El José Vicente de hoy
y su obstinación senil
■ A José Vicente Rangel lo recuerdo por allá, en la década de los noventa, conduciendo el programa dominical: José Vicente Hoy.
El programa de José Vicente gozaba de mucha sintonía, aunque se transmitía en fecha y horario poco habituales, y José Vicente mismo disfrutaba de gran credibilidad ante la opinión pública. El favor del pueblo que José Vicente no había podido conseguir aspirando, como candidato, a la presidencia nacional, lo alcanzó al frente de este programa dominical, que en muchas ocasiones marcó la pauta informativa y la dinámica política de ese entonces.
Eran los tiempos de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, y la oposición a su gobierno era muy intensa desde los medios y, en general, desde la intelectualidad venezolana, que se aglutinó toda en el grupo de los llamados “notables”. A tal grado llegó la repulsa del gobierno de Pérez, que no podía concebirse la criticidad política sin hacer oposición a su gobierno.
De los programas más críticos al gobierno de Pérez figuraba el de: José Vicente Hoy. Todos los domingos sintonizábamos, expectantes, este programa; y apreciábamos los muy variados, coquetos y elegantes jerseys que José Vicente exhibía, mientras reflexionábamos sus opiniones y nos alarmábamos con sus denuncias de corruptelas, guisos y despropósitos gubernamentales.
Pero el programa acabó, y luego vimos a José Vicente en altas funciones de Estado: primero como canciller, luego como ministro de la Defensa y posteriormente como vicepresidente, el de mayor duración en el chavismo.
Después de todo este periplo, y de ganarse la animadversión de toda la oposición a Chávez, José Vicente regresa con su programa: José Vicente Hoy, pero ya el programa no tiene la fuerza de otrora, la de ayer, a José Vicente se le perdió algo en el camino.
José Vicente ya no tiene la credibilidad de antes por su parcialización política, y el programa se nos presenta ayuno de criticidad, sin agudeza, incluso para el mismo chavismo. Algo raro sucede con José Vicente: ya no reconocemos en él al hombre mordaz, de penetrante análisis político, que obra astutamente, con perspicacia y sentido maquiavélico del momento y la oportunidad histórica.
El José Vicente de hoy no es aquel ser odioso para la oposición, acusado de cínico por muchos, que obra siguiendo las premisas de Nicolás Maquiavelo; capaz de urdir con eficacia estratagemas y planes para la trampa y la celada políticas. El José Vicente de hoy es monótono, sin la alegría del sarcasmo y la reflexión aguda; responde a un guión gris y repetitivo, siendo todos sus programas una ramplona variante de un mismo tema: el magnicidio y la conspiración política de una oposición antidemocrática.
Inspira una cálida emoción y compasión ver ahora a José Vicente como un tierno y angelical abuelito canoso, repitiendo con obstinación senil que se prepara un golpe de Estado o que planifican asesinar a Maduro. Al mismo Maduro que todos conocemos: a Maduro que no encarna ningún peligro; a Maduro que no representa el hombre fuerte, garantía de que la revolución pervivirá por siempre jamás, como quería Chávez; a Maduro que no es indispensable; a Maduro que no se sabe si manda u obedece; a Maduro sitiado y arrinconado por Diosdado Cabello; a Maduro sin carisma; a ese mismo Maduro.
Ahí está José Vicente, estará preparando su próximo programa. Causa ternura imaginarlo diciéndose a sí mismo emocionado y sobresaltado: ¡se me ocurrió algo genial! En el programa del próximo domingo hablaré sobre magnicidio y golpe de Estado. ¡Ya verá esa oposición apátrida cómo la hago temblar! Atrás quedó ese Antonio Leocadio Guzmán de nuestra revolución; atrás la perspicacia y el maquiavelismo políticos.
José Vicente ya preparó su guión para su próximo programa, y como sintiendo alguna ausencia, algo perdido, una lágrima baja por su rostro mientras relee sus líneas.