“La improbabilidad millonaria
de no nacer, es para pensar..”
El miedo de nacer es como una película que se desarrolla en el interior del cuerpo de una mujer. En ella se plasma el drama del nacimiento. La cámara hace un paneo a través de las húmedas paredes de las Trompas de Falopio. Allí, sentado en una poltrona, un solitario óvulo espera. Es bueno aclarar que aunque se llama el óvulo, es hembra. Nuestro óvulo espera con una burbujeante copa de champaña para aminorar la angustia por no saber si esta vez, algún espermatozoide, llegará a él que es ella, para juntos dar lugar al mayor milagro del universo.
Eso que es magia, misterio y biología a la vez. El óvulo sabe lo difícil de su situación. Ellos, que son ellas, no son tantos como los espermatozoides, sus contrapartes masculinos. Todos están en el cuerpo femenino desde el nacimiento, su tiempo es limitado y están disponibles sólo uno a la vez, cada mes, con suerte, durante cuarenta y dos años. Esto hace a nuestro héroe, el óvulo, un ser ansioso e inseguro, ya que su destino final es impredecible y una enorme maquinaria debe ponerse en movimiento para que él tenga éxito. -Si fuera yo sólo…, pero dependo de la burocracia biológica, psíquica y social.
Si los ojos vieran, el cerebro pidiera, las manos se tocaran, las bocas se unieran, la vagina se mojara y él quisiera… ¡Dios, que angustia! Tengo miedo de desvanecerme en la nada. Qué malo es ser la mitad de algo que no existe ni siquiera para mí.
El óvulo medita y lo invaden dudas: “¿Habrá vida en otras trompas? ¿Será verdad que existen óvulos que han sido atrapados por espermatozoides? Peor aún, ¿existen los espermatozoides?”. Para hacer más angustiosa la escena, se encienden alarmas de fertilidad: olores que gritan: ¡Aquí estoy! Paredes de agradables 37 grados y medio, humedades que sugieren lujuria… Todo está listo, como músicos sinfónicos que afinan sus instrumentos ante la llegada del director.
Arriba, el cerebro, siente las apremiantes protestas de abajo, pero se toma tiempo para pensar. No puede complacer los caprichos de la vagina todo el tiempo, él sabe que hay otros óvulos. No quiere a ninguno en especial, aparte, debe consultarlo con el corazón, músculo caprichoso y metódico a la vez. El equipo de filmación visita dos mundos, uno cerca del otro; los mismos del que nuestro óvulo duda. La cámara hace un paneo aéreo. ¡Son millones y millones! Y están allí, todos los días, durante toda la vida del universo mayor llamado hombre.
Asombran por su apariencia blanca y siempre apurados. Todos quieren salir en busca de vida. Acicalados y pulcros, sin piernas ni manos, nadan a gran velocidad. La cámara se acerca a uno de ellos. -De hoy no pasamos. Esta mañana los ojos informaron que debo estar alerta. Estoy contento porque soy de los primeros. Lo que no sabe nuestro pálido amigo es que los primeros fácilmente pueden ser cien millones. La improbabilidad millonaria de no nacer da sentido al fenómeno futuro de la vida individual.
El mayor de los problemas que tengamos como humanos es incomparable a este caos de trescientos millones de posibilidades de que naciera otro y no nosotros. Usted que está leyendo esto, ya no debe sentir miedo porque usted no era nada hasta el día que nació más nueve meses exactos… Saque su cuenta. Miedo sintieron el óvulo y los trescientos millones de espermatozoides que un día fuimos. Ellos eran héroes que enfrentaron circunstancias adversas. Si a diario tenemos claro estas cosas, hoy no deberíamos tenerle miedo a nada.
Por: Claudio Nazoa
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EL NACIONAL
lunes, 16 de septiembre de 2013
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