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CHARITO ROJAS: Cuando veas la parra de tu vecino arder…



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Parra fue duro con la prensa: encabezó manifestaciones y pintas contra sedes de periódicos regionales; e inicio el juicio contra Pancho Pérez.

Tres cosas no se pueden ocultar: la tos,
el dinero y el olor a mandarina
…”

 

El 1º de diciembre de 2008, con la asistencia del entonces presidente Hugo Chávez y ante una multitud citada en el Forum, se juramentó Edgardo Parra, el “primer alcalde Bolivariano de Valencia”.

El alcalde juró ante sus invitados especiales, entre ellos el ex candidato a la gobernación Mario Silva, que más nunca sería traicionado el ideal bolivariano en Carabobo. “Por primera vez le arrebatamos la alcaldía a la oligarquía valenciana, que durante muchísimos años detentó el poder en este municipio y lo usó para todo menos para atender al pueblo, y especialmente al pueblo más necesitado”, dijo, desbordado de emoción. 

“La honestidad no es una virtud, es una obligación”.

Andrés Calamaro.

Afirmó que junto al poder comunal atendería las necesidades más apremiantes: la seguridad, la recolección de desechos, la salud, la educación y los servicios públicos, mediante una verdadera descentralización con las comunas. “Recibo una alcaldía privatizada, donde todos los servicios públicos dependen de empresas privadas”, afirmó.

Y el broche final de su discurso fue: “No voy a ir a gobernar con mi familia ni mis amigos…”, mientras aseguraba que su equipo de gobierno estaría integrado por personas que deberían observar tres principios fundamentales: compromiso político, competencia para la función específica y honestidad a toda prueba.

Parra, un ingeniero que venía de presidir Corpocentro, reconoció el día de su triunfo electoral sobre Miguel Cocchiola, que había ganado “gracias a la oposición”. Y tenía toda la razón: su ventaja sobre Cocchiola fue de seis mil votos de diferencia, mientras otros dos candidatos de oposición, una de Proyecto Venezuela y el otro del movimiento Con Paco sacaban entre ambos más de 50.000 sufragios, que sin duda dispersaron el voto opositor. Parra arrancó con ese plomazo en el ala.

No más encargarse, hizo dos cambios importantes en lo que se considera “el lomito” de la Alcaldía: contrató otra compañía de aseo urbano y sustituyó a la empresa de recaudación externa de impuestos que había dado excelentes resultados a Paco Cabrera. Desde ese mismo momento comenzó el rumor acerca de quién salía beneficiado en los cambios. En momentos políticos difíciles, Parra arrancó con unos carnavales con artistas costosos y copiosa publicidad. Ante el comentario sobre el origen de los recursos para tal rumba, la señora del alcalde, presidenta del comité organizador de las fiestas, explicó que era pura empresa privada financiando las carnestolendas.

La presencia de la señora Parra, cuya apariencia física mejoraba día a día para bien, se hizo común en todos los actos de gestión de su marido, mientras su hijo Edgardito, lejano a ceremonias oficiales, se encargaba de las negociaciones de las casetas, artistas y toreros en las Ferias de Valencia.

Y comenzaron las quejas: cobros excesivos, deudas con trabajadores, obras inconclusas, abandono de la infraestructura de la ciudad. Parra cazó una pelea con la llamada “valencianidad” cuando se puso a cambiar los símbolos de la ciudad. Sustituyó los hermosos medallones de bronce de las cercas de las plazas valencianas, por ordinarios carteles acrílicos rojos. Quitó el escudo borbónico gigante de la ciudad, recuerdo de su pasado heredado de ancestros españoles, que ornaba el frente de la Plaza Monumental para sustituirlo por un adefesio infantil que ahora ningún valenciano reconoce como suyo. Cambió la bandera de la ciudad roja y amarilla por otro adefesio gris y naranja; y luego la volvió a cambiar, hoy tampoco nadie sabe de qué color es la bandera de Valencia. Por supuesto que el himno siguió la misma ruta. Las estatuas de José Antonio Páez y la réplica de la estatua de la Libertad, nunca fueron repuestas a sus tradicionales pedestales. En fin, Parra trató de voltear la simbología de una ciudad que solo acepta los cambios si son para mejor.

Un dicho castizo dice que tres cosas no se pueden ocultar: la tos, el dinero y el olor a mandarina. Y la alcaldía revolucionaria tenía un intenso olor, no precisamente a mandarina. Los periodistas recibíamos las quejas en sordina de quienes debían pagar una especie de “derecho de pernada” por los permisos de expendio de licores, por la patente de industria de comercio, por permisos de construcción (donde usualmente el pago era un apartamento por edificio construido), por cualquier documento o permisología municipal. La red comenzaba en el lar del burgomaestre y terminaba en las oficinas de la dirección de Hacienda de la Alcaldía. Eso decían ellos, pero con denuncias anónimas los periodistas no podíamos salir a la luz pública. Los denunciantes tenían miedo de levantar la voz para que no los privasen de la permisología, preferían pagar el peaje antes que perder su negocio.

