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LUIS PEDRO ESPAÑA: La ley de la selva (Motorizados)

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“La falta de convivencia y
sentido de lo público..”

 

En los últimos días han ocurrido al menos dos incidentes relacionados con motorizados. Ninguno de los dos está totalmente claro.

En este clima de relatividad ante la ley, populismo sinvergüenchon y de subjetividad empoderada, no hay cómo saber efectivamente qué fue lo que pasó, quién empezó primero, dónde se abusó de lo ajeno con mayor brío o quién se hizo de la vista gorda para no meterse en líos y pasar bajo la mesa antes que asumir su responsabilidad.

Detalles más, especulaciones menos, el primero de los incidentes lo protagonizó un grupo de unos quince motorizados quienes decidieron meterse dentro de las instalaciones del Centro Comercial Sambil Margarita en protesta porque a uno de los compañeros le habían robado la moto y ni los cuerpos de seguridad, ni la seguridad interna del centro comercial, le permitieron al agraviado acceder a los videos internos para tratar de identificar quién había sustraído su moto.

El segundo episodio, bastante más conocido y con impacto aún mayor, tuvo lugar en al menos dos puntos de la ciudad de Caracas. Grupos de motorizados detuvieron el tráfico en la Av. Libertador y en la Av. Francisco de Miranda, a la altura de Los Ruices, protestando por el alto precio de las motos y los repuestos. Además del caos, el miedo y el inmenso tráfico resultante, hubo algunos daños a vehículos y, según dicen los protestantes, algunos de sus compañeros motorizados fueron arrollados por vehículos que se resistieron a detenerse o a quién sabe qué cosa.

En el primero de los incidentes al parecer hay cuatro personas detenidas, y en el segundo hasta ahora nadie ha sido señalado como responsable del trastorno vehicular o de los daños que se produjeron.

La reacción en las “nada moderadas” redes sociales dieron cuenta de una mezcla de impotencia y arrechera por parte de una población que todos los días, en mayor o menor medida, tiene que cargar con la malandrería de grupos que, actuando bajo algún interés o problema común, le jode la vida al resto de los ciudadanos, quienes a su vez tienen su vida jodida por una cotidianidad cargada de incertidumbres, sorpresas y abusos.

Ayer fueron los motorizados, en otras ocasiones han sido los damnificados o los desalojados vendedores informales. El motivo pudo haber sido los incumplimientos ante los trabajadores de algún ente público, los estudiantes trancando las vías por falta de presupuesto, autonomía o libertad de expresión, o los miembros de algún colectivo quienes, enarbolando supuestos principios superiores y universales de su propia lucha, o mejor de su propio interés, deciden privatizar lo público, tomar el espacio que le pertenece a todos y plantear su punto como quien decide que el problema de uno es el de todos o, al menos, se lo tienen que calar, tal y como ellos se lo calan.

A nuestras ya maltrechas relaciones sociales poco a poco, tras cada alteración de la cotidianidad, junto a cada sorpresivo trancón, correteo y bajada de santamarías, se le suma cierto conato de rabia social, de rechazo al diferente y ofensiva segregación para con aquel que contribuye a hacernos la vida más insoportable de lo que ya es. En el caso de los caraqueños son “los motorizados”, para los maracuchos son “los bachaqueros” y para los tachirenses “los pimpineros”. Cuando se hacen notorios, por el caos vehicular, la falta de productos del primera necesidad, o las inmensas colas para surtir gasolina, el odio social y hasta cierta xenofobia se apodera de los ciudadanos restándole a estos grupos principios y valores, cuando no a la propia progenitora.

Pero vamos a estar claros. Motorizados, bachaqueros, pimpineros, son sólo síntomas de los problemas. Ellos no son el problema aunque el ciudadano común así lo crea. El asunto no está en la pérdida de valores colectivos, la falta de familia, la poca educación o alguna otra imputación individual. Obviamente el comportamiento desviado existe. Cuando el contexto donde actúan los individuos está ordenado y las leyes se aplican. Cuando no hay impunidad y el Estado no se comporta de manera discrecional diferenciando entre compatriotas, pueblo y revolucionarios versus apátridas, burguesitos y escuálidos, ciertamente las causas que pueden ser individualizadas son altamente explicativas de lo que pudo haber sido una situación de caos tipo tiroteo en una escuela o un francotirador en un centro comercial. Pero ese no es nuestro caso, ni el de los eventos a los que nos hemos referido.

El caos urbano y ciudadano, la falta de convivencia y sentido de lo público, es producto de que el Estado desapareció. Las leyes no son para todos, ni se aplican con igualdad de criterios, sino a conveniencia del momento e interpretación “política revolucionaria” de quien debe garantizar y poner orden. Aquí se negocia con jefes de recintos penitenciarios, se llega a entendimientos con invasores de propiedades, se le dan explicaciones y justificaciones si el abuso, el robo u la omisión de la norma fue por supuesta necesidad, fuerza mayor o picardía, y no por avaricia o ambición. Lo alternativo es una excusa para ocultar la incompetencia, nadie es mejor que otro, todos tenemos rabo de paja y, finalmente, un error lo tiene cualquiera. No importa que tan catastrófica haya sido la consecuencia de la inobservancia, la excusa se nos convirtió en patrimonio nacional.

La impunidad y la discrecionalidad con la que actúa el Estado es la prueba de la ausencia de institucionalidad. Este gobierno llegó hace 14 años destruyendo una, que consideró liberal y burguesa, sustituyéndola por otra que no es más que la verdadera ley de la selva. Esa donde cada quien actúa desde sus propios atributos de poder. Se apodera de lo público total o parcialmente para sacarle provecho, no importa qué tanto ello se traduzca en caos, abuso o perjudique el interés de terceros.

Los motorizados se meten por las aceras para llegar antes, los bachaqueros corren a comprar harina donde sus jefes de mafias informales vinculadas con el poder les ordenan hacerlo, los pimpineros cargan por horas y culebreros senderos un combustible que vale 500 veces más de como lo compran, los viajeros venden sus cupos en dólares aprovechando los desequilibrios económicos y hasta las madres alquilan sus niños para participar en invasiones. Cada quien usa lo que tiene como ventaja para esta lucha sin normas, ni orden, ni Estado. Unos dinero, otros la fuerza, muchos la lástima, todos el voto.
Este ha sido el resultado de la convivencia alternativa, basada en el desconocimiento de lo que le permitió a los hombres abandonar la barbarie y la inhumana ley de la selva. Esta en la que estamos todos metidos.


Por: LUIS PEDRO ESPAÑA
lespana@cantv.net
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EL MUNDO
JUEVES 12 DE SEPTIMBRE DE 2012