malaver
@MMalaverM
Politica | Opinión
Domingo 24 Noviembre, del 2013




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