La “mordida” de las comisiones municipales tampoco es nada nuevo. En otras épocas variaba entre un 10 y 20% de las sumas contratadas. Pero en tiempos bolivarianos la mordida era más sustanciosa. A un comerciante le pidieron una participación del 50% para permitirle abrir sus puertas. Se negó, pagó un millón de bolívares… y sigue cerrado.

La red familiar era más que evidente. Pese a su promesa de la juramentación, una media hermana del alcalde presidió fundaciones adscritas, la esposa mandaba más que un dinamo, la cuñada ocupa la dirección de Recursos Humanos.

Las quejas de los “martillados” subían de tono. Un grupo de cooperativas supuestamente ligadas al hijo del alcalde copaban contratos. El periodista de El Carabobeño Pancho Pérez se lanza por la calle del medio y asoma la mafia familiar en un escrito, lo cual ocasiona una demanda del alcalde, que proclama la absoluta honestidad suya y de su familia. A falta de pruebas, el asunto queda allí.

Pero es muy curioso como toda una ciudad veía las irregularidades, pero nadie se atrevía a denunciarlas con propiedad y por las vías judiciales. La invasión de las instalaciones de un tradicional hotel del centro de la ciudad, con posterior intervención de la alcaldía para el desalojo, desató el rumor de que habían mandado a invadir para obligar a los dueños a negociar y quedarse así con el hotel, a un módico precio. Verdadero o falso, quienes callaron esta operación también son cómplices de corrupción. Aunque con el atenuante de una razonable desconfianza hacia la imparcialidad de la justicia, cuando el acusado es un alcalde revolucionario o alguien de su entorno más intimo.

El alcalde Parra fue duro con la prensa: encabezó manifestaciones y pintas contra sedes de periódicos regionales; el juicio contra Pancho Pérez (que hasta lo alejó por orden del tribunal del ejercicio profesional), inhibió de hacer denuncias a través de los medios, sobre todo sin el soporte abierto de testigos afectados.

La obra de Parra, solo se vio en este último año, cuando comenzó a tapar los miles de huecos de la ciudad y a organizar mejor la recolección de basura. Quería repetir en la Alcaldía y buscaba nuevamente la nominación. Pero ya los “martillados” habían logrado ser escuchados por alguien muy poderoso entre los rojos locales: el “viejo” Héctor Agüero, secretario general del Psuv en Carabobo, dicen que se encargó de armar el expediente de denuncias contra el alcalde y su familia. Y logró el primer objetivo: impedir que Parra fuese a la reelección. Actuando coordinadamente con el gobernador Ameliach (alguno de los dos), la escogencia fue Miguel Flores, actual secretario general de gobierno y del mismo equipo.

La jugada fue de caída y mesa limpia: allanamiento del centro operativo del hijo de Parra, (quien ya estaba por cierto fuera del país, dicen que en Ibiza, España), golpe de estado en la cámara municipal para sustituir a Pablo Montoya en la Presidencia por el más afecto Alexis López, apresamiento e imputación del alcalde Parra y toma total de la Alcaldía de Valencia.

Así, la revolución mata varios pájaros de un solo tiro: 1) enarbolan la bandera de Maduro en su lucha anticorrupción “caiga quien caiga” 2) Terminan de desechar un funcionario que les da mala imagen y que está en su propia robolución 3) Asustan a los demás alcaldes, rojos, amarillos y anaranjados, con esta acción coordinada de eliminación política y judicial 4) Anotan un punto a favor del anodino Miguel Flores, contrastándolo en honestidad con el desechado.

Vamos a estar claros: el Psuv se cebó en un alfil que ya estaba caído. Parra no iba para el baile, no le importaba a nadie, estaba solo en su juego. Cayó en desgracia.

Toda Valencia sabía y sufría los movimientos del grupo Parra en la Alcaldía y ha sido un alivio su salida, así luego los declaren inocentes. Pero nadie es tan cogido a lazo como para pensar que ahora, mes y medio antes de las elecciones, es que se acaban de dar cuenta de la danza de millones que allí había. Toda la dirigencia oficialista, incluidos los concejales que ahora quieren “limpiar la alcaldía para entregársela a Flores”, son cómplices de lo ocurrido. La oposición cree que lo de Parra es un movimiento electorero para ganar votos en una alcaldía que tienen prácticamente perdida por la ineficiente gestión de Parra y de los psuvistas que le acompañaron durante casi cinco años. Es tarde para remendar ese capote.

Quisiéramos en verdad creer en la honestidad de la cruzada anticorrupción, pero una sola cosa es clara: si estás conmigo y te apoyo estás a salvo. Pero si juegas solo, caes en desgracia. Lo juzgado no es la honestidad sino la adhesión a la causa revolucionaria.

También hay un punto diáfano que se les escapó en esta jugada: si pueden poner preso a un funcionario electo y en ejercicio con las actuales leyes anticorrupción, ¿para qué necesita entonces el presidente una Ley Habilitante? El caso Parra da una clara respuesta, cayeron en su propia trampa.


Por: Charito Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitorojas
sabado, 16 Octubre del 2013