El desvarío se apodera del alma
en pena de Nicolás Maduro..
■ Al verse atrapado por el miedo recurre al patriarca para tratar de alejar los espíritus insomnes.
Decretar que los venezolanos estamos obligados a amar y ser leales al legado de Hugo Chávez es un signo inequívoco de inseguridad y turbación. Sencillamente porque ni el amor ni tampoco la lealtad son sentimientos que tú puedas obligar desde el punto de vista del ordenamiento jurídico. Cuando amamos es la fibra del corazón que se expresa a través de la emoción que involucra al alma como epicentro de un acontecimiento interior. La lealtad es la convicción de exteriorizar una adhesión basada en principios y valores éticos. Como vemos, ambos estados no pueden tener entre sus características: la obligación de ser una norma a cumplir a juro. Asimismo, tratar de perennizar el recuerdo de alguien que solo acepta una minoría, en contraste con la opinión mayoritaria es sencillamente un abuso. Digámoslo sin ningún tipo de cortapisas. El padre del desastre venezolano es Hugo Chávez. Quien envenenó la vida nacional llenándola de odio y revanchismo, dilapidando los innumerables recursos del Estado para propiciar una revolución que quince años después presenta unos resultados catastróficos. Un hombre que incitó a la división en la familia haciendo enemigos a seres nacidos de la propia entraña. ¿Cómo pueden obligarnos a honrar al responsable absoluto de nuestra ruina económica y moral? Claro, los que si tienen motivo para ensalzarlo son todos aquellos que pasaron de pobres a boliburgueses. Una elite que disfruta de las mieles del poder con total impunidad. Llegaron como lobos hambrientos y encontraron la ruta del alimento suculento, son voraces para entre aullidos y dentelladas llevarse la patria en cada mordisco. En diez años se almorzaron más de novecientos cincuenta mil millones de dólares. Para estos oportunistas iletrados hasta la médula, el presidente caído es la reencarnación de Zeus. Lo mismo ocurre con aquellos que reciben dádivas que calman su hambre momentánea, pero que no construye futuro sustentable. Anhelan que la nación se incline en vergonzosa actitud ante semejante accidente histórico. Creen que el hombre resucitará y resurgirá desde sus cenizas, que un buen día sonarán las trompetas celestiales para traerlo de vuelta al gran progenitor de nuestras miserias. Un profeta bíblico que atemperó en los tiempos y se manifestó teniendo entre sus labios el bálsamo de Dios. Especie de caballero medieval protegido con su armadura de hierro, con la fiereza en la sangre y la precisión en la filosa lanza. En definitiva, un predestinado que los pueblos están obligados a cobijar en sus recuerdos. Como el pueblo mayoritario lo olvidó de manera temprana han tenido que inventar semejante absurdo. Obligar a tener que amar y rendirle lealtad a alguien que está entre los muertos solo se les ocurrió a culturas antiquísimas que creían en la reencarnación de sus ídolos a través de los ritos. El perfume del sándalo no pudo lograr que su patriarca volviera. Aquí ocurre lo mismo. Hagan lo que hagan el olvido es su destino.
Afortunadamente la patria despertó. Ningún apresurado decreto podrá con la voluntad de un pueblo que quiere cambio. Tenemos una nación que sabe que el mesianismo consumió parte importante de su historia. Aquí necesitamos liderazgos responsables con una vocación democrática que se afinque en la Constitución Nacional. El ocho de diciembre es el día de salvar la patria y avanzar para lograr que el cambio democrático triunfe en beneficio de todos…
Por: ALEXANDER CAMBERO
alexandercambero@hotmail.com
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EL UNIVERSAL
miércoles 13 de noviembre de 2013
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